Shoreditch /ʃɔːʳdɪtʃ/: así se llama y así deberías atreverte a pronunciarlo.
Se dice y se comenta que pertenece a pocas familias, todas ellas judías, quienes poseen la mayoría de edificios construidos a partir de los 90. Porque de antes, mejor no hablemos, que a los que viven les cogería miedo. Pero de antes, antes y más antes, sí que hablaremos.
Inmediatamente al norte de la City, curiosamente en este barrio del sur del distrito de Hackney convergen cinco distritos postales, encabezados por las letras N, E y EC. Sin dejar atrás el clásico misterio británico para cualquier historia, la etimología de «Shoreditch» es aún objeto de debate: algunos antiguos comparten la tradición legendaria que vincula su nombre a una amante del rey Eduardo IV, Jane Shore, quien murió en una zanja (ditch). Y hoy se conmemora con un gran cuadro en la Biblioteca de Haggerston. Sin embargo, muchos otros, y mucho antes, ya lo relacionaban a «Sewer Ditch», en referencia a un desagüe o canal antiguo de una zona pantanosa cerca de Finsbury. Sin duda una historia más plausible y verosímil. En lo que sí coinciden todos, es en que se trataba de un barrio marcado por el «amusement» (diversión y entretenimiento) y prueba de ello es su céntrica calle Curtain Road. Como cualquier jovencito antes de estrenarse, Shakespeare se atrevió con sus primeras obras precisamente aquí, entre el Curtain Theatre y el Tudor Theatre, este último conocido más tarde como el «The Theatre». Y eso era, «El Teatro», porque se trataba del primer teatro que se construyó en Inglaterra, la primera «playhouse». Fue en el año 1576, de la mano del Primer Conde de Leicester, James Burbage. Hoy día se encuentra tal conmemoración por dos placas, una colgada en la misma Curtain Road y otra en la calle Hewett. William, además, sabemos que vivió en la calle Bishopsgate un tiempo de 1593, puesto que aún consta su deuda con hacienda por no haber pagado los impuestos que debía. Supongo que entonces escribir teatro no era el mejor business en ningún caso, ni tampoco el trabajo mejor remunerado. Arte y dinero no era la relación más conveniente. Pero eso ahora, en Shoreditch, ha cambiado.
Siempre he pensado que vivir en ciudades como Nueva York o Londres puede ser o muy malo para la salud, o muy bueno. Por infinidad de cosas malísimas y buenísimas que puedan pasarte in situ. Dependerá de cómo las gestiones. Lo que si sé es que, a pesar de sus caras serias y con mirada triste paseándose por la calle, vivir en Shoreditch, para los piji-hipster, es algo maravilloso. Un must. ¡No existe nada más-mejor! No existen otras cafeterías barra librerías, no existen otras private party, no existen otros poshy clubs, no existen otros lofts, no existen otros roofs, no existen otros cocktails, no existe otra gastronomía, no existen otras tiendas de no se sabe qué, no existe mejor arte callejero, no existe otra ropa, no existen mejores outfits, no existe ser más cool, ¡por dios! Y no existe mejor café. Vamos, primero, a por el café. Merece una mención especial.
A pesar de sus largas colas cada sábado y domingo sin respiro desde las 11am hasta las 3pm, ocupando parte de la calle Redchurch, la cafetería brunch Allpress Espresso se ha convertido en eje de reuniones no aptas para menores de edad o mayores de 40 años. Sin menospreciar su auténtica «Shoreditch’s atmosphere», sirve el mejor café del barrio, de la ciudad, y probablemente de Europa. Sí, mejor que el italiano, que el español y que el portugués. También sirve las mejores focaccia, destacando entre ellas la de mortadela y alcachofa. ¡Toma combinación! Exportadora de café, sus granos llegan a la mayoría de establecimientos del barrio, dejando el rastro de su aroma. Entre ellos, destaca el Maison Trois Garçons, ubicado en la misma calle unos metros arriba y que, sin saber servir exactamente el café igual, ofrece acompañarlo con un abanico de dulces handmade que para olvidarse. Aunque de lo que no te olvidas seguro, es del local. De esta cafetería es propietario, entre otros, Michelle. Cuando lo veo, siempre lo miro con admiración. Acompañado fielmente de su Dálmata, cabe destacar que Michelle es un tío muy listo. Reconvirtió su local de antigüedades en esta cafetería, lo que le costó un riñón y medio y tres meses de obra y decoración, aprovechando parte de los muebles que exponía en su ex-vintage store. Michelle es un hombre envidiado entre el gremio, ya que posee dos locales más: Les Trois Garçons (restaurante francés) y el Loungelover (cocktail bar). Ambos son muy unique y a metros de distancia de la cafetería. El triángulo perfecto. Y… ¡voilà! Ya tienes el plan completo para tu jornada más estilosa gracias a este delicado francés residente en Londres.
Si me dan a escoger, me quedo con tres calles: Redchurch, Rivington y Leonard. La primera, porque es un espectáculo. La segunda, porque tiene más esencia que ninguna, y la tercera, por ser tan misteriosamente atractiva. La calle Redchurch ha evolucionado de una manera bastante brutal en los últimos 5 años. Me cuentan que era triste y algo peligrosa. Ahora brilla y luce gracias a su oferta, siempre tan original. Empieza en la esquina del desacomplejado Brick Lane con la bipolar Bethnal Green y termina en la calle epicentro del barrio, Shoreditch High Street, que con el tiempo va ganando la personalidad que merece. La ebullición de Redchurch destaca ante el resto de calles del barrio. También destaca su contraste. Me refiero a que, aún andando entre tiendas barra bar, restaurantes barra supermercado, galerías de arte, clubs «discretos», hoteles con roof y, cuando te fijas, hasta cines subterráneos, uno nota que hay un pasado algo oscuro que suena chillando (desde lejos, muy lejos) a estas nuevas paredes repletas de buenas y exquisitas intenciones. Sin duda Redchurch dibuja una huella en el mundo del diseño y también en el de las comunicaciones, gracias a su little Silicon Valley al final de la calle, concentrada en su edificio Biscuit. La calle Redchurch es un barrio dentro de un barrio. No necesitas salir de ella.
No pasa lo mismo con la calle Rivington. Sin embrago, su medio túnel tintado la viste como ninguna (aunque para túneles, prefiero al de la tímida pero sobrada de personalidad Bateman’s Row). En medio, el reconocido club de música electrónica, Cargo, que para los que tocamos el 3, quizás nos queda lejos. Rivington cruza Curtain Road y perlas como Charlotte Road, en la que nos perderemos husmeando pero con la vista. Si algo tiene Rivington, es empaque y decisión, es como si hablara a través de sus paredes, forradas de arte callejero. De sus mejores grafitis, destacan las apariciones de algunos Banksy y Cranio. Desemboca en la calle Great Eastern, la discreta diagonal catalana (que por cierto nunca sabes por dónde pasa) y que presenta hoteles tan dinámicos como el Hoxton Hotel, centro de reuniones creativas y abstractas, vamos. El ambiente en la que parece ser su recepción, te sitúa rápidamente.
Supongo que en medio de este escenario, la calle Leonard toma el papel más tímido. Queda al oeste de Shoreditch y si la caminas, no sabes por qué pero acabas decidiendo que, si te dieran a escoger entre las tres, sin duda sería en la que te hubiese gustado vivir. Combinando sus galerías y centros de explosión creativa adornados con billares y ping-pongs (uno debe relajarse entre idea e idea, ¡hombre!), descubres que tiene su «no sé qué».
Todas ellas, y muchas otras, tienen algo en común: provocaron el descarte del Soho como barrio pro londinense en cuanto a oferta de ocio diurno y nocturno, ofreciendo una propuesta gastronómica que muchos quisieran y una actividad que cuesta seguir. Tienen una ambición sin límite y crecen a un ritmo vertiginoso. Cuentan con una personalidad aberrante, marcada desde sus entrañas. No tienen complejos, saben lo que quieren y se han convertido en centro neurálgico de la comunicación, de la producción audiovisual y de la creatividad. Son escenario de rodajes, por dentro y por fuera. Y además hacen que, a veces, sientas que estás en el centro del universo.