Esta semana se cumplían 30 años del golpe de Estado conocido como el 23-F, llevado a cabo por algunos mandos militares capitaneados por el entonces Teniente Coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero. Es imposible no mirar atrás y ver este acontecimiento como un punto de inflexión en la reciente historia de la democracia española. El sentimiento de frustración e impotencia era patente y los periodistas que vivieron el suceso de primera mano se miraban perplejos ante demencial espectáculo, más aún al escuchar aquella frase imperativa de «¡Al suelo, todo el mundo al suelo!». Hoy, al mirar al pasado con extraña nostalgia, y cuando el pueblo egipcio acaba de eliminar con sus protestas una interminable etapa opresiva, me resulta un poco extraño la mínima reacción popular ante aquel sonado secuestro de la democracia española, que parecía devolvernos al infierno de la pestilente dictadura franquista.