Portada | Cultura y Ocio | Curiosidades | 7 trabajos que (afortunadamente) no tendrás en Reino Unido

7 trabajos que (afortunadamente) no tendrás en Reino Unido

trabajos sueldos iniciales OCDE
De Mark Yuill. Shutterstock.com.

Muchos hemos pasado por este trámite; llegas a Londres o cualquier otra ciudad británica tras la universidad, con la intención de vivir una experiencia y mejorar tu inglés. Y tu pobre nivel del idioma sumado a tus limitados recursos te lleva a aceptar uno de los primeros trabajos que te ofrecen, que supone preparar bocadillos en una cadena de comida rápida o fregar platos en un restaurante con un contrato de cero horas. Lo primero, sólo depende de ti el dar el salto a otra posición. Y lo segundo, no te lamentes porque de haber nacido en otro tiempo quizás hubieras tenido que aceptar otro tipo de labor bastante menos reconfortante. Hoy desde EL IBÉRICO os traemos una lista de trabajos que ya no existen pero que en algún momento en la historia fueron desarrollados por gente como tú:

1. Cazador de ratas

Ciertos estudios calculan que existe una media de cuatro ratones por cada habitante en Londres. Una cantidad significativa de roedores, pero muy inferior al promedio que había en el siglo XVIII cuando Reino Unido en general y las grandes urbes en particular, con Londres a la cabeza, estaban infectadas de enormes ratas grises que habían sustituido a las por entonces habituales ratas negras. La agresividad de estos nuevos roedores, que llegaban a atacar a niños y bebes, llevó a las ciudades a contratar patrullas de cazadores de ratas, las cuales cobraban por cada pieza capturada.

Normalmente las personas que hacían estos trabajos procedían de las clases más desfavorecidas, pero pronto se estableció como un negocio lucrativo en el que se podían captar grandes ingresos con una reducida inversión. De este modo surgieron profesionales que hicieron fortunas con dicha actividad, llegando a ayudarse se perros y hurones entrenados al efecto. Jack Black fue el caza-ratas más famoso de todos los tiempos, y su talento le llevó a ser designado cazador oficial de la Reina Victoria con derecho de entrada a las dependencias palaciegas y un salario fijo concedido por la corona británica.

2. Barrendero para ricos

Antes de la llegada de los coches, los aristócratas se trasladaban en carros tirados a caballo. Y como bien sabemos, un caballo es capaz de generar cantidades ingentes de estiércol. Dado que existían unos servicios de limpieza muy arcaicos que operaban intermitentemente, podemos imaginar cómo era el estado de cualquier calle en la época. Así que una de las preocupaciones de las clases más adineradas era la de no mancharse su ropa cuando salían a pie por la ciudad. Surgieron entonces los barrenderos de ricos o de cruce, que eran personas que solían operar en un tramo de una calle determinada, y simplemente esperaban a que alguien vestido de forma elegante pretendiera pasar por la calle que controlaba para limpiar el excremento de caballo y otra suciedad a su paso. Tras este trabajo, el aristócrata ofrecía una pequeña limosna en pago a sus servicios.

El trabajo solía ser desarrollado por ancianos o niños, debido al poco esfuerzo físico que requería, y fue desapareciendo progresivamente con el surgimiento de fábricas y talleres que ofrecían trabajos mejor remunerados a los mismos.

3. Recolector de sanguijuelas

En un análisis retrospectivo podríamos concluir que una de las prácticas más insensatas en la historia de la medicina, sino la que más, era la de las sangrías y extracción de sangre en casos de fiebre o dolor de cabeza. Un procedimiento que se practicó durante siglos y que en la mayoría de casos no hacía sino empeorar el estado del paciente. Para la realización de éstas los profesionales sanitarios se servían en muchos casos de sanguijuelas. Y había un grupo profesional cuya labor consistía en recolectar éstas.

El trabajo de estos recolectores consistía en entrar en pantanos y zonas de agua estancada donde proliferan estos animales y permanecer allí el tiempo suficiente para que una cantidad apreciable de animales se adhiera a sus piernas. Los más adinerados se servían también de caballos y otros animales a fin de captar un mayor número.

El negocio era tan lucrativo y la demanda tan elevada que existen registros históricos que confirman la exportación de millones de estos especímenes a Francia, lo que llevó a que a mediados de 1850 dicha actividad desapareciera porque la especie Hirudo medicinalis, que era la utilizada por los profesionales sanitarios, quedara virtualmente extinguida, algo que sucedió casi al mismo tiempo que ciertas investigaciones confirmaron la nula utilidad de estos hematófagos.

4. Taxidermista antropomórfico

Ésta no es una profesión que se haya desaparecido por completo, pero si es cierto que el número de personas que lo practican se ha reducido considerablemente. La taxidermia es el arte de disecar animales para exhibirlos. Normalmente es requerido por dueños de perros y gatos para, en cierto modo, conservar el recuerdo de sus seres queridos. Pero a principios del 1800 la taxidermia vivió su época dorada, y eran muchas las personas que decoraban sus casas con mamíferos disecados.

En este contexto surgió Walter Potter, el rey de los taxidermistas y una estrella en la época, el cual no contento con disecar animales elaboraba complejos dioramas en los cuales ratones, ardillas o gatos, vestidos con ropa de muñecos para “humanizarlos”, realizaban actividades cotidianas como una merienda en el campo o una partida de cricket y que fueron una sensación entre las clases más adineradas.

5. Comedor de pecados

Hasta hace unos 200 años cada pueblo y barrio en las grandes ciudades disponía de un “comedor de pecados” oficial. Y en principio uno puede pensar que no es tan malo eso de que te paguen por comer. Pero hay que atender a los detalles para saber porque no había mucha gente dispuesta a realizar este trabajo, y es que la comida se solía realizar sobre el pecho del fallecido.

Se desconoce cómo comenzó esta tradición, pero hasta hace relativamente poco tiempo muchos creían que una persona podía “absorber” los pecados de otra si comía sobre el pecho del fallecido. De este modo el difunto se garantizaba la entrada al paraíso por haberse redimido de sus pecados, si bien había sido realizado con trampa. Normalmente las personas que accedían a dicho trabajo eran sin techo, los cuales además sufrían un gran estigma social dado que se creía que la progresiva absorción de pecados iba haciendo de ellos personas cada vez más diabólicas.

Paradójicamente, pese a ser una práctica religiosa, jamás fue aceptada ni promovida en ningún modo por ninguna iglesia o cargo eclesiástico, los cuales simplemente se resignaron en espera a que algún día cayera en desuso.

6. Farolero

La introducción de las lámparas de gas fue toda una revolución en términos de seguridad, ya que supuso una reducción drástica del número de robos así como la identificación de los ladrones. No obstante, éstas no se mantenían permanentemente encendidas por cuestiones de ahorro, así que se creó la profesión de farolero o enciende-farolas, personas que al anochecer debían encenderlas y al amanecer apagarlas.
Aparte de lidiar con lo que hoy llamaríamos horarios antisociales, que no facilitaban la conciliación de la vida laboral y familiar, éstos debían hacer frente a personas embriagadas y otro tipo de caracteres que les increpaban, así como sufrir explosiones fortuitas de algunas lámparas en las cuales fallaba la red de alimentación del gas y acarrear las escaleras y otros pesados utensilios con los que alcanzaban el sistema de encendido.

7. Despertadores o golpeadores de puerta

En una era en la que no había despertadores podría ser realmente difícil levantarte para llegar a tiempo al trabajo. Pero por fortuna para aquellos que cuentan con su propio reloj biológico, que les lleva a levantarse de forma autónoma, surgió con la Revolución Industrial el trabajo de despertador humano.

Estas personas iban de casa en casa tocando a la puerta de los residentes para que éstos se levantaran. En el caso de viviendas de varios pisos, se servían de unas largas varillas de metal con las que golpeaban a la ventana de los residentes. Su función era asegurarse que éstos se levantaban, y continuaban golpeando hasta que había respuesta desde el interior.

Los despertadores solían colocar una pizarra en la plaza central del pueblo, y aquellos que querían hacer uso de sus servicios debían escribir su nombre, casa y hora. Las primeras fábricas y talleres textiles contrataron a sus propios despertadores, para asegurarse de que todos sus trabajadores llegaran a sus puestos a tiempo y no pudieran usar la excusa de “haberse quedado dormidos”.

Relacionado

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio