Decía el estadista Winston Churchill que «cuanto más atrás puedas mirar, más adelante verás». Y es que la historia es una herramienta muy útil para entender a fondo a una sociedad. No obstante, hoy no nos embarga un espíritu tan instructivo, y desde El Ibérico os traemos una lista de anécdotas históricas relacionadas con Reino Unido con las que esperamos entreteneros y divertiros:
1. ¿Dónde y cuándo se instaló el primer semáforo?
Los semáforos comenzaron a usarse en Estados Unidos a partir de la década de los 50. Su eficacia en la regulación del tráfico y como elemento esencial para la reducción de los accidentes hizo que rápidamente se popularizaran y se extendieran por todo el mundo. Sin embargo, el lugar donde se instaló el primer semáforo fue en el Reino Unido, concretamente en un céntrico cruce londinense junto al Parlamento Británico, en el año 1868. El artífice fue John Peake Knight, un ingeniero especialista en señalización ferroviaria. Esta versión más vetusta constaba de dos luces de gas de color rojo y verde que se iluminaban sólo de noche, combinabas con un juego de zumbidos. Lamentablemente, no puede decirse que esta primigenia versión fuera un éxito, ya que explotó y mató a un policía que estaba en sus inmediaciones, motivo por el cual su uso quedó relegado por casi un siglo.
2. El señor de los anillos pudo ser un musical… con los Beatles
Para los amantes de la ciencia ficción, la trilogía de El señor de los anillos se ha convertido en una obra de culto, e incluso somos muchos los que no siendo grandes fans de este género reconocemos haber disfrutado con las películas. Pero quizás nuestra percepción sería distinta si se hubiera llegado a realizar el proyecto del musical de dicha obra. Todo quedó en un boceto, dado que ni siquiera se comenzó su rodaje, pero el famoso director Stanley Kubrick fue propuesto como conductor del film, en el cual también se preveía la participación de la banda británica de Los Beatles. El proyecto, que al parecer iba a estar cargado de escenas musicales, no gozó del beneplácito de Tolkien, que bloqueó la película en su fase inicial.
3. Napoleón no era bajo
A todos nos han enseñado que la grandeza de Napoleón en el mando y organización de sus ejércitos contrastaba con lo reducido de su estatura. Un mito cuya raíz está en un error de cálculo británico. Es cierto que el emperador es retratado como un personaje de corta talla en todos los cuadros de su época, donde siempre ocupaba una posición central y que desentonaba con la altura de los granaderos y cazadores de la Guardia Imperial que le escoltaban. Sin embargo, no es tan sabido que aquellos que integraban dicho comando de élite tenían que tener entre 1,73 y 1,83 metros de altura para poder formar parte de éste. El «pequeño corso» no era en realidad tan bajo, dado que su altura era 1,68, una talla bastante por encima de la media de la época.
Guardia Imperial de NapoleónLa puntilla vino tras la muerte del Sire en la isla de Santa Elena. Los doctores determinaron que su altura total, desde lo alto de la cabeza hasta los talones, era de cinco pies, dos pulgadas y cuatro líneas. El problema radicó en que esta medida fue tomada con el conocido como «pied métrique», un sistema métrico establecido por el propio Bonaparte en 1812. Cuando los datos llegaron al Reino Unido, los británicos lo interpretaron bajo su propio procedimiento, en el cual un pie tenía un tamaño menor. Tras revisar los cálculos, determinaron que la talla del Emperador era de tan sólo 1,57 metros. Aún conscientes del error, los británicos no lo corrigieron, y se encargaron de difundir el embuste como una forma de humillación póstuma. Para acabar, hay que decir a título de curiosidad que Napoleón superaba en cuatro centímetros a su gran enemigo en la batalla de Waterloo, el duque de Wellington, que estuvo al mando de las tropas inglesas.
4. Un crucigrama británico-americano
Entre las ruinas de lo que fue Pompeya se han encontrado «cuadrados sator», un juego de palíndromos que se resolvía con un sistema similar al de los crucigramas. A finales del siglo XIX ya podía encontrar en las revistas y periódicos de la época otros juegos parecidos. Sin embargo, el crucigrama tal y como lo conocemos hoy en día fue creado por Arthur Wynne, un periodista que trabajaba para el New York World y que era originario de Liverpool. El británico decidió llamar a su juego «word-cross», y se hizo tan popular que en el curso de unos pocos años la mayoría de periódicos decidieron incluir uno de estos en la sección final, si bien el nombre varió al actual «crossword».
5. Una distribución al azar
Junto a la cerveza de barril y las televisiones para ver el fútbol, los dardos son la tercera pata de la trilogía de elementos básicos de cualquier pub británico a la vieja usanza. Y cualquiera que haya jugado una sola vez a ellos habrá notado la distribución de la puntuación de la diana. La idea fue obra del británico , un fabricante de estas que optó por introducir una novedad respecto a sus competidores, y decidió hacer más atractivo el juego haciendo una distribución irregular de los números con la que buscaba penalizar la puntería. Lo curioso es que según cálculos matemáticos, existen 2.432.902.008.176.640.000 combinaciones, y ésta, que según su autor fue realizada de forma totalmente aleatoria, es, según los entendidos, la mejor de todas las opciones posibles.
6. La guerra de los (algo más) de 100 años
La respuesta a la pregunta de cuanto duró la Guerra de los 100 años puede parecer obvia, pero nos equivocamos de pleno si pensamos que fue un siglo. Este conflicto, que enfrentó a los Reinos de Inglaterra y Francia para determinar quién ejercería el control de las posesiones acumuladas por los monarcas ingleses en territorios franceses, tuvo lugar entre enero de 1337 y octubre de 1453, siendo por tanto un conflicto que con puntos álgidos y periodos de relativa tregua se prolongó por 116 años. El nombre fue otorgado al conflicto por ambas partes una vez ya estaba en curso, y parece que tanto ingleses (Hundred Years’ War) como franceses (Guerre de Cent Ans) pecaron de demasiado conservadores en sus pronósticos.
7. Una de pollo
El francés fue el idioma oficial de Inglaterra por tres siglos, e incluso después de la oficialización del inglés, este siguió gozando de gran peso en ámbitos como la justicia y la educación. Tras la invasión normanda de Inglaterra, los nuevos señores feudales se encontraron en un ambiente hostil rodeados de sajones. Éstos, que se dedicaban a la agricultura y la ganadería, utilizaban en el día a día una versión antigua del inglés actual. Y obviamente, denominaban a sus animales haciendo uso de su propia terminología, de ahí que tengamos que usar «cow» para referirnos a una vaca, y «pig» para hablar de un cerdo. Sin embargo, una vez estos animales habían sido sacrificados y estaban preparados para venderlos y/o consumirlos, pasaban a manos normandas, que como clase dirigente no sólo se ocupaban del comercio, sino que lo hacían en francés. De ahí que éstos pasarán entonces a ser llamados «boeuf» y «porc», respectivamente. Un cambio de términos que se ha mantenido incluso hasta hoy, dado que los términos ingleses «beef» y «pork» no son sino pequeñas variaciones de los antiguos términos traídos por los normandos.
¿Y qué pasa con el pollo? Tanto el animal como el preparado son llamados en inglés «chicken». La razón está en que dicha carne, que era consideraba de segunda categoría por los normandos, ni siquiera era objeto de comercio por ellos, los cuales la consideraban insulsa y dado que consumo se daba sólo entre los ingleses, éstos no tuvieron la necesidad de adaptar terminológicamente dicho término ante el desinterés francés.