Beatriz Pascual, bailarina profesional, se declara enamorada de Londres. Esta donostiarra inconformista, saltó todos los obstáculos que encontró en el camino para llevar adelante su pasión: bailar. Tiene en su haber una excitante vida como bailarina profesional, profesora de ballet clásico y profesora de Gyrotonic.
Beatriz es menuda y expresiva, tiene una franca y amplia sonrisa y refuerza su relato con la ayuda de sus ojos y sus manos, llenos de vida. Nos recibe en su estudio para narrarnos su ya larga historia de amor con Londres, donde llegó por primera vez hace 25 años, aunque no fijó definitivamente su residencia en la ciudad hasta hace 18.
¿Por qué Londres?
Tengo muchos motivos. Londres siempre me ha parecido una ciudad de oportunidades, con grandes dosis de imaginación, libertad y dinamismo. Estas características, además de la internacionalidad y la tolerancia que desprende la ciudad, hacen de ella una cuna para la cultura en todas sus modalidades.
¿Cuál fue el camino para llegar aquí?
El del inconformismo. Después de bailar en el Ballet de Zaragoza y en el entonces recién creado Ballet de Euskadi decido dar el salto. Las experiencias que había tenido hasta entonces en España como bailarina no me resultaban satisfactorias. Estaba convencida que existía otra forma de bailar y otra forma de considerar al bailarín como individuo. En mi país me parecía que nos trataban como a niños mayores que se dedicaban a jugar, nos observaban con esa mezcla de condescendencia y proteccionismo. Además de estar muy mal pagado
¿Cómo reacciona su familia ante la decisión de ser bailarina, de saltar a Londres?
Desde el principio fue una lucha interna: A veces cedían, otras se oponían. Buscaban para mí una vida más tradicional, en función de cómo fui educada en casa. Pero gracias a mi tesón conseguí finalmente el apoyo de mis padres.
¿Qué destacaría de su primera etapa en Londres?
Fue vibrante, maravillosa. Londres tenía una vida cultural extraordinaria. Me alojé en casa de un familiar y me pasaba los días tomando clases de ballet e informándome de audiciones a las que asistir. En esa etapa se gestaron muchos proyectos en los que tuve la suerte de participar.
¿Como por ejemplo?
Trabajé para la London Ballet Theatre, una compañía que hoy ya no existe. También me enrolé en un proyecto de baile contemporáneo a cargo del coreógrafo Fréderic Flamand que me llevó durante seis meses a vivir en Bélgica.
¿En qué otros proyectos ha participado Beatriz Pascual?
A mi regreso de Bélgica, me presenté a una audición para el Viena Festival Ballet. Me seleccionaron. Con ellos supe lo que representa trabajar en tour. ¡Muy duro! Recorrimos casi toda Europa, con tren, con autocar. Apenas tiempo para descansar. Muchas veces después de horas sentada en un autocar, tenía que bailar para el público casi inmediatamente, casi sin tiempo para calentar y desentumecer los músculos. Como bailarina en tour solo tuve esa experiencia, nunca más he querido repetir.
Y luego…
A Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. A la compañía CAPAB, donde me contrataron como bailarina de plantilla. Tenía un puesto estable, pero dimití después de un año.
¿Otra dimisión? ¿Qué ocurrió esta vez?
Corría el año 1994. No sé si recuerdas la situación política y social que se vivía por entonces en Sudáfrica, recién finalizada la etapa más dura del apartheid. Me sentí mal, incómoda. ¿Qué hago yo aquí dedicándome al ballet cuando hay gente que muere en los enfrentamientos con la policía para conseguir hacer valer sus derechos? Me decía a diario.
Con tantas idas y venidas, ¿no se sentía siempre de paso en Londres?
¡En absoluto! Nunca me sentí extranjera en Londres. Esta ciudad siempre fue mi casa. Además, después de la experiencia en la compañía de Ciudad del Cabo me di cuenta de lo que realmente me resultaba satisfactorio: ser una bailarina independiente. Ya nunca más volví a presentarme a una audición para ocupar una plaza fija en un cuerpo de baile.
Pero siguió bailando…
Sí. Tuve la suerte de conocer a Michael Ho, un coreógrafo chino que coreografió alguna pieza para mí. También he bailado en Japón, donde sienten auténtica pasión por la danza. ¡Los bailarines allí son tratados como estrellas de rock!
Beatriz se ríe y pone una expresión incrédula cuando recuerda la primera vez que tuvo que firmar autógrafos.
¿Es lo que andaba buscando? ¿Eso es lo que esperaba conseguir del ballet?
Es una de las cosas que soñaba que ocurriera, que se reconociera mi trabajo. No es un secreto que para destacar en el mundo del espectáculo en general y, en mi caso, en el mundo de la danza, es necesario tener un ego importante. Pero el ego bien entendido, el de quererse y sentir que vales. Ese ego hace mantener la tensión necesaria para luchar por lo que deseas, para que las cosas sucedan.
¿Y entre viaje y viaje, vivía en Londres?
Sí, de regreso de Ciudad del Cabo y salvo estos viajes a Japón y otro a EE.UU., ya establecí aquí mi residencia definitivamente. E inicié una nueva etapa profesional.
¿Cuál?
La enseñanza. A partir de la experiencia de impartir clases en Japón me di cuenta de cuánto me gustaba dedicarme a enseñar danza clásica, a transmitir lo aprendido.
¿Cómo dio el paso de bailarina profesional en activo a profesora?
De la mano de mi mentora, Patience Vince, que había sido mi profesora cuando recién llegué a Londres.
¿Entonces ya se dedica exclusivamente a la docencia?
No. Aún me dediqué un tiempo más a bailar. Esta vez en Nueva York donde me enrolé temporalmente en un proyecto para participar en una coreografía contemporánea. Pero lo más importante de la experiencia en Nueva York no fue el baile propiamente. Fue el descubrimiento de Gyrotonic, que cambió mi vida profesional por completo.
¿Y cómo fue eso?
Gracias a su creador, Juliu Horvarth, con quien estuve aprendiendo durante diez meses. No tenía dinero para pagar el curso, pero Juliu me ofreció hacerlo a cambio de trabajar pintando las máquinas específicas de Gyrotonic -sonríe. Para mi Gyrotonic ha significado un redescubrimiento del cuerpo, de su potencial y capacidad de talento. Desde que lo descubrí, aporto mucha más energía a mi danza.
¿Otro proyecto más?
Era un crisol, una cuna para dar la oportunidad a artistas de diferentes especialidades. Un lugar dedicado al arte entendido de forma transversal. Se llamaba ARTELIER y duró siete años. Un espacio circular en el que se podía observar la obra de coreógrafos, bailarines, escultores, fotógrafos. Todos artistas independientes. Al ser un espacio circular, el arte, el bailarín, quedaban al descubierto, sin posibilidad de esconder ni uno solo de sus gestos, observados 360º.
Cecilia Maraimbo.