Más de 3.500 personas habitan en la red de aguas londinenses según la Asociación de Dueños de Botes Residenciales (RBOA en sus siglas en inglés). La gente suele verlo como un modo de vida alternativo, pero ¿es realmente más ecológico vivir en una de estas casas flotantes? Primero hay que diferenciar las dos maneras posibles de vivir en uno de estos barcos: una es permanecer amarrados y la otra es mudarse constantemente parando en amarraderos temporales.
Así es vivir en una ‘casa flotante’
Aquellos que deciden moverse de un lado para otro suelen proveerse con energía de 12 voltios (producida por un motor, generador o bomba eólica), utilizan sólo la calefacción generada gracias a la combustión de madera o carbón y usan un motor diésel para desplazarse de un lugar a otro. Además, suelen contar con un inodoro de compostaje. En cambio, aquellos que atracan en un muelle permanente cuentan con más comodidades, como línea telefónica y corriente eléctrica.
Anna Milsom, cuya casa durante diez años ha sido uno de estos barcos en el canal, el Pea Green Boat, asegura que se vive más en contacto con la naturaleza. «Uno cae profundamente dormido mecido por el agua del canal y los gansos te despiertan por las mañanas picoteando las ventanas pidiendo migas de pan», cuenta. Pero tanto contacto con la madre naturaleza tiene también su parte no tan agradable, sobretodo en invierno.
«Recuerdo que una vez me tuve que cortar un buen mechón de cabello porque se había quedado una babosa enredada en él mientras dormía. Aun tengo pesadillas con ello», cuenta Anna, quien aprendió a dejar bien cerradas las puertas y ventanas la mayoría del tiempo para evitar que estos habitantes del canal se refugiaran del frío dentro de su barco. Sin embargo, ella describe la primavera como una verdadera «reinserción al mundo».
El Narrowboat en la Little Venice de Londres.Viviendo en un barco también se consume menos. Por ejemplo, «al contar con un espacio tan reducido es suficiente media hora de calefacción para que se haya calentado todo», cuenta Anna. Además el tamaño del barco evita el consumismo, pues no hay espacio material para almacenar cosas. También la cantidad de agua que se usa es inferior y es que, como dice Anna, «si tienes que rellenar el tanque del agua cada cuatro duchas, te aseguro que haces que éstas sean cortas y eficientes». El agua del fregadero y la ducha van a parar directamente al canal y por eso la mayoría utilizan detergentes ecológicos.
Una vida cada vez más común
En lo que respecta a los aseos, suelen ser portátiles y cuentan con un compartimento donde se almacenan los residuos que van a parar a los principales sistemas de alcantarillado cuando se vacían. Mucha gente utiliza productos químicos para que los desperdicios se descompongan dentro del inodoro y, aunque existen versiones ecológicas, Anna asegura que éstas «no controlan tan bien el olor».
La vida de barco, a pesar de ser seguramente más dura (requiere, por ejemplo, mucho esfuerzo físico ya que hay que cortar leña y rellenar las bombonas de gas y agua), se ve recompensada por el ambiente de comunidad que se crea. Todos los que comparten el mismo amarradero se convierten en una gran familia. «Muchas veces calentaba el barco con la leña de uno de nuestros vecinos, que era carpintero, traía para todos», cuenta Anna. «Cuando hacía buen tiempo solíamos hacer barbacoas y fiestas juntos. Además, me ayudaron mucho cuando estaba embaraza».
En contra de las 3.500 personas que habitan en los canales londinenses, son aproximadamente ya unas 150 personas las que viven en sus barcos amarrados en el Port Vell de Barcelona. Parecer ser una moda que crece también en España.