Con la vista puesta en 2014, año en que comenzará el repliegue de las tropas británicas que operan en Afganistán, el Reino Unido comienza a hacer balance de lo que ha supuesto su intervención en el país asiático, en un conflicto que se ha prolongado por más de 12 años y que ha redefinido la política exterior británica.
Dicho conflicto se inició el 7 de octubre de 2001, con la ocupación por las tropas Británicas bajo la que fue denominada como «Operación Herrick», en coordinación con Estados Unidos, que lo hizo bajo la bautizada como «Operación Libertad Duradera». El proceso comenzó con una guerra breve, que utilizó básicamente bombardeo aéreo y que fue considerada muy exitosa desde el punto de vista militar. Pese que a que resulta innegable una intervención global en Afganistán, con numerosas naciones y organizaciones internacionales involucradas en el conflicto (no olvidemos que incluso se contó con el amparo de Naciones Unidas), no cabe duda que el proceso fue dirigido en todo momento por Estados Unidos, constituyéndose el Reino Unido en su mayor colaborador y jugando en todo momento un papel de gran importancia.
La segunda parte de la operación comenzó en julio de 2006, cuando la OTAN se hizo cargo del control de la región sur del país, aquella donde los talibanes contaban con un mayor apoyo. Este momento supone un punto de inflexión para Gran Bretaña. Si bien en un primer momento se había previsto que las tropas Británicas serían ubicadas en la provincia de Kandahar, finalmente estas fueran puestas a cargo de la reconstrucción de la región de Helmand. En este punto, muchos analistas coinciden en un fallo de previsión por parte de los mandos militares Británicos. De 3300 efectivos desplegados en dicha zona a principios de 2006 se pasó a 6300 unos meses después, cifra que aumentaba a casi 8000 el año siguiente. A pesar que desde 2011 David Cameron ha iniciado una retirada progresiva de tropas, a día de hoy todavía se mantienen unos 10000 efectivos en Helmand. La guerra de guerrillas librada desde la llegada de las tropas británicas, sumado a la gran extensión de la provincia ha impedido un control efectivo de esta. El número de militares británicos fallecidos desde el inicio del conflicto ha alcanzado recientemente la simbólica cifra de 444. El notable éxito de la primera parte de la operación, así como la experiencia británica en contrainsurgencia en Irlanda del Norte, hacían pensar que militarmente el resultado sería distinto, pero la conclusión alcanzada es que se han cometido fallos en múltiples aspectos, como el cálculo de efectivos necesarios para un dominio real de dicha zona así como una mayor cooperación con las tribus locales.
Desde una perspectiva económica, pese a la ausencia de consenso por la utilización de distintos sistemas de evaluación, resulta innegable el esfuerzo financiero que estos 12 años de conflicto han supuesto para Gran Bretaña. Si bien el Ministerio de Defensa Británico cuantificó los costes militares directos en 20.000 millones de libras desde el inicio de la campaña hasta la primavera de 2013, ha habido muchas voces críticas con dicha evaluación, ya que se excluyeron ciertas figuras, como el coste que supone la asistencia a soldados que han sido heridos en el transcurso de distintas operaciones, o ciertas herramientas que pueden tener un uso dual civil y militar. Otros estudios, como el realizado por el oficial de Inteligencia Militar Frank Ledwidge, elevaron la cifra a más de 37.000 millones de libras. Por otra parte, debe tenerse en cuenta la aportación presupuestaria que Gran Bretaña ha realizado a diversos proyectos de cooperación económica, como los programas de ayuda al desarrollo, sin los cuales la supervivencia de Afganistán se haría complicada.
Por otra parte, pese a que Gran Bretaña no ha retirado formalmente su apoyo al actual presidente Hamid Karzai, no cabe duda del deterioro en las relaciones del primer ministro Afgano con Londres. Karzai, que llegó al poder en 2004 con el respaldo británico y estadounidense, se encuentra al final de su segundo mandato. Una actitud menos colaborativa y las continuas denuncias de corrupción de su gobierno han provocado que David Cameron haya pasado a valorar abiertamente como «positivo» el relevo del primer ministro. De hecho, desde la Conferencia Internacional sobre Afganistán, que tuvo lugar en Londres el 28 de enero de 2010, se mantienen negociaciones con los insurgentes, habiéndose intensificado estas en los últimos meses y apuntando a que estos jugarán algún papel en el futuro panorama político.
Pero es el punto de vista social aquel en el que el gobierno de su Majestad quiere incidir. No cabe duda que la presencia de tropas internacionales ha sido pareja a una mejora en las condiciones de vida de los afganos, especialmente en zonas del sur como Helmand. La construcción de infraestructuras básicas, como hospitales, escuelas o una mínima red de carreteras ha sido percibida positivamente por la población civil. Asimismo, una creciente participación de las mujeres en la vida pública marca un antes y un después en la vida de aquellas, cuya presencia en escuelas, universidades e incluso el Parlamento y la televisión pública ha crecido exponencialmente, dando lugar a una situación que era inverosímil hace 10 años. Sin embargo, el fracaso es más que notorio en cuanto al tráfico de opio. Una de las razones por las que Tony Blair justificó la invasión de Afganistán fue detener la producción de opio por parte del país asiático. En el último estudio realizado por Naciones Unidas se denunciaba que la producción de opio para este año estaba cerca de su máximo histórico, alcanzado en 2007. El cultivo de amapolas vuelve a poblar el sur del país, estando presente no sólo en zonas de las que había sido erradicada, sino que incluso se ha instalado en zonas en las que antes no existían. Se calcula que pese a los esfuerzos, más del 90% de la heroína que se vende en las calles británicas sigue siendo de procedencia afgana. Gran Bretaña, como el resto de países de la coalición, ha fracasado en su lucha contra el narcotráfico en Afganistán. El sistema de incentivos para cultivos alternativos para los agricultores locales puesto en marcha por el Reino Unido no se ha mostrado efectivo, porque con dificultad pueden ofrecer a estos unos ingresos equiparables a los que supone trabajar con opiáceos.
Aumentan las dudas sobre cuál será el futuro de Afganistán una vez que las tropas Británicas (junto a las americanas y el resto de países) se hayan retirado. Sin ayuda externa, no se descarta que los talibanes recuperen Kabul, o incluso que el país comience una guerra que enfrente a las distintas tribus y etnias. No se puede negar que el conflicto afgano influye en la política británica actual, y que incluso el papel jugado en Irak o el reciente NO del Parlamento Británico a la intervención en Siria se deben en parte a lo acontecido en Kabul. En cualquier caso, el Reino Unido presenta un balance de su intervención lleno de claroscuros, que para algunos legitima dicha intervención mientras que para otros certifica el error que supuso la invasión.