La última e inusual película en la carrera de Tim Burton comienza con un extraño (por simplista) apunte que Andy Warhol lanzó a santo de las pinturas del impostor Walter Keane: “Si sus obras fueran tan malas, a la gente no les gustaría”. Una máxima curiosa e interesante por sí misma que casi relega a Big Eyes a un segundo plano mucho menos atractivo.
Interesante porque, conociendo el volumen artístico de Warhol, que no es completamente del gusto de todo ciudadano de a pie y sí de los connaisseurs con más “pedigrí”, propone una reflexión sobre lo que es y no es el arte…e incluso invita a pensar en si las palabras del pintor de Pittsburgh escondían un tono socarrón. Tengo mis dudas sobre si Burton juega también con esa ironía al incluirlas al comienzo de esta, por otra parte, (casi) inapetente cinta, pero no deja de resultar inquietante.
[pullquote]Poco hay que reprocharle al estilo sobrio y realista empleado, a pesar de que no sea el método reconocible por sus fans[/pullquote]Años 60. Después de romper con el marido, Margaret (Amy Adams) pone rumbo a San Francisco con su hija para buscar la felicidad. De aspecto tímido y sosegado, la joven pintora, ya libre de su esposo, comienza a trabajar dibujando cunas, y al mismo tiempo pretende hacerse un hueco en el mundo del arte vendiendo en la calle cuadros de lo que será su “marca de fábrica”: niños y niñas de imaginarios ojos enormes. Walter Keane (Christoph Waltz), un pintor vividor y con aires bohemios, descubre el filón en los trabajos de Margaret y no tarda demasiado en seducirla, convenciéndola incluso para que las pinturas se vendan como si el autor fuera él y no ella. El nuevo matrimonio conseguirá un éxito rotundo hasta que toda la verdad salga a la luz.
Scott Alexander y Larry Karaszewski, pareja de guionistas detrás de Big Eyes y conocidos por haber formado una trayectoria llena de biopics (Man on the Moon, Ed Wood, El escándalo de Larry Flynt) apelan a la convencional inserción de sketches serios, episódicos, en este tipo de tramas biográficas para reflejar los hechos más relevantes en las vidas de los protagonistas. Y añado, si hay una película en la que Burton no da rienda suelta a su poderío imaginario, es esta, hasta el punto de que el film podría pasar perfectamente como TV movie para la HBO, por decir un canal partidario de telefilms de calidad pero faltos de personalidad detrás de la cámara.
No es este el lugar para contar todos los detalles de los sucesos acontecidos, para eso ya está Wikipedia (no pun intended). Centrándome en el universo visual creado por Burton para la ocasión, poco hay que reprocharle al estilo sobrio y realista empleado, a pesar de que no sea el método reconocible por sus fans. Cumplir…cumple, como un artesano; es pulcra, pero desanimada en ocasiones. Hasta Ed Wood (1994) tenía momentos fantasmagóricos dignos de la más alucinante epopeya larger-than-life. Aquí nos encontramos con una puesta en escena cercana a Mad Men (por razones obvias referentes a la época en la que transcurre), colores chillones, tabaco y fotografía californiana. Dicho esto, el director norteamericano sí despunta en varias set pieces, como aquella en la que un rico italiano pregunta por la autoría de uno de los cuadros expuestos en el restaurante de Banducci (el siempre genial Jon Polito) o cuando Walter ataca al crítico John Canaday (Terence Stamp). La mayoría de los problemas de Big Eyes reside en el libreto de Alexander/Karaszewski y en el infructuoso uso de algunos actores.
Se observa celeridad en la narración. Tanta, que en los primeros minutos ya vemos como Walter le pide matrimonio a Margaret. Hay mucho que contar, y se intuye que a los responsables de la película (entre ellos el magnate del cine Harvey Weinstein) no les interesa que la duración se vaya de las manos. Y es precisamente esa rapidez lo que impide un estudio psicológico más profundo de la pintora –al acabar la proyección nos quedamos con la sensación de no saber cómo es ella, qué quería, qué escondía, qué ambiciones tenía- o de disfrutar con otros personajes muy desaprovechados, como el envidioso Ruben (Jason Schwartzman) o DeeAnn (una excelente Krysten Ritter). Mención especial merece Christoph Waltz, que debido a su histriónica y teatrera actuación -terrorífica, también- suena chocante que fuera tan poderoso como relaciones públicas. Pequeños y grandes pormenores que lastran lo que podría haber sido una obra mayúscula nacida de tan jugosa e increíble historia.
https://www.youtube.com/watch?v=IQ1a-3OKwcg