En 1994, después de haberse tuteado con licántropos en En compañía de lobos (1984) y espectros en la embarullada El hotel de los fantasmas (1988), el director irlandés Neil Jordan se involucró en la adaptación cinematográfica de la célebre novela Entrevista con el vampiro, escrita por Anne Rice. La película, protagonizada por Brad Pitt y Tom Cruise, fue todo un éxito, más artístico que comercial. El realizador vuelve al sub-género de chupasangres con Byzantium (2012), menos ambiciosa que su anterior incursión en el tema pero sí una propuesta mainstream que se distancia de los clichés vampíricos y un poco (no mucho) de la saga Twilight.
Clara (Gemma Arterton) y Eleanor (Saoirse Ronan) son dos vampiras, madre e hija, destinadas a vivir eternamente. Como todos los vampiros, o sea. No les crecen los colmillos, solo la uña del dedo gordo de la mano, con la que punzan la carne de los pobres mortales. Dos siglos después de que fueran convertidas en la cueva de una misteriosa isla, ahora deben integrarse en la sociedad actual, la de los móviles y la crisis bancaria. La tarea de supervivencia no es fácil. La comunidad de vampiros, todos hombres y liderada por Darvell (Sam Riley), no permite que existan seres femeninos entre el grupo.
Las jóvenes necesitan un lugar donde ocultarse, y nada mejor que aceptar la invitación –tienen que ser invitadas; detalle común con otras obras del género- del apocado Noel (Daniel Mays) a su casa y antiguo hotel de nombre Byzantium. Mientras Clara se dedica a la prostitución, Eleanor opta por el romanticismo y conoce al chico que cambiará su vida, Frank (Caleb Landry Jones).
Basada en la obra de teatro de la poco-conocida-por-el-gran-público escritora y actriz Moira Buffini, Byzantum no termina de convencer debido a sus abundantes y cargantes ramificaciones del relato y escasa profundidad de las mismas por parte de la guionista (Buffini) y Jordan. Dicho esto, mejor no rezar tampoco por un director´s cut que añada más metraje, ya que si hay algo en lo que destaca la película es en su inducción al aburrimiento. Sí, no están mal las escenas de Saoirse Ronan tocando el piano, pero nada en absoluto aporta a la historia o al interés del espectador. Momento ese, u otros en los que contemplamos a los personajes pasear, que pretenden sin duda dar un aura de adultez al conjunto, de intimismo sin chicha. Y es que, ya que hemos visto en los primeros minutos a la explosiva Gemma Arterton separar con crueldad la cabeza del cuerpo de uno de sus enemigos, lo que queremos es…ver más sangre. No solo de la superficie gótica vive la audiencia.
Más cercana a Déjame entrar (2008) y a El ansia (1983) que a Blade (1998) o, también, Entrevista con el vampiro, Byzantium reposa sobre la melancolía efectista de su apartado técnico: la catarata de sangre cuando los personajes se convierten en vampiros, la poderosa fotografía de Sean Bobbitt, los elegantes trackings de cámara siguiendo a los protagonistas o la omnipresente banda sonora del español Javier Navarrete.
Interesante podría haber sido conocer algo más de la personalidad de Ruthven (un excesivo Johnny Lee Miller), o de la hermandad de vampiros que pretenden repartir justicia por el mundo (sic), o ahondar en la transformación emocional y física del nervioso (y viscoso) adolescente Frank. Neil Jordan tenía la oportunidad perfecta de regresar al cine fantástico por la puerta grande. Lástima que solo se quede en un insuficiente intento de encontrar de nuevo su «mojo».