A pesar de estrenarse oficialmente en Inglaterra el 8 de febrero, la última obra de Pablo Larraín ha ido teniendo una selección de screenings en diferentes cines de la capital inglesa desde que se presentara en el London Film Festival del año pasado.
Situada en el final de la década de los 80 y en el final de la dictadura chilena de Pinochet (muerto en 2006), la cinta protagonizada por un excelente Gael García Bernal viene avalada por una gran acogida crítica y por ser la primera película de aquel país nominada al Oscar.
Chile, 1988, fecha en la que se celebra el referéndum convocado por el mismo Pinochet (dicen los expertos que probablemente por la presión internacional) para preguntar al pueblo si debía o no quedarse en el poder o citar elecciones democráticas. El dictador se había mantenido en lo alto de la cúpula desde el golpe de Estado en 1973. René Saavedra (Bernal), un eficiente publicista, es llamado para ocuparse de la campaña del No a Pinochet, aunque no lo tendrá nada fácil debido a las amenazas y persecuciones a las que se verá sometido por los que no quieren ver la caída del autócrata.
No deja de ser curioso el parecido entre ‘No’ y ‘Argo’, de Ben Affleck. Las dos nominadas al Oscar de mejor película (la chilena en la categoría de película extranjera); las dos con un protagonista con barba (y no muy adicto a sonreír tampoco); las dos con una textura visual televisiva y las dos hablan de la manipulación de los medios audiovisuales para conseguir propósitos políticos. Dos filmes que, salvando las distancias geográficas, nos entregan historias con filtro de comercialidad y reflexión a partes iguales.
No es una producción más para el cine chileno
El gusto por el cine de género de Larraín –criado en los años 80, con lo que eso conlleva para sus señas de identidad cinematográficas- es más que evidente, algo que ya se pudo ver en sus anteriores Post Mortem (2010) y Tony Manero (2008), mezclas de thriller con barniz de cine comprometido…o viceversa. No resultaría raro ver en un futuro a este rompedor director chileno (rompedor en cuanto a su internacionalidad ganada a pulso) jugando en la fábrica de Hollywood y ubicado finalmente en el star system norteamericano.
Y, aunque para No, se decidió a usar cámaras de televisión, dándole un aire de publi-reportaje a todo el conjunto ya de por sí abundante en clips reales sacados de los meses televisivos del plebiscito, lo cierto es que su maestría en el ritmo y audacia en las escenas de «acción» (pocas, eso sí) muestran de forma notoria que estamos ante un realizador muy a tener en cuenta que, además, no le hace ascos al humor más sutil en los momentos dramáticos.
Brillantes son las secuencias en las que Saavedra (personaje inventado que representa a todo el equipo que participó en la campaña contra el dictador) se niega a hacer videos llonores, lastimeros, o ese final en el que el protagonista se aleja después de la victoria, haciendo mutis por el foro…porque, para él, solo era un trabajo más. Sin duda, No, dista de ser un trabajo más para Pablo Larraín y el cine de Chile.