Después de la frustrante Spiderman 3 (2007) y la simpática Arrástrame al infierno (2009), Sam Raimi vuelve a la pantalla grande como director con un caro juguete sin alma para todos los públicos y que, ni mucho menos, se encuentra entre lo mejor del realizador de aquella obra maestra llamada Darkman (1990).
Oz, un mundo de fantasía (2013) arranca con fuerza, eso sí, e incluso durante toda la primera hora da la sensación de que el producto podría acercarse a la subestimada Oz, un mundo fantástico (1986), creando un experiencia visual pesadillesca, oscura y enigmática digna de otros clásicos del ¿subgénero? de «universos paralelos fascinantes» como Alicia en el país de las maravillas (versión Disney, y terrorífica aún vista hoy), Cristal Oscuro o Dentro del laberinto. Por desgracia para los amantes de la estética lóbrega, el filme de Raimi solo tiene (casi) en común el título en español con el del 86 protagonizado por una jovencísima Fairuza Balk. Raimi se acerca aquí a la sensiblería más ramplona e insultantemente gratuita hasta para un púber (sobre todo en la larga y tediosa parte final) y muy singular por venir del director que viene (v.g. Posesión infernal).
Blanco y negro y con imagen en 4/3, Raimi y sus dos guionistas nos presentan a Oz (antipático y forzado James Franco), un mujeriego mago con talento cuyo anhelo tiene que ver más con lo económico que con maravillar al público. Para ello cuenta con la inestimable ayuda de su ayudante Frank (Zach Braff) y algunos buenos trucos de magia. Después de tener una triste conversación con la chica que de verdad le vuelve loco, Annie (Michelle Williams), Oz queda atrapado en un fuerte tornado que le transportará junto a su gran globo al país de mismo nombre que el protagonista.
En el colorido y extravagante universo de Oz, ya en espectacular formato panorámico, el ambicioso prestidigitador se topa con Theodora (Mila Kunis, guapa pero decaída), maga, de verdad de la buena, que lo tomará por el salvador y protector del exótico lugar…aparte de enamorarse del guaperas. El problema es que Oz se enamora de todas, y lo mismo le mola Theodora que su hermana Evanora (Rachel Weisz, lo mejor del filme) o que la bondadosa y valiente Glinda (de nuevo Michelle Williams). Entre flirteo y flirteo, nuestro «héroe» se hace amigo de un mono volador (voz de Braff) y una encantadora niña de porcelana (lo segundo mejor del filme). El descubrimiento de esta última da paso a una de las escenas más atractivas: Oz encuentra a la chica oculta entre las sombras, con las piernas rotas, y él utiliza su bote de pegamento para pegárselas y devolverlas a su sitio. Es un momento remilgado, pero el que esté acompañado por la extrañeza e incertidumbre que el diseño de la niña ocasionan en la mente del espectador hace que la secuencia sea encantadora a la par que misteriosa.
No deja de ser curioso que a pesar de que el país de Oz tiene el nombre del mago, que el mono cuenta con la voz de Frank y que la bruja buena es la actriz que interpreta a su antigua novia antes del tornado, Sam Raimi y muchísimos críticos se nieguen a reconocer algo tan manifiesto: que todo lo que ocurre es un sueño. Es probable que esta negación de lo evidente se deba a que tendrían que explicar por qué Oz tiene el mismo sueño que Dorothy en El mago de Oz (1939), de la cual el filme de este artículo es una precuela. Ellos sabrán.
Oz, un mundo de fantasía se lanza a medida que avanza el metraje a la banalidad más absoluta por culpa de un mediocre guión lleno de clichés ( ese duende negro con mal carácter interpretado por Tony Cox), de estereotipos y un casting equivocado, empezando por el desafortunado James Franco, que bastante ha esparcido ya cal y arena en toda su filmografía, y una Mila Kunis fuera de lugar como bruja mala (mucho peor cuando pasa al verde), ¿acaso no era Rachel Weisz precisamente la indicada para ese papel en vez de la bajita y sin carácter chica de Family Guy? Bueno, vale, los efectos especiales son brillantes (¡qué menos ante un blockbuster de estas características!) y, sobre todo, en la primera parte de la cinta aprovechan con criterio el 3D.
Quitando el claro referente al «Ello» freudiano en el personaje de Oz y su particular mundo paralelo, la tridimensionalidad de los otros acompañantes brilla por su ausencia, obviándose en todo momento cualquier síntoma de profundidad…aunque, en realidad, tampoco importa mucho teniendo en cuenta al público al que parece ir destinado la película. Hay cameos de Bruce Campbell y Ted Raimi (ya habituales en los trabajos de Sam) y Danny Elfman vuelve a hacer esa musiquita que tanto nos gusta y que nos recuerda sus fanfarrias para Eduardo Manostijeras o Spiderman.