Extraño caso el de Jay Roach, director que lo mismo se encarga de comedias chuscas como las de Austin Powers que de productos televisivos serios, de impronta política y social. Ya está preparando otro de estos últimos, por cierto, con Bryan Cranston en la piel del ex presidente de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson.
Cranston es precisamente el protagonista de Trumbo, una de las serias de Roach y por la que el mítico Heisenberg de Breaking Bad está nominado al Óscar. ¿Hay algo más destacable en la película? No mucho.
Dalton Trumbo fue un guionista importante en el Hollywood de los años 40, además de serlo en lustros posteriores escondido bajo seudónimos, eso sí, ante el temor de que su implicación en ideologías y grupos comunistas lo vetara para entrar de nuevo en los estudios importantes. Trumbo fue el líder de la famosa lista negra de los 10. También escribió libros y dirigió, siendo el responsable de uno de los alegatos antibelicistas más crudos del séptimo arte, Johnny cogió su fusil (1971).
En su intensa vida se las vio con John Wayne (David James Elliot) o Sam Wood (John Getz), pesos pesados de la cinematografía yanqui y defensores acérrimos del sistema capitalista norteamericano, el American Way of Life. Trumbo no estuvo solo en su lucha por sobrevivir en la industria. Su leal mujer, Cleo (Diane Lane), y sus hijos lo apoyaron en todo momento.
John McNamara, guionista de Trumbo, cuenta lo anterior y más en su primera incursión para la gran pantalla después de una larga carrera en televisión, en la cual sigue todavía. Este detalle confirma que la película de Jay Roach se acerca más a las TV movies de la HBO que a una obra para el cine. No es un defecto grave, desde el sofá se ven a diario cosas mejores que desde una butaca, pero tiene sus limitaciones si no contamos con un director inspirado y ambicioso.
La plana realización de Roach no ayuda, siendo una mera y poco imaginativa sucesión de imágenes sin brillo. Es probable que Roach pensara que en este caso había que dejar trabajar a los actores y ya está, que ellos mismo levantarían la función. Algunos lo consiguen, empezando por Cranston, bien acompañado por el genial Michael Stuhlbarg (que hace de Edward G. Robinson), intérprete que merece mayor reconocimiento del que tiene. Otros están deslucidos por falta de líneas y escenas, como Diane Lane o John Goodman. Trumbo no aburre porque cuenta mucho en poco tiempo, lo cual encaja en el grupo de entretenimientos vacuos.
Trumbo es una película amable, inofensiva, tal vez demasiado, teniendo en cuenta las duras circunstancias en las que se desarrollaron los hechos reales y toda la profundidad que se podría haber extraído de los sucesos. Esa «abusiva» abstracción de la realidad por parte de los creadores del film permite además que se incluya un personaje que no existió, Arlen Hird, interpretado por Louis C. K. en un absoluto error de casting y definitivamente lo peor de la producción.
El problema no es poner a alguien inventado, es válido si se mantiene la esencia del mensaje o acerca la empatía del espectador. El problema es que no se tiene ninguna sensación de peligro, de dolor, de tragedia, de drama. Por ejemplo, cuando Trumbo entra en la cárcel. Habría hecho las delicias de Frank Capra. En una de las secuencias menos afortunadas, el personaje principal le cuenta a su hija de forma sencilla lo que significa ser comunista. Esto no estaría mal si se entrara en el meollo durante el resto del metraje, en los verdaderos sueños sociales y políticos del escritor y sus amigos. Hubiera sido relevante, sin duda, configurando un film fondo, no con buenos y malos, sino con grises y significativo. Trumbo es un biopic “pa tós”, de los que gustan en USA, emotivo en partes pero frívolo en su conjunto.