Dos horas y veinte minutos a través de una sola toma, sin interrupciones, ni 3D ni CGI. Un puñado de excelentes interpretaciones (con diálogos improvisados siguiendo la base de las cortas diecisiete páginas del guion) y el espectacular pulso cinematográfico del realizador alemán Sebastian Schipper son suficientes para que Victoria sea un thriller fresco y electrizante. Una obra de arte de sofisticadísima simpleza que llega ahora a los cines ingleses.
Berlín, 4am, flashes iniciales de discoteca, «pum pum pum» de música trance. La cámara se interna entre los que bailan en la pista hasta quedarse con una chica joven, española, dándolo todo, sonriente, feliz. Es Victoria (Laia Costa), temeraria barcelonesa con cara de niña buena que vino a Alemania para buscarse la vida, huyendo de un pasado en el que las clases de piano, la poca relación social y los sueños rotos eran una constante. Esta noche, en la disco, conocerá a un grupo de cuatro chicos, encabezado por Sonne (Frederick Lau), lo pasará bien en el silencio callejero mientras el mundo duerme, se harán colegas. Lo que Victoria no sabe es que sus nuevos amigos son unos ladrones algo incompetentes que la llevarán a una frenética y dramática aventura, y nosotros la viviremos con ella en tiempo real.
[pullquote]El tono documental, necesario, despliega la trama con brillantez, vemos evolucionar a los personajes de manera natural y sin aspavientos artificiosos.[/pullquote]Victoria, digámoslo ya, es una poderosa, hipnótica y visceral maravilla que se mete en la piel del espectador hasta mucho después de salir de la sala. Si hay algo que pudiera ser más emocionante que esta película alemana por la que ningún productor daba un duro, eso sería el making of del rodaje. Victoria es un milagro que salió después de dos únicos ensayos, y a la tercera fue la vencida. No es la primera película que se ha filmado sin cortes, siendo El arca rusa (2002) la más famosa de ellas. Si aquel film de Aleksandr Sokúrov se concibió en un entorno cerrado y controlado por veintidós ayudantes de dirección, el de Schipper se desarrolla al aire libre, donde cualquier cosa puede pasar. No dudo de que en el subconsciente del público eso contribuye a que entren ganas de morderse las uñas en las secuencias con más suspense.
Schipper y el director de fotografía, Sturla Brandth Grøvlen, que además se ocupó de llevar la cámara Canon C300 durante la mayor parte del rodaje, siguen a los protagonistas por la madrugada berlinesa andando, corriendo, montados en el coche que conduce la misma Victoria, huyendo de la policía, y todo ello sin que notemos ningún error. La logística, los asistentes de sonido en zonas puntuales de la acción y los cortes de algunas calles para que no hubiera interferencias en la realización funcionan finalmente como un reloj suizo, o alemán, en este caso.
Técnicamente perfecta sin necesidad de conservantes ni colorantes. Victoria no se queda ni mucho menos en la superficie, aunque ese magnetismo del contenido no se pueda entender sin la forma en la que el film está rodado. Es un círculo perfecto y sin fisuras. El tono documental, necesario, despliega la trama con brillantez, vemos evolucionar a los personajes de manera natural y sin aspavientos artificiosos, sufrimos con ellos, queremos que todo les salga bien, que a Victoria no se le pare el coche cuando están robando el banco, observamos el amanecer del nuevo día después de la pesadilla nocturna. Laia Costa, a la cual hemos podido ver en Palmeras en la nieve y la serie Carlos, Rey Emperador, se ha llevado merecidos galardones por esta sensacional actuación llena de matices, risas y lágrimas. Vayan al cine.