El polifacético Winston Churchill nos dejó multitud de citas para la posteridad. En una de ellas, cargada como era habitual de una buena dosis de humor ácido, definió a sus vecinos como “un poco raros, dado que se niegan a ser ingleses”. Frase que ilustraba a la perfección la actitud un tanto desdeñosa que el político mantuvo hacía los irlandeses, pero que durante la Segunda Guerra Mundial se volvió contra él mismo.
En 1939 el gobierno de Neville Chamberlain declara la guerra a Alemania. De este modo el Reino Unido plantaba cara a un Tercer Reich que ya había invadido Polonia. Con la intención de frenar el avance de las tropas hitlerianas, el país anglosajón solicita a todos los países de su entorno que se sumen a su causa. Entre ellos se encontraba Irlanda, país que pese a estar unido históricamente al Reino Unido había logrado su independencia poco menos de dos décadas antes. El neoyorkino Éamon de Valera, entonces presidente de la República de Irlanda, declaró la neutralidad de su país en dicho conflicto, algo que según los historiadores de la época hizo que Winston Churchill, entonces Primer Lord del Almirantazgo, estallara en cólera. Reino Unido se resignó, por el momento, a no contar con el apoyo del país vecino.
Por aquel entonces Irlanda era uno de los países más pobres de Europa. Su economía era básicamente agrícola, y apenas contaba con recursos naturales. Aunque políticamente era un estado soberano, lo cierto es que económicamente seguía siendo tremendamente dependiente del Reino Unido, del cual importaba numerosos bienes. Y dado que la vía diplomática no funcionó, era en el terreno económico donde el Reino Unido creyó que podía jugar una baza menos ortodoxa.
El 10 de mayo de 1940 Winston Churchill es nombrado Primer Ministro. El estadista, que consideraba la neutralidad de Irlanda como una traición, dio la orden de cortar todos los suministros a dicho país. Su plan pasaba por asfixiar al país vecino, consiguiendo de este modo que el gobierno de Éamon pasase a apoyar al bloque aliado. El bloqueo comercial que afectaba a bienes como gasolina, carbón, cereales o fertilizantes tuvo un efecto casi inmediato, y la economía se derrumbó. 1941 es recordado como un annus horribilis; la situación era muy delicada, con hambrunas y numerosas revueltas, y todo apuntaba a que antes o después se tendría que ceder a las pretensiones británicas. Sin embargo, a principios de 1942, en un último movimiento (con consecuencias inesperadas), el gobierno irlandés decidió que para preservar la fabricación de pan con el que alimentar a sus ciudadanos se prohibía la exportación de cerveza.
La actitud maquiavélica del premier británico cambió drásticamente. La total ausencia de Guinness provocó multitud de disturbios en Belfast y otras partes del Reino Unido. Además, las críticas se extendieron entre los soldados del frente, que además de sufrir el desgaste típico de la guerra se quedaban sin la posibilidad de disfrutar de una pinta de cerveza negra. Dado que el interés del gobierno británico pasaba por evitar la conflictividad social y mantener la moral de las tropas alta, se firmó un acuerdo casi inmediato entre ambos países para reestablecer el intercambio de cereales.
De Valera entendió que Guinness podría ser utilizada por Irlanda como su baza contra la actitud británica. Pocos meses después, de nuevo se volvió a prohibir la exportación de cerveza argumentando que la escasez de carbón hacía imposible satisfacer al mercado local y cubrir un mínimo de exportaciones. Y como la anterior vez, el gobierno británico decidió facilitar más carbón para Irlanda a cambio de garantizar un cupo de barriles de Guinness.
En los meses que restaron de conflicto este patrón se fue repitiendo, siempre con la excusa de que Irlanda necesitaba de uno u otro bien a fin de mantener la producción deseada de cerveza. Con la intervención de Estados Unidos y el creciente papel de Rusia la necesidad de contar con un aliado como Irlanda se hizo menor. Poco antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial Irlanda había reestablecido la producción de patatas, cereales… y cerveza Guinness, gracias a la cual pudo garantizar su neutralidad.
Enhorabuena por el artículo Antonio, me encanta este tipo de historias, he disfrutado mucho leyéndola.
Un saludo.
Mil gracias por su comentario José Ramon, un saludo para usted también
Gran historia! Muestra cabal de la elocuencia discursiva y, al mismo tiempo, del pragmatismo de los anglosajones. Gracias por contarla.
Pragmatismo anglosajón y mala leche por parte de Churchill a partes iguales, gracias por su tiempo Don Lisandro.