A día de hoy una de las decisiones que más nos repercute a nivel personal es la elección de un trabajo. En la mayoría de los casos, determina nuestro estado anímico, nuestra actitud frente a las vicisitudes e incluso moldea nuestro carácter.
Es algo que nos acompaña jornada tras jornada, una tarea que, si nos agrada de verdad, ayuda a recomponernos de los varapalos que se anteponen en nuestro camino. Puede llegar a ser la despreocupación de nuestras ocupaciones, aunque suene rocambolesco. Ya lo afirmaba Confucio: «Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida».
Todo esto siempre viene ligado a ese «Estudia y llegarás lejos» dictado por familiares, a la búsqueda insaciable de la titulación universitaria idónea que se adapta a tus gustos y aptitudes, y a las ansias por adquirir cierta experiencia en esa piscina de pirañas llamada mundo laboral.
Pero lo dicho se voltea y se convierte en bellas florituras que adornan nuestra utopía social. El marco contextual en el que el ser humano se mueve se ve limitado por una crisis económica donde las oportunidades se vislumbran desde la frontera de España. Las nuevas generaciones no tienen elección. Coger las maletas, olvidarnos de nuestra zona de confort y salir del país.
Aunque el hecho de salir fuera no augura el éxito profesional, las posibilidades de conseguir un trabajo aumentan, sí. Pero lo que mejora es la cantidad de ofertas, no la calidad de ellas. Esclavizamos nuestro tiempo para ganar un sueldo que no nos aporta ni la mitad del beneficio del que damos para conseguirlo. Se lo vendemos al diablo con intereses. Y así nos pasa…nos agarramos a un clavo ardiendo para quemarnos en el averno.
Suena fuerte, pero es la cruda realidad. La sociedad de jóvenes cualificados se ve obligada a ser una «fuga de cerebros» por una retribución que no le llega ni a la altura del betún en cuanto a formación académica se refiere. Más pérdidas para el país desaprovechando futuras promesas.
Y no solo hablo de ellos. Hablo en nombre de todos. Hablo por esas familias que luchan constantemente para que sus hijos reciban una educación digna y tengan al menos un trozo de pan para meterse en la boca. Hablo por los padres que no tienen vida por llegar a fin de mes. Hablo por ese universitario frustrado que ha acabado su carrera y es consciente de que es prácticamente imposible encontrar trabajo de su especialidad. Hablo por el que no lo es y prefiere volar fuera de su tierra antes que arrodillarse suplicando en ella. Y hablo también por el que quiso estudiar y no pudo, posicionándose en las mismas condiciones que el resto.
El futuro se ve con gafas manchadas porque España nunca ha querido limpiar sus cristales. Y es una pena, porque a raíz de eso la nación y los ciudadanos solo encuentran trabajos ensuciados de condiciones precarias, salarios paupérrimos y vidas inexistentes.