El billete de ferrocarril que permite viajar sin límites por todos los países de Europa cumple cuatro décadas
Hace 40 años, en una Europa llena de fronteras, sin moneda común y en la que los vuelos low cost no se podían ni imaginar, nacía una idea con el objetivo de animar a los jóvenes a descubrir nuevas culturas y tender puentes entre los ciudadanos del Viejo Continente. El proyecto consistía en un billete de tren barato que permitía a los estudiantes menores de 21 años viajar sin límites durante un mes, tomando todos los trenes que quisieran a lo largo de los 21 países, que en un principio abrazaron esta idea. El 1 de marzo de 1972 se puso en marcha el denominado InterRail -nacido con motivo de la celebración del medio siglo de la Unión de Ferrocarriles Internacionales-, el que en su primer año de vida ya fue un éxito: más de 85.000 viajeros se subieron a ese nuevo proyecto.
Desde aquéllos primeros viajeros, la cifra no ha hecho más que aumentar en estas cuatro décadas, y en 2011 fueron 250.000 los aventureros que se decidieron a pasar sus vacaciones recorriendo Europa a bordo de un tren. Pero desde 1972 el InteRail también ha sufrido algunos cambios: Pasó de ser un billete sólo para jóvenes a un pase que pueden comprar ciudadanos de cualquier edad; de ser un billete de un mes de duración con sólo 21 países participantes, a dividirse por zonas y días de utilización, pudiendo viajar en todos los trenes de más de 30 países.
En estos años ha cambiado hasta el nombre, ahora se llama InterRail Pass, pero lo que sigue intacto es el espíritu: la oportunidad de viajar y conocer otras culturas de manera asequible, de hecho eso es lo que empuja a miles de viajeros a subirse al tren cada verano. «Decidí hacer el InterRail porque era una forma barata de moverse por Europa y también flexible que te permite improvisar, variar el recorrido pensado o los tiempos», asegura Eva Diest, quien viajó en 2003 recorriendo Italia, Grecia, Turquía y Eslovenia.
Mucho han cambiado las cosas desde 1972, cuando la comunidad internacional vivía pendiente de la Guerra Fría y Berlín se encontraba dividida por el muro que separaba el este y el oeste. Entonces los viajeros tenían que llevar planeado cada minuto del viaje, recorrían las ciudades plano en mano, y buscaban cabinas telefónicas para llamar a casa. Hoy es posible moverse sin necesidad de pasaporte e incluso a golpe de tarjeta de crédito. Los viajeros del siglo XXI se pierden menos gracias al GPS, guardan los contactos de la gente que van conociendo por el camino agregándolos a Facebook y cuentan su aventura en blogs.
Hoy viajar es más fácil, pero cada año son miles las personas, sobre todo jóvenes, los que eligen el romanticismo del tren para recorrer Europa de punta a punta. Con una mochila llena de pan de molde y latas de atún, un móvil con 3G y mucha ilusión, cada año son miles los viajeros que compran este pasaje para vivir una auténtica aventura y es que todo aquél que se sube al InterRail coincide en que repetiría porque «es una experiencia increíble y diferente a cualquier otro viaje», como asegura María Pérez, que se subió al tren el año pasado para recorrer Austria, Hungría, República Checa, Eslovenia, Bosnia, Croacia, Italia y Suiza. Ella llevaba todos los hoteles, hostales y albergues planeados de antemano, y convirtió su viaje en una aventura gastronómica «aunque comí muchos bocadillos, intenté probar toda la comida típica de cada lugar». Al contrario que María, Pere Mallén no llevaba nada planeado y decidió hacer el InteRail sólo tres días antes de salir de viaje en 1999. «Fuimos con la idea de ir a Viena y luego improvisamos el viaje completo, según los trenes disponibles y lo que nos apeteciera». Así llegaron a recorrer Suiza, Austria, República Checa, Hungría y Alemania, «hasta que se nos acabó el dinero». Y es que precisamente el presupuesto es lo más difícil de ajustar para los viajeros. Aroa Pérez, que hizo el viaje en 2001, llevaba «unos 20 ó 30 euros al día para alojamiento y visitas turísticas. Intentamos ahorrar en la comida. Llevamos embutido envasado al vacío, pan de molde, latas de atún y barritas energéticas para hacer solo una comida ‘de pago’ al día».
Planeado o no, con mayor o menor edad o presupuesto, el InteRail siempre es una aventura llena de anécdotas. Pere Mallén destaca «el placer de viajar en el tren, y la diferencia de los trenes según el país. Y la sensación de pasear por Berlín, cuando llegamos, fue muy emocionante, parecía irreal. Ver el Reichstag fue un impacto muy grande para mí. Al no tenerlo planeado, es muy emocionante encontrarse de repente en un lugar que no creías que ibas a ver». María Pérez destaca el miedo que pasó en Sarajevo «buscando el Túnel de la Esperanza, nos perdimos y pasamos a pie por lugares bastante abandonados e inquietantes, hicimos amistad con un perro abandonado y un anciano ciclista, los cuales cada uno a su manera, nos ayudaron a encontrar el camino».
En la misma ciudad , -relata Peréz-, «en un trayecto en autobús, un hombre que supusimos que era un antiguo soldado, enloquecido, daba órdenes a todos con golpes y gritos. Creímos que estaba trastornado por la guerra y fueron momentos realmente tensos. Sobre todo porque nos bajamos de bus para subir a otro y él volvió a subirse al nuestro». Aroa Pérez recuerda algo que le pasó en el tren nocturno de Venecia a Lubjana «No reservamos sitio y además de tocarnos dormir en el suelo tapadas por toallas de baño, acabamos parando en la frontera austríaca a las cuatro de la madrugada para hacer cambio de tren».
Mientras, Eva Diest destaca las casualidades del viaje. «Al coger el barco en Patras coincidimos con tres españoles, de los que nos hicimos amigos, con los que habíamos compartido hostal al principio de nuestro viaje en Roma, y en Venecia ¡volvimos a encontrarnos en la plaza de San Marcos! Por cierto, que en esa ciudad acabamos durmiendo ¡en la enfermería de un convento!».
Una aventura con mayúsculas de la que todos destacan que lo mejor, además de conocer otras ciudades, es la gente con la que coincides por el camino. Horas sobre raíles que dan para mucho: hacer amigos, escribir diarios o un blog, enamorarse… da tiempo para casi todo en un viaje que dura 15 días de media, con un bajo presupuesto pero muchas ganas de disfrutar del trayecto.