Iván Comerma, director de Mercados del Capital en el grupo bancario andorrano BIBM, me decía esta semana que la probabilidad de que las cajas seduzcan al capital privado es «prácticamente nula». Muy al contrario, sugiere Comerma, «los que podrían comprar, no empezarán a hacerlo hasta que se beneficien de precios de desguace, cosa que equivaldrá en realidad a una liquidación encubierta». Resulta difícil discutírselo: hasta el momento, los inversores y las casas de capital privado han dado la espalda a nuestras cajas, lo cual tiene sentido cuando se escucha a las agencias de calificación de riesgo como Fitch o Moody’s calcular los agujeros en las cajas de ahorros con cifras de entre 43.000 millones de euros hasta 89.000 millones.
Pero Jeremy Carter, analista de finanzas estructuradas de Fitch, ha desvelado unos datos muy particulares. Según Carter, «la mayoría de las transacciones en obligaciones de préstamos garantizados o CLO que afectan a empresas pequeñas y medianas ─y las PYME son los clientes tradicionales de nuestras cajas─ tienen menos del 30% de riesgo inmobiliario. Si bien es cierto que los impagos en este sector se acercan al 10%, se han reducido un 1% desde 2009 y el deterioro del valor de los activos de las cajas y las propiedades se ha estabilizado». El cambio será sutil, pero la tendencia no prescribe una muerte súbita como la mejor salida para las cajas.
Bank of America (BoA) Merrill Lynch presentó a sus clientes el verano pasado un informe que pone de relieve la belleza del modelo de crédito de las cajas, la razón por la que han logrado desterrar a los bancos de casi la mitad del mercado de crédito en España: desde 1995, las cajas de ahorro han invertido al menos 16.000 millones de euros en proyectos sociales. ¿No es exactamente el tipo de comportamiento financiero que atrae a los inversores europeos éticos?
Pues en el Reino Unido, por ejemplo, la inversión socialmente responsable o ISR ronda ya los 10.000 millones de euros. Es un terreno que valdría la pena explorar.