La última selección de estudios económicos independientes que ha publicado el Treasury ofrece una lectura digna de la más lastimosa comedia de Oscar Wilde: por lo pronto, nadie augura que la actividad se reponga antes del verano que viene, o en palabras del asesor de la firma auditora Ernst & Young, Andrew Goodwin, «el perfil del producto interior bruto del Reino Unido va a ser poco menos que una sombra hasta agosto». Howard Archer, de IHS Global Insight, señala además que el objetivo oficial de conseguir alrededor de 175.000 millones de euros de crédito en los mercados financieros «será muy complicado, entre otras razones, debido a la inestabilidad de la eurozona».
Un 43% de los economistas encuestados por el mismísimo Financial Times, sin embargo, no culpan precisamente a la Unión Monetaria Europea del bache británico. Por el contrario, creen que uno de los tres mayores peligros para la economía de la isla es precisamente la manera en la que el gobierno de la Coalición aplica las medidas de austeridad. Por ejemplo, el aumento del IVA en 2,5 puntos hasta el 20%, superior al 18% español, al 19% alemán y al 19,6% francés. El 70% de los miembros de la Federación de Pequeños Negocios prevee que el nuevo volumen impositivo reducirá sus ventas, el 45% teme el desplome de los ingresos y el 36%, que se debilite la base de clientes habituales.
«Las únicas alternativas», ha argumentado el chancellor de Economía, George Osborne, «son el incremento del impuesto sobre beneficios o de las aportaciones a la seguridad social, pero ambas opciones hubiesen perjudicado mucho más nuestra economía». El Colegio de Personal y Desarrollo Empresarial disiente. Ha echado cuentas y asegura que este IVA provocará unos 175.000 parados más de lo que hubiera causado elevar una de las otras disyuntivas. Políticamente, cualquier otra medida podría haber pasado casi desapercibida entre la maraña de los anuncios fiscales que liberales y conservadores vocean cada semana. Pero el IVA es demasiado visible. La opinión pública británica, claro, ya ha puesto el grito en el cielo: ¡la pinta de cerveza cuesta ahora seis céntimos más!