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CVALC 2 de diciembre de 2010

La entrada al edificio del Banco Central de Irlanda, por la calle Merrion, de una docena de asesores procedentes del Fondo Monetario Internacional y dispuestos a meter mano a los presupuestos del país es un fantasma que deben haber mantenido despierto al primer ministro irlandés, Brian Cowen, durante las últimas semanas. Su inquietud ha terminado. La pesadilla es real. «El gobierno sacrificará hasta el último vestigio de la democracia irlandesa», ha declarado el grupo de presión ciudadana Alianza por la Gente.

La Coalición contra la Deuda, una asociación que comparte posiciones con la Alianza, ha recibido además el apoyo de Oxfam y Amnistía Internacional para promover la «movilización de la sociedad civil contra los buitres que han desembarcado aquí desde de la Unión Europea y el Fondo». A la ciudadanía de Irlanda se le está calentando la boca. No les falta razón, explica Fergus Finley, de la sociedad benéfica Barnardos, que asegura sentirse incluso «avergonzado» porque los irlandeses no hayan levantado ya «barricadas contra los recortes de servicios públicos». Según Finley, los análisis de las intervenciones del FMI en otros países dan conclusiones pesimistas sobre el futuro irlandés. En la primera fila de víctimas aparecen las familias con la economía más vulnerable: incrementarán el uso del crédito privado con intereses usureros, la violencia doméstica aumentará a causa de la caída dramática de la calidad de vida, y empeorará el hambre infantil.

La caza de brujas, claro, ya ha comenzado. La clase política al cargo, cuando aún está en suspenso el mecanismo definitivo por el que Irlanda tomará su inyección de capital, se desintegra. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico es una de las voces que han intentado poner el dedo en la llaga: ¿cuál ha sido el error de Irlanda? «La estrategia se ha basado en transferir créditos de baja calidad a instituciones que han recibido el apoyo del gobierno con dinero público. El coste en el mercado de deuda soberana ha sido excesivo». Pero… ¿no es eso mismo lo que hacemos en el resto de Europa?

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