En un recóndito lugar, alejado del mundanal ruido que desprende la fogosidad de la capital, a unos 29 kilómetros al sur de Londres, se encuentra la casa donde vivió durante 40 años el hombre que cambió nuestra concepción de la vida. En su momento le tildaron de loco (como a casi todos los genios, por innovadores) e incluso le llegaron a caricaturizar con cuerpo de mono. Su viaje a bordo del bergantín Beagle, que duró casi cinco años y le llevó por América del Sur, Oceanía y las costas de África, le sirvió para comprobar en primera persona la evolución de las especies -incluido el hombre, su principal hallazgo-. Pistas más que suficientes para saber de quién estamos hablando, pero por si algún despistado aún no ha descifrado al personaje en cuestión, aclararemos que se trata de Charles Darwin (Shrewsbury, Inglaterra, 1809-1882).
Por todos es conocida su influencia en el campo de la ciencia y sus teorías han llegado hasta nuestros días como materia imprescindible de estudio. Una eminencia que, si bien pasó a los libros de historia como un pionero, fue mucho más que un meticuloso naturalista. Fue un ejemplar marido y padre de familia. Es esa faceta paternalista y familiar la que destacan sus descendientes y los miembros del English Heritage (Patrimonio Inglés), un organismo público del Gobierno del Reino Unido que protege y promueve el patrimonio histórico de Inglaterra.
Padre de diez hijos, liberal y de familia adinerada con fuertes creencias católicas, dejó de creer en el cristianismo a raíz de la muerte de su hija Annie, quien falleció a la temprana edad de diez años. Desde entonces, Charles Darwin continuó ayudando a la iglesia local y llevando a su esposa y a la vez prima hermana, Emma Wedgwood, a misa, si bien él no asistía. Cuando le preguntaban por sus preferencias religiosas negaba ser ateo y se autodenominaba agnóstico.
El científico evolucionista vivió en Londres en dos etapas distintas pero vino a esta casa en Downe House, en el condado de Kent, al sureste de Londres, en busca de la tranquilidad. «Vieja y fea», así la describió al principio, sin embargo, finalmente le sedujo el espacioso estudio, la amplitud de los jardines, las vistas y el precio de venta.
Cómo nació El Origen de las Especies
El germen del célebre libro que cambió las tesis sobre el origen del ser humano y su posterior desarrollo nació en el viaje por el hemisferio sur que realizó a bordo del HMS Beagle. El capitán al mando del barco era Robert Fitzroy y acogió a Darwin por recomendación expresa del botánico John S. Henslow, quien simpatizaba con el joven intrépido y aventurero que había sido su alumno predilecto en Cambridge.
Darwin, como invitado, aprovechó para descubrir un mundo nuevo, el tropical. Se maravilló ante la sucesión de paisajes, estudió las diferentes especies de animales, plantas y fósiles en su geografía y observó la variedad de razas humanas en los distintos continentes e islas.
Tras casi cinco años de viaje, Darwin volvió a Inglaterra y comenzó a dar forma a sus ideas, si bien esperó más de veinte años antes de sacar a la luz su polémica teoría. Le asustaban las posibles consecuencias, ya que sus conclusiones iban a contracorriente de las ideas vigentes de la época. Sin embargo, al recibir una carta de otro naturalista, Alfred Rusell Wallace, en la que éste le explicaba sus teorías sobre la selección natural, decidió que era el momento para terminar su libro, On the Origin of Species (El origen de las especies), cuyo primer ejemplar publicaría en 1859. Para el egregio científico, el origen de nuevas especies o transmutación de los grupos era sinónimo de evolución, principio contrario al de la inmutabilidad de las especies que se daba por válido en la época y que Darwin desmintió.
La casa de Darwin. / English Heritage.El libro de Darwin contiene múltiples ejemplos de organismos y procesos que demuestran que la evolución orgánica sí ocurrió en la naturaleza; además de explicar el modo en el que se producen los cambios evolutivos y por ende, la selección natural, sobre la que hay innumerables evidencias. Una de ellas es el constante aumento de la población mundial que se estaba dando y que provocaría el agotamiento de los recursos naturales y una lucha por la supervivencia que acabaría con el triunfo del más fuerte, surgiendo así su teoría: La selección natural. Darwin argumenta que todos los seres vivos tienen una ascendencia común y las diferentes variedades y especies que se observan en la naturaleza son el resultado de la acción de la selección natural que provoca el paso del tiempo.
¿Por qué investigar con animales y no con el ser humano?
Según cuenta a El Ibérico Philip Cole, supervisor del English Heritage, principalmente fue «porque el mundo de los animales le fascinó desde pequeño». «Coleccionaba insectos, los observaba con lupas. Era una forma de diversión», explica. «La segunda razón fue que siempre sospechó que la raza humana procedía del mono, o de un animal que se asemejaría al actual simio», sostiene. Otro punto interesante que resalta Cole en relación a la evolución es que Darwin ya sospechaba que las aves eran la evolución de los dinosaurios.
El motivo por el que Darwin fue objeto de feroces ataques por parte de grupos religiosos -y su teoría es rechazada hoy en día en gran parte de los EEUU- es porque se le considera padre de la evolución; y si hay evolución, no puede haber creación divina. Los colectivos religiosos lanzan sus ataques contra Darwin porque piensan que desacreditándole el relato del Génesis es más verídico.
El darwinismo
Darwin planteó que el factor esencial para que se produzca el cambio de una especie en otra es la lucha por la supervivencia, en la que el más fuerte es el que triunfa. Esta confrontación es la causa más importante de la evolución de las especies. Los individuos más fuertes de una camada suelen ser los únicos supervivientes de una familia numerosa. El resultado de esta lucha por sobrevivir es la selección natural, que deriva en una nueva especie.
Como curiosidad, cabe reseñar que, a pesar de creencia popular, el ilustre científico no inventó la frase «la supervivencia del más fuerte». Fue Herbert Spencer, un filósofo contemporáneo con Darwin, quien tras leer El Origen de las Especies, escribió Los Principios de la Biología, en 1864. Esta obra le sirvió para acuñar la frase: «La supervivencia del más fuerte»; la cual extendió al mundo de la Sociología, las Éticas y la Economía.