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Crítica de Detachment: de vuelta al colegio…violento

Todo el que haya trabajado en un colegio -de secundaria sobre todo- sabe que el eterno debate sobre si los jóvenes de ahora se comportan mucho peor que los de antes es una conversación muy habitual entre los colegas de profesión.  El que escribe estas líneas, que ha estado 5 años ejerciendo de profesor sustituto en una escuela londinense no sabe la respuesta a ese dilema, pero lo que sí sabe es que la actitud de los alumnos que reflejan muchas de las cintas comerciales USA que traten el tema escolar (187, Freedom Writers, Half Nelson…) no anda muy lejos de lo que actualmente ocurre en los colegios públicos ingleses… en los que los chicos podrían pasar sin problemas como estudiantes norteamericanos. 

Pantalones con la cintura por la rodilla, el hip hop más belicoso en sus móviles, andares con el cuerpo ladeado y miradas llenas de resentimiento mientras marcan el terreno. Manierismos similares debido a misteriosos factores pero con uno, al menos, bastante claro: la necesidad de los chicos de clases sociales menos afortunadas, en especial de las comunidades Black Caribbean, de pertenecer a un grupo con el que se sienten identificados y en el que los cuchillos y otras armas son parte de la equipación al salir a la calle.

…Y Detachment (2011) es la nueva película de Tony Kaye, director nada ajeno a historias centradas en las dificultades de los teenagers en la vida postmoderna. Su American History X causó sensación allá por 1998 (tan cerca y tan lejano después de lo que ha llovido desde entonces) al darle al muscular-para-la-ocasión Edward Norton una nominación al Oscar y por sus imágenes impactantes. Esta vez es Adrien Brody el que lleva el peso de un relato de estética y tempo indie que, digámoslo ya, se va por tortuosos pantanos sin saber llegar muy bien a algo que defina el sentido de la obra.

Henry Barthes (Adrien Brody) es un joven profesor sustituto, poco dado a la sonrisa por culpa de los golpes que la vida le dio en el pasado. Su nueva misión es ocuparse durante un mes de una problemática clase. Casi desde el primer momento en el que entra en el aula sabemos que irá ganándose el afecto de los violentos y crueles alumnos.

No todo serán trágicos encuentros en el centro escolar ni fuera del mismo. Charles Seaboldt (James Caan) y Sarah Madison (Christina Hendricks) harán más llevadera la estancia de Barthes; mientras que Erica (Sami Gayle), una joven prostituta, se meterá en el corazón del protagonista.

Si algo puede presumir esta pretenciosa y pesimista (ad nauseum) película es de contar con un impresionante reparto, pese a que es insultante ver al eterno Grissom de la serie CSI, William Petersen, en un papel anodino de 30 segundos. La fresca y talentosa natalieportmana Sami Gayle es la que finalmente consigue el título de «lo mejor de Detachment» y hace pensar que la disfrutaremos a menudo en el futuro. Adrien Brody está perfecto como profesor, con cara de estar actuando en la segunda parte de El pianista y aguantando dignamente escenas tan risibles como cuando le habla al abuelo moribundo en el hospital haciéndose pasar por la hija de este último.

Es precisamente en esa fina marca que separa el humor de lo trágico donde Tony Kaye y el guionista y profesor Carl Lund fallan de manera casi estrepitosa. Tal vez ser pretencioso cinematográficamente hablando no sea malo en sí mismo…pero no todos pueden manejar los delirios de grandeza de forma tan efectiva como Lars Von Trier, por ejemplo. Detachment está llena de momentos que, a parte de ocasionar un incómodo efecto déjá vu, pueden producir rechazo más que empatía: la salida de tono de la profesora Doris Parker (Lucy Lu) con una de las alumnas; la maniqueísta fusión de voces entre uno de los docentes y Hitler; el excesivo y forzado ajuste de cuentas verbal entre Seaboldt y un agresivo estudiante; las simplistas metáforas acompañadas de innecesarios insertos de dibujos animados… y todo el metraje con música de manual para enfatizar la tristeza, la soledad y alimentar la lágrima del espectador. Detachment es al mundo de la educación lo que La delgada línea roja (1998) fue a la guerra. El filme de Terrence Malick, eso sí, sale ganando por dominar la sensibilidad poética y por contar con un guión más compacto.

La cinta de Brody (que además es productor) naufraga en su pretendido discurso, o discursos. Parece hablar de los duros colegios de secundaria norteamericanos, pero al no entrar en profundidad en el asunto ni cogerlo por los cuernos -por ejemplo, vemos las miserias de docentes y alumnos pero deja a los padres en el discutible rol de villanos- invita a ver el relato como simplemente la historia del triste Barthes y sus traumas…para después volver a confundirnos. También hay momentos sin ningún alcance y que se podían haber evitado, por ejemplo el endeble affair Barthes-Madison.

Pero no todo patina en lo último de Kaye. Aparte de los actores y la, al menos, voluntad de contar lo mismo pero de otra forma, hay ciertos detalles interesantes. Muy atractivo es el monólogo en el que Barthes explica a los chicos cómo los humanos nos engañamos a nosotros mismos para buscar la felicidad; la fuerza de todas las secuencias entre el protagonista y Erica; y justo el comienzo de la película, cuando uno de los maestros llama por teléfono a la escuela y, con escasa convicción, dice «estoy enfermo, no podré ir a trabajar hoy»… una llamada que, volviendo al primer párrafo, reconocerá todo el que haya trabajado en un colegio, sabedor de que ese «estoy enfermo» en realidad quiere decir «estoy cansado de esos jodidos alumnos y no tengo ganas de levantarme de la cama«.

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