No suelen caer bien las películas que, sin ser recomendadas en su totalidad para un público infantil/juvenil, incluyen personajes, chistes o ideas que nos hagan pensar en un contexto cándido e inocente. Que alguien diga que un film es «el más oscuro» de una particular saga significa para muchos que es el mejor (véanse las últimas entregas de Harry Potter). Curiosamente, películas que sí que están dirigidas a una audiencia aniñada, también tienen una gran acogida entre cierto sector de la crítica cuando poseen componentes adultos (la parcialidad, por tanto, es más que obvia y una de las razones por las que a los críticos no se les debería prestar atención casi nunca). En este último caso estarían cintas animadas como Tarón y el caldero mágico (1985) o Up (2009). En el primer caso estarían productos como El retorno del Jedi (1983), La amenaza fantasma (1999) o la cinta cuya nueva versión se ha estrenado esta semana, la jocosa Juez Dredd (1995). Dredd (2012) lleva de nuevo a la pantalla a uno de los justicieros con placa más conocidos por los fanáticos de los comics…y el cambio es considerable.
Mega-city, ciudad corrupta, dueña del futuro incierto del ser humano, cuenta además con agentes del orden que pueden actuar como policías, jueces, jurados y ejecutores al mismo tiempo. Dredd (Karl Urban) es uno de ellos, y a él se le unirá una joven, Anderson (Olivia Thirlby) con poderes mentales que tendrá que ganarse el visto bueno de su compañero.
Los dos encontrarán la perfecta ocasión para dar lo mejor de sí mismos cuando se ven atrapados en el edificio Peach Trees. Ma-Ma (Lena Headey), es la que manda allí, desde el último piso, con matones que se encargarán de defender el lugar del inmenso bloque donde se guarda la fábrica de la droga Slo-mo y cargarse a los dos polis…o al menos lo intentarán.
Dredd está llena de violencia furiosa, no apta para públicos de nausea floja o enemigos de productos «actioner» de los ´80, sobre todo aquellas copias B y Z que aprovechaban los éxitos de Terminators, Rambos, Robocops y similares. Copias que se revolcaban de alegría en los intestinos cinematográficos como un cerdo en un charco (por ejemplo, Destroyer (1985) del italiano Sergio Martino). Los 45 millones de dólares en la producción y el guión hacen que al menos no falte algo de estilo en el resultado final de Dredd.
Karl Urban da vida a un vengador sin concesiones, donde no caben las tonterías (¡ni las precisas!) y cuya arma dispara proyectiles casi orgásmicos para el brazo de la ley que la maneja. Un «robot» sin sentimientos, al que nunca le veremos los ojos, el verdadero caballero del día y de la noche ferviente creyente de la verdadera justicia (no la falsa ley de los juzgados que oímos todos los días en los telediarios). Y todo ello en glorioso 3D, que le saca un jugoso partido a las imágenes en súper cámara lenta cuando los adictos se toman la droga que hace percibir la realidad de esa forma.
Una pena, eso sí, que Dredd tenga un argumento principal idéntico al de la estupenda The Raid (2011). Como en tantas ocasiones, menos es más, y el parco presupuesto de esta última película no ha sido impedimento para que las peleas fueran satisfactoriamente viscerales, con cuerpos a cuerpos sorprendentes. A pesar de todo, la obra de Travis se agarra a lo digital, con decente acierto, y muy bien acompañado por unas agudas líneas del escritor Alex Garland…todo lo agudo que puede ser cuando el personaje principal no suele hablar mucho (mención especial merece el momento en el que Dredd está malherido y uno de los villanos le está apuntando para darle el toque de gracia…).
El nuevo agente, en definitiva, solo guarda en común con el de Stallone parte del uniforme y la boca fruncida de Karl Urban, en algunos momentos casi idéntica a la del bueno de Sylvester. Por lo demás, nada que ver con la obra dirigida por Danny Cannon hace diecisiete añitos ya. Pasa rápido el tiempo, sí. Parece que fue ayer cuando veíamos al fatigoso Rob Schneider como componente humorístico de una, ya de por sí, mediocre y cara aventurilla con buenos efectos especiales. Al nuevo Dredd hay que echarle de comer aparte, y se convierte por derecho propio en el tótem (con, seguramente, futuras secuelas) de los admiradores e idólatras del comic original creado por John Wagner, el español Carlos Ezquerra y Pat Mills.