A veces hay que ir a las raíces para encontrar de nuevo el éxito, al menos en lo que respecta al éxito económico. Le ocurrió a George Lucas a finales de los 90 con su saga galáctica, y también a Stallone con la quinta parte de Rocky y la cuarta de Rambo. Ahora, décadas después, la secuela de Dos tontos muy tontos (1994) vuelve a coronar en el box office a los dos ineptos ficticios más famosos de los últimos tiempos. Dicho lo anterior, esta segunda entrega de las aventuras de Harold y Lloyd carece de la frescura y el acertado humor políticamente incorrecto de la primera.
Harry Dunne, Jeff Daniels, ha pasado los últimos años de su vida cuidando de Lloyd Christmas, Jim Carrey, que se encuentra en estado vegetal y hospitalizado. Cuando Chritsmas se recupera (y ya veréis cómo se recupera), le toca a Dunne lidiar con un problema propio bastante serio: necesita un transplante de hígado. La solución no es otra que acudir a alguien que acceda a donar su órgano ¿Y a quién necesitan encontrar? Pues a la hija secreta, Penny, interpretada por Rachel Melvin, que Harry tuvo hace 20 años con Fraida Felcher (la siempre inolvidable Kathleen Turner) y que esta entregó en adopción a una familia adinerada. Pero la malvada madre adoptiva de Penny, Adele (Laurie Holden, conocida por su interpretación de Andrea en la serie The Walking Dead), intentará obstaculizar el objetivo del par de inútiles.
La crítica cinematográfica se encuentra en una difícil situación con el llamado “cine de género”. Es donde más complicada se perfila la objetividad. Si es de terror, a uno le puede dar miedo y a otro no; si es comedia, tú te partes de risa y a mí a lo mejor me resulta inaguantable. Situándome en el aspecto formal, no voy a negar que Dos tontos todavía más tontos (tal y como se conoce en España) mantiene un nivel correctísimo en el ritmo, sobre todo durante la media hora inicial, en el que la narración transcurre de manera fluida y llega a ser interesante.
Nos intriga la historia de la hija de Harry y nos entusiasmamos con la road movie que vamos a presenciar hasta desembocar en la convención científica final. La película, formalmente (insisto), no se distancia mucho del entretenido homenaje que los Farrelly dedicaron al clásico trío norteamericano “the three stooges” en 2012, e incluso el argumento podría ser intercambiable. Aparecen malos muy malos, e inocentes muy inocentes…a pesar de que la palabra “inocencia” no sea a menudo adecuada para describir a los protagonistas, ya que se acercan a la “hijoputez” más despiadada.
Jim Carrey y Jeff Daniels repiten la química inicial. Los dos son grandes actores y los dos se enfundan en sus papeles como si hubieran nacido con ellos. El problema reside en el déjà vu, en la falta de gracia por culpa de la reiteración. Sin contar con algunos momentos inspirados, como la secuencia del remitente en el sobre o lo que Harold y Lloyd entienden por “practicar sexo”, el guión y las escenas slapstick ideados por los directores no consiguen provocar las carcajadas perseguidas, excepto las propias carcajadas de dúo principal.
Los protagonistas no esperan las putadas que se dedican el uno al otro; los espectadores sí, incluyendo la traca última en el hospital, malograda por previsible. La película se hace larga, y los breves destellos de ingenio no son suficientes. Hay síntomas de agotamiento en la fórmula iniciada por los realizadores cuatro lustros atrás y perfeccionada en Algo pasa con Mary (1998). Dos tontos todavía más tontos queda en evidencia al no apelar a la burla ingeniosa dentro de la estulticia, asumida por nosotros, de Harry y Lloyd.
¿La crítica debe ser objetiva? Un genio el que ha escrito este texto. Para mí que la firma Mesa Báñez es un pseudónimo de Harry, Lloyd o alguno del mismo nivel intelectual. Sólo a alguien así le puede parecer entretenido un bodrio tan estúpido como «Los tres chiflados».