El Ayuntamiento de Camden no ha localizado a ningún pariente de Lidia Venegas que se hiciese cargo del cuerpo sin vida de la boliviana, hallada muerta el pasado 3 de enero en su parapeto de Kentish Town. En la embajada de Bolivia no la tenían registrada ni sabían nada de ella que, como muchas otras personas emigran de un país a otro con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida. Ante la ausencia oficial de responsabilidades, Camden se ha hecho cargo de su entierro y descanso eterno.
Lidia, de 63 años de edad, llegó hace unos 25 años a Londres procedente de Copacabana (Bolivia), ciudad con playas mojadas por el lago Titicaca, que poco tienen que ver con la homónima y exótica de Río de Janeiro (Brasil). La Copacabana boliviana mantiene la influencia de la cultura inca, cuya música salía de las zampoñas (flauta de cañas) que despidieron a Lidia en el cementerio de Saint Pancras e Islington en Finchley Este (norte de Londres) el pasado mes de febrero en un entierro conmovido y compartido por una treintena de personas, algunas de las cuales no llegaron a conocerla.

La despedida de Lidia Venegas
En la ceremonia del adiós, la fallecida ha tenido dos funerales, muestra del impacto que ha causado su óbito en Camden y Kentish Town, un barrio no tan anónimo de una gran urbe como Londres. El primer funeral, sin ataúd ni cuerpo extinto ni siquiera foto de la homenajeada, ha sido organizado por el reverendo Michael Thomas, de la iglesia anglicana Saint Michael de Camden, a la que Lidia recurría en momentos de necesidad, y por el semanario Camden New Journal, que ha informado con respeto de la vida y muerte de la desamparada. El primer rito de despedida fue celebrado en la iglesia citada el pasado 19 de enero, acudieron un centenar de personas, visiblemente enternecidas.
El segundo funeral dio sepultura al cuerpo inerme de Lidia, con predominio de la comunidad boliviana que ha hecho piña en torno a la fallecida en la indigencia. Menos concurrido, fue igual de conmovedor que el primero. Varios de los asistentes sacaron en el camposanto instrumentos musicales para decirle adiós a Lidia. La última despedida mientras otros de los asistentes colocaban rosas sobre el féretro antes de que la tierra lo cubriera. Un cura católico seguía el ritual religioso haciendo hincapié en la humanidad de los allí presentes.
¿Cómo era la vida de Lidia?
Lidia se movió siempre por el norte de Londres, alternaba trabajos precarios con periodos de pobreza y amparos en parroquias, de lo que han dado fe varios párrocos. En el último año se atrincheró en Kentish Town, allí era visitada por organizaciones benéficas y personas que la conocían, como Esther Oghenkaro que le ofreció trabajo de limpieza y cuando las temperaturas cayeron a bajo cero le ofreció también un techo. “No hubo forma de que aceptase un techo y una cama en pleno invierno”, comentaba Esther tras el funeral en Saint Michael a la que escribe, que veía a Lidia en la calle sin saber que compartían la lengua castellana.
Marisa Venegas Lagos vive en Islington, nació en la misma Copacabana que Lidia, comparten apellido y vivieron juntas durante un tiempo en Londres. Es la persona que, quizás, más la trató, aunque reconoce que “era tan independiente que rozaba la huida permanente; yo llevaba bastante tiempo sin saber de ella, la última vez que la encontré en la calle le ofrecí una habitación en mi casa, pero no la quiso; tras su muerte, alguien me mandó una foto de las flores que depositaron en su memoria en la barricada en la que vivía, el corazón se me congeló”.
Marisa añade que “en nuestro pueblo tenemos sentido de familia, si bien no tenemos vínculos sanguíneos cercanos, nos consideramos todos primas y primos”. En Copacabana, la familia de Lidia hacía y vendía helados. Tras la muerte de su padre y de una hermana gemela, ella optó por dejar Bolivia y trasladarse a Londres. No tenía nada que perder. Su amiga Esther cuenta que había sobrevivido dos décadas en Londres sin hablar medianamente el inglés. Por eso, algunos la llamaban “la española”, porque era su medio de comunicación natural.
Por Camden Town y Kentish Town Lidia era conocida por quienes le dejaban utilizar los lavabos de sus tiendas (no todas, ella sabía las puertas que no podía cruzar), por personas que trabajan en organizaciones benéficas como Streets Kitchen y por gente del vecindario que se preocupa de los sin techo o habían entablado amistad con ella. Alguien que le llevaba comida, el 3 de enero la llamó desde fuera del parapeto sin obtener respuesta, insistió hasta que la descubrió muerta. Eran días de abundantes felicitaciones para el año nuevo, deseándose lo mejor. Una ambulancia la llevó al Royal Free Hospital de Hampstead donde certificaron su muerte.

Lidia le tenía miedo a la administración pública
El Ayuntamiento de Camden alterna el populoso y turístico mercado con el intento de cuidar de los sin techo que aparecen en sus calles. Lidia era conocida por la institución municipal y los servicios que ofrece; rechazó albergues y cobijos. La parte oficial y burocrática de la vida práctica y cotidiana le daba miedo. Vivió a salto de mata durante décadas. En el recuento trimestral de los sin techo por parte del ayuntamiento (un total de 262, clasificados en nuevos -88-, de larga duración -39- y de corta duración -135-).
Lidia estaba entre los 39. La alcaldesa de Camden, Georgia Gould, informó en un pleno que “Lidia era visitada cada semana por los servicios municipales que le ofrecían opciones para hospedarse. Así y todo, su muerte en las calles es una tragedia que nos tiene que alertar para evitar que vuelva a ocurrir”.
Lidia pidió antibióticos a varios conocidos para curar una tos que le surgía de las entrañas y ella atribuía a una infección. Nadie le pudo obtener receta médica porque no estaba registrada con ningún médico ni quería hacerlo. De nuevo, el miedo al fichaje oficial. Sólo ella sabía qué le causaba ese temor. Esther, su amiga del barrio, cree que “intentó regularizarse, pero el proceso burocrático y el pánico a la deportación, en su caso más ficticia que real, la tenían inmersa en una inseguridad y vulnerabilidad a la que no se sobreponía”.
Lidia Venegas Castillo, de la boliviana Copacabana, no superó el miedo a la administración pública durante más de dos décadas en Londres ni tampoco superó la infección que contribuyó a su triste final luego de las Navidades de 2022 que ella vivió en las calles de Kentish Town. En la embajada de Bolivia ahora han registrado su nombre y apellidos por los trámites que ha iniciado Marisa Venegas.
