El Chelsea F.C., que recientemente se ha proclamado campeón de la Champions League por primera vez en su historia, ha hecho saltar la polémica de manera involuntaria por varios motivos y ha abierto varios debates en el mundo del fútbol que resultan muy interesantes. De cualquier forma, es de obligado cumplimiento saludar al campeón y felicitarle por un triunfo que se le resistía. Era el objetivo último de su presidente, Roman Abramovich cuando se hizo cargo del equipo allá por 2003 cuando contaba con tan solo 36 años. Hoy a sus 45 no solo es una de las 70 personas más ricas del mundo según la revista Forbes sino que ha conseguido lo que buscaba con el Chelsea: proclamarse campeón de Europa.
Desde que llegó al club, Abramovich fue construyendo un equipo a golpe de talonario lo cual no gustó a todos. Muchos opinan que la esencia del fútbol se desvirtúa y que los equipos ricos abren una enorme brecha con el resto. Lo cierto es que los equipos más ricos como Real Madrid, F.C. Barcelona, Manchester United y sus vecinos Manchester City han sacado una diferencia abismal a todos sus rivales en sus respectivas ligas.
En su defensa, argumentan otros, gracias a estos clubes podemos ver a los mejores futbolistas jugando juntos y ofreciendo un mejor espectáculo a sus seguidores. Y sin embargo esto no es el caso del Chelsea. Los blues han recibido muchas críticas este año por plantear un fútbol rácano y defensivo, más propio de equipos sin muchos recursos futbolísticos.
La gran pregunta que nos planteamos es: ¿Merece el Chelsea proclamarse campeón cuando todos sus números son inferiores a los rivales y su juego mucho menos vistoso? Quizá no se debería mezclar fútbol y justicia, de lo contrario no sería necesario jugar los partidos. Una cosa es cómo son las cosas y otra cómo nos gustaría que fueran; y si no, baste con recordar que Grecia se hizo con la Eurocopa de 2004 o Italia con la copa del mundo en 2008 jugando un fútbol defensivo y mediocre.
Además, el Chelsea ha ganado la final en la tanda de penaltis, algo que no ha gustado mucho a Blatter el presidente de la FIFA que le ha encargado a Beckembauer que en dos años le presente una alternativa porque según sus propias palabras: «El fútbol puede ser una tragedia cuando llegas a los penaltis. Este deporte es un juego de equipo, cuando depende de cada jugador individualmente pierde su esencia».
Este Chelsea ha ganado cuando ya no se le esperaba, cuando ya parecía que su momento le había pasado y no estaba a la altura de las circunstancias. Una de las características de este equipo es que muchos de sus jugadores más importantes tienen una edad en la que empiezan a pensar en la retirada.
Didier Drogba, el héroe del Chelsea en esta ocasión, ha decidido dejar el club a sus 34 años y salir por la puerta grande sin esperar al ocaso. El problema es que hay más jugadores en su misma situación y que pronto habrán de tomar una decisión parecida. Cech, Terry, Cole, Lampard, Ferreira, Malouda y Benayun son todos mayores de 30 y no pueden seguir jugando al máximo nivel durante mucho tiempo más. Renovarse o morir, esa es la cuestión.
El otro frente abierto que tiene el Chelsea es si Fernando Torres, el fichaje más caro en el fútbol inglés, continuará la próxima temporada. Ha sido un año difícil para el español que no ha contado con la confianza suficiente y no ha desempeñado el papel importante que se suponía que iba a jugar. Con la marcha de Drogba parece que tiene más posibilidades de convertirse en el delantero de referencia del club y todo apunta a que seguirá al menos un año más.
Aunque, sin duda, el proyecto más interesante del Chelsea no es de carácter deportivo sino arquitectónico. El club ha hecho una propuesta de compra del icónico edificio de Battersea Power Station. El coste final de todo el proyecto de compra y renovación es de más de 1.000 millones de libras, una cifra mareante en estos tiempos que corren. La idea es construir un estadio capaz de albergar a 65 mil espectadores y de paso presumir de tener el campo de fútbol más bonito del mundo.
Como cabía esperar no todo el mundo está de acuerdo. Unos ven una aberración convertir un precioso edificio art decó de la década de los 30 en un estadio de fútbol. Otros consideran obscena la cantidad de dinero en un proyecto megalómano. Y hay quien no quiere dejar Stamford Bridge, el actual estadio del Chelsea, que se ha quedado pequeño para un equipo que se ha hecho grande.