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El poder de los 21 días

Al empezar un nuevo año es común que nos tracemos metas y objetivos. Decidimos comenzar un régimen alimenticio saludable, inscribirnos en un gimnasio, tomar clases de baile, ahorrar, compartir más tiempo en familia; y así, un sinfín de buenas intenciones para el ciclo que recién comienza. Pero… ese entusiasmo y determinación parecen esfumarse al cabo de unos meses e incluso semanas. ¿Qué pasó? ¿Dónde quedaron nuestro deseo, voluntad y decisión? ¿Por qué desistimos aun cuando somos conscientes de lo importante que es ese objetivo para nosotros?

¡Constancia! Esa es la clave. En la mayoría de las ocasiones, deseamos que los cambios se den de forma inmediata, casi mágica; así, cuando no obtenemos los resultados esperados en pocos días, el ánimo declina y con él nuestras resoluciones. ¿Cómo cambiar esto? ¿Cómo hacer para que las promesas que nos hicimos a nosotros mismos se plasmen en la realidad? ¿Cómo ser efectivos en el logro de nuestros objetivos?

En primer lugar, es importante entender que –posiblemente- la condición que deseamos cambiar ha estado con nosotros por muchos años; por lo tanto, pretender modificarla en solo unos días o meses es un tanto irreal. Cuando decidimos mejorar viejos patrones de comportamiento, es necesario comprender que la mente y el cuerpo necesitan pasar por tres procesos distintos: 1) desaprendizaje, 2) reaprendizaje, y 3) habituación. Así que lo recomendable es plantear el objetivo a mediano o largo plazo, pero segmentarlo en pequeñas metas a alcanzar periódicamente. De esta forma, daremos pasos cortos pero firmes y perseverantes sobre el camino hacia la gran meta.

Asimismo, y quizá lo más fundamental, es comprender el “poder de los 21 días”. Se ha comprobado que al cerebro le toma alrededor de 21 días crear nuevos patrones, tanto intelectuales como emocionales y físicos. Esto quiere decir que, si realmente deseamos adquirir un nuevo hábito, es esencial practicarlo durante 21 días ¡consecutivos!, idealmente bajo las mismas condiciones (misma hora y lugar, por ejemplo). Recuerde que debemos desaprender las viejas costumbres y para ello debemos suplantarlas por nuevos comportamientos; pero además, necesitamos habituarnos a ellos, y aquí es donde entra en juego la teoría de los 21 días.

Considere algún hábito que practica todos los días, tal como cepillarse los dientes. Esta es una rutina que nadie debe recordarle, ni siquiera usted mismo, ya que su mente la tiene instaurada. Pues bien, esto sucede porque lo ha practicado durante casi toda su vida. De la misma forma ocurre con todos los hábitos.

Al inicio, deberá ser un trabajo consciente, en el que esté presente y utilice su fuerza de voluntad para seguir la nueva rutina, pero luego de unas tres o cuatro semanas verá como el nuevo hábito empieza a instaurarse en su práctica diaria, de tal forma que, paulatinamente, llegue el momento en que el nuevo comportamiento –ahora sí- ¡haga su magia!

Celebre el nuevo año, propóngase metas y comprométase. ¡Vale la pena trabajar 21 días por resultados que pueden permanecer ¡por el resto de la vida!

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