Viñeta Cataluña-EspañaRecientemente el Congreso de los Diputados puso a debate la consulta catalana, en concreto la transferencia de la competencia a la Generalitat para dicha consulta, programada desde el Parlamento catalán para el mes de noviembre, en concreto el día 9. Un debate afincado en los medios internacionales y distorsionado en la mayoría de los medios nacionales. Casi 300 votos en contra evidenciaron el rechazo a la propuesta y, a pesar de la expectación y solemnidad que la ocasión regalaba, también se evidenció un choque de legitimidades difícil de gestionar y redireccionar en este periodo de campaña preelectoral para las europeas.
Sin embargo, el guión estaba escrito. Ninguna sorpresa. Y toda una pena. La poca agilidad dialéctica entrecruzada del debate dio pie a otro enquistamiento, una especie de monólogos sin apenas réplicas. Pero la gran pena en su conjunto es evidenciar, una vez más, la poca riqueza democrática que existe en España. Apelaciones al diálogo, más de quinientas. Y diálogo, en todo caso, sólo en casa de cada uno (y con suerte). Es una gran pena comprobar, como ciudadano, que sigue sin existir ni una sola propuesta sensata, ni siquiera una mínima intención algo honesta de entender qué pasa y por qué pasa lo que lleva siendo el problema político más importante de la historia reciente de España. Político, ni legislativo ni constitucional. Porque señores, la cosa no va de leyes, va de verbum y vocabulum. El problema ahora mismo es que hace muchísimo tiempo que iba de esto. ¡Pero muchísimo! Y el agotamiento de algunos queda reflejado en las mareas humanas que aparecen para expresarse con un «yo ahora quiero ir a la mía» cada vez que una vocecita desde Madrid se dirige a los catalanes hablando de no se qué de federalismo. «Qué ahora va en serio, que ya no es la tierra prometida, que se puede hacer. For real, vamos». Pues bueno, quizás ahora se pueda, pero el ciudadano catalán ya no lo quiera. Simplemente porque no le basta.
Me gustaría pensar que, en parte, la situación política en la que todos estamos sometidos es debido a la poca experiencia. Quizás casi cuarenta años de democracia, y con una transición más que opaca, no hayan sido suficientes y sean la excusa para revelar la incapacidad del Estado español en haber sabido diseñar un marco político para un país verdaderamente plurinacional, dando respuesta a las diferentes sensibilidades que conviven bajo el mismo techo constitucional, potenciando la riqueza cultural y lingüística que España posee de forma tan excepcional. Muchos nos preguntamos por qué no se cuidó eso, por qué no se respetó la diferencia, por qué incluso se despreció el bilingüismo desde algunos sectores del Estado, por qué no se cultivó la diversidad lingüística en la educación, en la esfera más social, por qué no se cuenta España como lo que es, una sociedad plural, transversal y compleja por definición, por qué desde ningún gobierno del Estado se intentó cultivar, potenciar, promover y explicar nada de eso. Pues porque no. Y como todo es un no, España se piensa en negativo, en vez de pensarse en clave positiva.
¿Os imagináis un Estado de estados donde la convivencia fuese ejemplar, a través de incentivar cada una de las culturas que lo conforman? ¿Os imagináis que los debates del Congreso fuesen bilingües, o trilingües, o incluso cuatrilingües? ¿Y que todos entendiésemos cada una de las que serían lenguas oficiales en España? ¿Os imagináis lo que hubiese sido un país en el que nadie sintiera vergüenza o complejo por hablar su lengua materna en otras tierras vecinas? ¿Que eso no se interpretara como un ataque a nadie o simplemente algo freaky? ¿Os imagináis debates políticos en televisión sin chillar ni insultar, hablando de cómo integrar nuevas culturas y crear riqueza social? ¿Os imagináis que la imagen de España en Europa y en todo el mundo fuese de país ejemplar por su capacidad de integración, convivencia y educación plural? ¿Os imagináis… ¿Pero de verdad conseguís imaginarlo?
Desafortunadamente, todo apunta a que no. Yo no me lo imagino. Y probablemente, una gran parte de los ciudadanos de Catalunya tampoco. No se puede tener tal capacidad. Es imposible a día de hoy imaginar un partido político gobernando el Estado desde la empatía, la solidaridad y la democracia. No puede ser imaginado porque ninguna de las políticas recientes, y no tan recientes, del partido que gobierna este Estado apuntan a un intento por hacer las cosas algo mejor. Todo lo contrario. La sombra de un pasado tenebroso que vivió España no hace mucho resuena día a día con las políticas de recentralización más rancias que jamás habíamos vivido antes. Preferible es pensar que la clase política poco tiene que ver con la sociedad civil… pero aquí es cuando nos preguntamos: ¿y quién narices los vota?