¿Tienen sexo las palabras? Durante años, universidades, comunidades autónomas, ayuntamientos, sindicatos y otras instituciones han publicado guías sobre cómo utilizar el idioma para de esta forma, evitar un lenguaje sexista y dar visibilidad a la mujer. Estas guías recomiendan, por ejemplo, sustituir la palabra «estudiantes» por «alumnado» y cuando se hable del «hombre» en sentido genérico sustituirlo por «humanidad» o «ser humano». Ignacio Bosque, académico de la Real Academia Española (RAE), publicó días antes del Día Internacional de la Mujer, celebrado el 8 de marzo, un informe en respuesta a estas guías, llamado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer.
Este artículo, respaldado por 26 académicos, reconoce usos verbales sexistas y que la discriminación de la mujer es una realidad en distintos aspectos de la vida diaria. Sin embargo lo que Ignacio Bosque sostiene es que las recomendaciones de dichas guías difunden usos del lenguaje ajenos a las prácticas habituales del hablante e incluso, algunos de ellos, conculcan las normas gramaticales y léxicas a la vez que anulan «distinciones y matices que deberían explicar en sus clases de Lengua los profesores de Enseñanza Media».
Además, hace alusión a estas instituciones y la intrusión en la que han incurrido publicando estas guías por meterse en un terreno que no es el suyo y se pregunta cuál sería la reacción de estos organismos si alguien publicara una guía sobre asuntos de su competencia y más aún sin consultarles.
Al lingüista, tras la publicación del informe en distintos medios, no le han faltado las críticas y algunas feministas le han tachado de machista y se ha dicho de su estudio que es una aberración. Mientras, Ignacio Bosque se defendía diciendo que «hablar comúnmente no es aceptar la discriminación». La consejera andaluza de Igualdad, Micaela Navarro, replicaba diciendo que «en la gramática de la RAE tenemos que caber todos y todas».
¿Estamos sacando las cosas de quicio? ¿Pueden el lenguaje y la gramática impulsar una sociedad de igualdad? En este sentido, las académicas Soledad Puértolas e Inés Fernández Ordóñez afirmaron que dejaron claro que el lenguaje «no puede solucionar la discriminación» de la mujer en la sociedad y menos a base de «imposiciones» como a veces se pretende desde distintas organizaciones políticas y sociales. Por ello, Puértolas considera que la discriminación de la mujer es el tema de fondo, pero no se puede pretender, de una manera forzada, que el lenguaje lo solucione. «El lenguaje es el resultado de los cambios sociales y pretender lo contrario es empezar la casa por el tejado», explica la académica.
Hay ejemplos inaceptables y es lo que Ignacio Bosque califica en su informe de usos sexistas del lenguaje. Ahí van algunos ejemplos. La Asociación de Estudios Históricos sobre la Mujer de la Universidad de Málaga, denunciaba el uso sexista del lenguaje en frases como «En el turismo accidentado viajaban dos noruegos con sus mujeres». Cierto es que es sexista. ¿Son las mujeres de estos dos noruegos algo accesorio? ¿No son personas como ellos? ¿No hubiera sido más correcto decir cuatro personas, dos hombres y dos mujeres? Sin embargo, la misma institución recomienda decir «Los gerentes y las gerentas revisarán las solicitudes presentadas hasta la fecha». ¿Es esto pasarse de la raya? La palabra gerenta existe en el diccionario de la RAE pero, ¿se sienten las gerentas excluidas si el hablante se refiere solo a los gerentes?
En Reino Unido ha sucedido lo contrario: los bomberos ya no son fireman si no firefighters y los policías dejaron de ser policemen para pasar a ser police officers
Ignacio Bosque, para su informe, revisó una selección de textos de Soledad Puértolas, Maruja Torres, Ángeles Caso, Carmen Posadas, Rosa Montero, Almudena Grandes, Soledad Gallego-Díaz, Ángeles Mastretta, Carmen Iglesias y Margarita Salas, y asegura que ninguna de estas mujeres sigue las directrices contra el supuesto sexismo verbal que promueven las guías objeto de dicho informe y menciona un ejemplo que él considera ilustrativo: «Margarita Salas pronunció la conferencia inaugural del curso 2005-2006 en la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Se titulaba Experiencias de una vida dedicada a la investigación científica. En este texto, accesible en Internet, Salas explica las dificultades sociales que tuvo que vencer en sus primeros años de investigadora. Hace en él una encendida defensa de la igualdad profesional y laboral de hombres y mujeres, y en particular de la necesidad de que la mujer acceda a puestos de responsabilidad en el mundo de la universidad, la política, la empresa y la investigación con igualdad de deberes y derechos respecto de los hombres. Solo a los redactores de las guías que menciono les sorprenderá que se incluya a sí misma en la referencia del sustantivo masculino científicos («Yo creo que los científicos tenemos la obligación de hacer una difusión de la ciencia asequible, pero rigurosa»); que no intente excluir a las mujeres cuando habla de «los 40 doctorandos que se han formado en mi laboratorio»; que no pretenda dejar fuera a las niñas cuando explica que «un aspecto muy importante para la participación de la mujer en el mundo profesional es que haya facilidades para el cuidado de los niños», ni tampoco a sus amigas cuando, al final de su conferencia, agradece a sus amigos su apoyo y su amistad a lo largo de su vida».
Es cierto que en determinados supuestos la discriminación puede estar más en la cabeza del que habla y del que escucha que en el lenguaje en sí mismo ya que, como apunta Ignacio Bosque, el lenguaje no tiene sexo ni tiene género. Pero también es cierto que el lenguaje puede ayudar y, de hecho, ayuda, y evoluciona y se construye y reconstruye con el paso del tiempo y las necesidades sociales. El hecho de que digamos jueza, médica o gerenta, puede sonar a veces rimbombante y extraño pero si es cierto que da visibilidad a la mujer y evita asumir que ese cargo esté desempeñado por un hombre y no por una mujer. Y el hecho de decir todos y todas, trabajadores y trabajadoras, al final tampoco cuesta tanto y, una vez más, da visibilidad a la mujer, a su existencia y a su papel activo en la sociedad en que vivimos.
Tras la publicación del informe, María Jesús Soriano apuntaba muy acertadamente en la sección de Cartas al Director del diario El País dos ejemplos recientes del cambio: La profesión de enfermera, dice, se inició como una profesión exclusivamente de mujeres. Poco a poco se han incorporado los hombres y a estos no se les dice enfermeras, sino enfermeros. El colegio profesional dejo de llamarse de enfermeras y hoy en día es el Colegio de Enfermería. Y otro ejemplo, el trabajo de azafatas era un trabajo realizado solo por mujeres. Actualmente hay hombres a los que no se llama ni azafatas, ni azafatos. Ambas definiciones han sido eliminadas como categorías profesionales y actualmente se conocen como auxiliares de vuelo.
Algo parecido ha sucedido con el inglés pero al contrario, los bomberos ya no son firemen sino firefighters y los policías dejaron de ser policemen para pasar a ser police officers. Lo que sí que parece que es necesario es que el lenguaje evolucione con la sociedad y de visibilidad a la mujer con sentido común y sin caer en el absurdo.