¿Miedo? ¿Quién dijo miedo? ¿Qué pasa si dejamos que se apodere de nosotros? Pues pasa que nos atrincheramos en nuestra madriguera creyendo así que estamos a buen recaudo y, que nada malo nos puede pasar…
El miedo existe al igual que otras muchas emociones. Es humano y conveniente. El miedo nos hace ser cautos y vigilantes, observadores y prudentes. Así que, gracias miedo, por existir. Hasta aquí llega su bondadosa función. A partir de aquí, estemos atentos a su reaparición. El miedo es un «personaje» que adora la escena y los primeros planos así que, cualquier excusa, le bastará para hacer acto de presencia en nuestras vidas.
Ahora me viene a la cabeza algo que pasó hace muy poco y que creo que sirve de muestra: estando en la cocina, mi madre llamó a mi padre para que le diera la vuelta a una riquísima tortilla de patatas que estaba cocinando. Me sorprendió un poco, siempre lo había hecho ella. Ante mi reacción, la respuesta fue que le había cogido miedo a hacerlo porque pensaba que se le podía caer…
¿Qué opciones tenía? Hacerlo y dejar a un lado ese miedo o, llamar a mi padre para que lo hiciera y de esa manera alimentar el miedo y dar paso al siguiente… Unos segundos fueron precisos para que decidiera que la tortilla no tenía porqué caerse a ninguna parte, más que al plato. Así que tal y como lo pensó, lo hizo. Por cierto, la tortilla estaba para chuparse los dedos.
Con esto, quiero decir que si somos conscientes de nuestros propios miedos en el momento que aparecen, todo resultará más fácil para nosotros. Más manejable. Decirles que no los necesitas en ese momento, es un gran pensamiento para dejarlos a un lado. Querer que desaparezcan, es un lucha inútil. Con que se aparten de nuestro camino, tenemos suficiente para empezar.
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