Ilustración por Juan Manuel Paredes.Alcanzar la democracia y la libertad supone hoy en día sudar sangre. Algunos se aventuraron en proclamar que las revueltas iniciadas en Túnez y Egipto marcarían el camino para lograr un cambio drástico hacia la consecución de la dignidad para el pueblo tunecino y egipcio. La caída de Mubarak o Ben Ali no han permitido el logro de la libertad por la vía rápida, en unas sociedades gobernadas durante décadas con mano de hierro y despotismo absoluto. El ejemplo más claro lo encontramos en Libia, donde derrotar al tirano Gadafi ha supuesto iniciar una encarnizada guerra civil.
Han demostrado los árabes que alcanzar la libertad supone luchar a muerte e instalarla como un valor inherente en la sociedad costará, en el mejor de los casos, varios años o incluso décadas. El pueblo de estos países ha vivido gobernado por imperios feudales y tiranos pero ha demostrado a Occidente cuáles son los verdaderos valores que proclamaron las lejanas revoluciones francesa y estadounidense. En la historia más reciente, la caída del muro de Berlín supuso la expansión de aquellos valores y aspiraciones del mundo occidental: los derechos humanos, la libertad de expresión, el libre comercio y en general, la democracia.
Ahora, pese a mirar por televisión la rabia contenida durante años de los pueblos árabes, las encarnizadas protestas de sus pueblos, la violencia, el enfrentamiento a muerte con sus dictadores, Occidente muestra una cara de falsa preocupación, del «esto no va conmigo». Lo cierto es que las revueltas del mundo árabe ponen en evidencia la patética e hipócrita imagen que refleja Occidente y su consecuente decadencia.
No hace tantos años EEUU, la todopoderosa sociedad estandarte de las libertades, junto con sus amigos aliados, invaden Afganistán e Irak con la excusa de instalar la democracia en unas sociedades gobernadas por dictadores. Sus campañas por las libertades sin embargo olieron y huelen a derrota. Ahora que las sociedades árabes han dicho «basta» contra esos tiranos a los que la Vieja Europa -la de los valores por la democracia- y EEUU han apoyado, se encuentran con el portazo de un Occidente incapaz de extender su mano al hermano árabe.
Unos políticos, los nuestros, los occidentales, cínicos y egoístas; tan sólo preocupados por el aspecto económico (el petróleo que todo lo impregna) o el temor de verse desbordados por nuevas oleadas de inmigrantes. Oriente Próximo, cuyos valores en sí son más próximos a los que un día representó Occidente, trabaja, lucha y muere por buscar el mejor panorama para todos: el de una sociedad plural que dé cabida al islamismo moderado. Occidente sin embargo sigue a lo suyo, negociando con los déspotas y mirando hacia otro lado, algo que tarde o temprano terminaremos pagando.