¿Quién no conoce a un Paco García? Pues a partir de ahora ya conoce a otro. Aunque a este último es fácil encontrarlo en las páginas de Financial Times, The Guardian, The Independent o como autor de If you were there (Si estuvieses allí) y, de reciente aparición, We all go into the dark (Todos nos adentramos en las tinieblas) con la firma de Francisco García.
No está acostumbrado a que le llamen Paco, puesto que a sus 30 años lleva dos despertando su acervo español, el que le ata a su padre, Cristóbal, quien desapareció de su vida cuando él tenía 3 o 4 años de edad, lo vio de nuevo en circunstancias extrañas a los 7 u 8 años en La Línea, donde acabó la memoria visual. El resto son sensaciones y la presencia en su vida de la ausencia del padre, por contradictorio que parezca la presencia de la ausencia.
El interés sobre personas desaparecidas
“Nunca sabré si me interesé en por qué desaparecen 170.000 personas cada año en Reino Unido [67 millones de población], porque sentía en mi vida la ausencia de mi padre o todo fue una coincidencia, de hecho, yo solo sabía que mi padre había regresado a España con sus problemas de adicciones y de adaptación aquí y allá; la memoria es selectiva, no nos podemos fiar de ella”, cuenta Francisco García, pelirrojo, sereno y exhibiendo una seguridad personal sorprendente con lo vivido a su edad. Tras la marcha de su padre, cuando él contaba 7 años, su madre sucumbió al cáncer, dejándole al cuidado de su abuela y dos tías maternas, sólidos puntales para su formación y para la endereza que muestra en una cita a la orilla del Támesis a su paso por el centro de Londres.
Nacido y crecido en Hither Green, Catford y Forest Hill, sureste de la capital, Francisco García Ferrera, estudió inglés en la universidad de Glasgow (Escocia) donde surgió en él el interés por la lengua, la comunicación y la escritura como profesión y medio de ganarse la vida. “Siempre me ha gustado escribir e indagar en la vida de personas interesantes, algunos de los desaparecidos, aparecen al cabo de un tiempo, he entrevistado a muchos y la mayoría son enfermos mentales sin diagnosticar, en todos los casos algo les falla en la vida para que decidan desaparecer, algunos son hallados muertos, en la morgue de Londres hay 600 cadáveres sin identificar”, prosigue el periodista dando muestra de haberse aprendido bien el tema que trata, desde la frialdad de las cifras hasta la humanidad o crueldad de personas con cara y ojos, nombre y apellido.

Mi familia española
Andaba Francisco trabajando en el libro If you were there sobre desaparecidos y en reportajes sobre la huella que dejan los desaparecidos, cuando un día recibió un mensaje de su familia en la Línea de la Concepción a través de Facebook. Habían pasado más de 20 años desde aquella visita rara en la que su tía le llevó a ver a su padre tras la muerte de la madre. Cristóbal, en aquel momento de 1999, no pasaba una buena racha y su ánimo no estaba para recibir a un hijo, un niño ajeno a las tensiones entrecruzadas de los adultos que le rodeaban.
“Sabía que mi padre tenía mucha familia, pero no sabía exactamente cuánta. El mensaje fue un shock sentimental, me conmovió en profundidad, porque ahí tenía una familia a la que desconocía, incluidos los abuelos. Mi abuela lloró dos días sin parar; ellos me buscaban por las redes sociales con el apellido de mi madre, sin caer en la cuenta que he mantenido el García Ferrera. Me tomé una pausa para digerir el impacto antes de contestar; desde entonces he visitado dos veces La Línea, he descubierto a mi familia española, he visitado la tumba de mi padre y me han hablado de él; en mi pasado tengo un vacío, pero el presente se va llenando con la relación, el problema ahora es la comunicación con abuelos y tíos, pero estoy aprendiendo español”, explica Francisco, quien incorporó la historia de sus padres al libro sobre desaparecidos.
La historia de la familia de Francisco garcía
Cristóbal y Stephanie se conocieron en La Línea, junto a ese lugar peculiar que algunos, como Oliver Bullough en Butler to the world (Mayordomo mundial), llaman “Gibraltistan”, la colonia británica convertida en casino mundial online y paraíso fiscal en Andalucía. La pareja se trasladó a Londres, donde ella trabajaba en el Ayuntamiento de Lambeth. En julio de 1992, mientras España miraba los Juegos Olímpicos de Barcelona, nació Francisco en el hospital de Lewisham. Cris, tal como llamaban a Cristóbal, no podía estar más contento. “Mi abuela materna me contaba que a mi padre se le llenaba la boca cuando decía ‘mi hijo’; era muy joven, veinte y pocos años, con vivencias de adicciones y falta de estabilidad en La Línea, aunque tenía buen inglés y habilidades manuales, la vida en Londres con nosotros le resultaba tan complicada hasta que nos dejó; yo guardo vagas imágenes de él”.
Contar honestamente, si no son glorias, la historia de la familia dentro de un relato sobre desaparecidos y declive humano, es un reto para cualquier escritor que confiese sus carencias emocionales: lo que pudo ser y no fue; lo que le hubiese gustado que ocurriese; lo que quiso ser, etc. Sobre el límite de la honestidad, la verdad o la tergiversación, Francisco dice que “me he puesto algunas líneas rojas, pero no hago ninguna recriminación ni juicio a nadie, porque así me enseñaron a tratar a los demás, hay que comprender en lugar de calificar”.
Escribir conlleva algo terapéutico
Francisco no tiene ninguna duda de que escribir conlleva algo de terapéutico, tanto si es remunerado, y encasillado como profesional y público, como si es privado y anónimo en la intimidad de una habitación propia o ajena. “Para mí ha sido terapéutico porque a medida que lo escribes lo analizas de nuevo y te analizas a ti mismo, no obstante, la retrospección en ti mismo va cambiando según las circunstancias que vives y atraviesas, cada día es nuevo”, reconoce el escritor, autor también de un libro de reciente publicación sobre la muerte de tres mujeres en Glasgow (Escocia) entre 1968 y 1969, las tres halladas muertas después de haber bailado en una sala popular de entonces. Nadie ha sido acusado ni juzgado por los asesinatos.
“Durante los años que estudié en Glasgow, las tres mujeres muertas después del baile se convirtieron en una especie de leyenda urbana que me tenía intrigado. Un asesino en serie circulaba -y todavía puede circular- entre nosotros, así que en la línea de mis reportajes y los desaparecidos, el libro We all go into the dark ha sido mi último proyecto”, comenta Francisco al que el descubrimiento de su bagaje español le ha producido también la curiosidad por “las historias de las fosas comunes de la Guerra Civil española”.
Humanizar lo siniestro
La nueva mirada a las tres asesinadas al salir del baile coincide con el éxito del género true crime (crimen verdadero) del que The five (Las Cinco, la historia no contada de las víctimas de Jack el destripador) se ha alzado como señera por humanizar a las cinco mujeres cuyo primer calificativo había sido, hasta ahora, el de prostituta y a partir de ahí, de la prostitución, qué se puede esperar. The five las analiza bajo otras perspectivas (social e histórica, básicamente) dándoles otro sentido a sus vidas. La clase social a la que pertenecen es más determinante que el oficio que tienen para acabar como víctimas de Jack el destripador o del asesino de Glasgow de 1968-69.
“A mí el libro que más me ha impactado de crimen verdadero es When women kill, si bien, reconozco que el género está de moda y yo me he apuntado a él. Mis próximos proyectos están en ello también, en la atracción de lo siniestro para humanizarlo”. Prosigue Francisco, contento, porque además de haberse hecho un hueco en la profesión periodística en tiempos precarios para el sector, su estímulo más inmediato es un viaje a Madrid y en el futuro a Blanes (Barcelona) y después a Granada. “El reencuentro con España es el principio de una etapa y el final de otra, como dos caras de la misma moneda que soy yo”. Él y sus circunstancias.