La escritora y periodista Rosa Montero ha visitado Londres para hablar del oficio de novelista y de su obra, en unas conferencias organizadas por el Instituto Cervantes. El Ibérico Gratuito ha hablado además con ella sobre su vertiente periodística
Hay ciertas acciones básicas esenciales que todos llevamos a cabo para vivir: comer, beber, respirar. Pero para algunos hay además otra función sin la que no podrían existir: la escritura.
En su última novela, Lágrimas en la lluvia, Rosa Montero aborda uno de sus géneros preferidos, la ciencia ficción.
Es el caso de Rosa Montero, que se define a sí misma como una «escritora orgánica», pues esta actividad de la palabra forma parte de su ser, de su estructura íntima como ser humano, y no puede vivir sin ella.
El pasado jueves 26 de enero, la autora visitó la Universidad King´s College de Londres para hablar de ésta y de otras señas de su escritura, centrándose en su faceta novelística. También abordó el oficio de narrador en su dimensión más general. Se dirigió a una audiencia hispanohablante, que desbordaba el aforo de la sala, de pie, micro en mano, y con una energía incombustible, apenas tomando aire entre frase y frase. Alternó momentos solemnes con frases cómicas que arrancaron risas y puntuaron los 40 minutos de lo que supuso una clase de literatura irrepetible.
Explicó el proceso creativo de una novela desde su germen en la mente del autor hasta su promoción en el mercado. Según ella todo comienza cuando tiene una visión, cuando ve una imagen en su mente que la atrapa y se siente impelida a contar una historia a partir de ella. Entonces se convierte en el vehículo de esas imágenes, que se van enlazando en su interior, para que transiten hacia el exterior transformándose en una novela. Es un proceso largo –dura una media de tres años-, agobiante y desasosegante, según confiesa, pero lo hace porque para los novelistas escribir es fundamental, y porque «escribir es una alienación gozosa, igual que estar enamorado».
La escritora comienza una novela cuando tiene una visión, cuando ve una imagen en su mente que la atrapa y se siente impelida a contar una historia
Montero, empezó a escribir para los medios de comunicación a los 19 años. / Violeta de Lama.En cuanto a la promoción de una novela, es casi tan intensa «como la gira de un rockero». Cuenta que ha llegado a hacer agotadoras giras por 20 países de Latinoamérica en tres viajes seguidos de tres semanas cada uno, y que cuando una vez decidió no hacer promoción alguna –con Estampas bostonianas-, vendió poquísimos ejemplares. «Hace 30 años era más fácil publicar, porque no había que hacer promoción, y desde hace unos años el marketing es mucho más agresivo», suspira.
A continuación describió las peculiaridades de temperamento que posiblemente podrían influir para que los escritores se dedicaran a escribir: tienen una imaginación tan desbordante como los niños, como si no hubieran madurado del todo; una fisura y un nivel de disociación de la personalidad mayores que las personas no escritoras; una experiencia temprana en la vida que socava de golpe la inocencia, y una obsesión con la muerte y con el paso del tiempo. Aparte de todo esto, explicó Rosa Montero, recientes investigaciones científicas mencionan un gen mutado llamado Neuregulin 1 que podría estar relacionado con la creatividad.
Cuarenta años de periodismo, y contando
Al estar la conferencia centrada en la vertiente de novelista de la autora, quedaba entonces hablar de su otra dimensión escrita, la periodística, un campo que ha trillado durante más de cuarenta años y que domina con soltura. Hablamos con ella, pues, de periodismo.
Empezó a escribir para diversos medios de comunicación a la edad de 19 años, mientras estudiaba Periodismo y Psicología en Madrid. Trabajó para Fotogramas durante unos cuatro años, etapa que recuerda con cierta añoranza y durante la que cubrió eventos como el Festival de Cannes. Hubo veces en los comienzos en los que «llegué a escribir hasta en 14 sitios diferentes al mismo tiempo». En octubre de 1976 empezaría a trabajar en El País, medio en el que ha permanecido desde entonces y en el que tiene una columna propia en la contraportada de la edición de los martes y artículos en El País Semanal cada dos domingos; amén de todos los reportajes, entrevistas, crónicas y demás géneros que atesora en su haber.
Con más de 2.000 entrevistas a sus espaldas, aún es capaz Rosa Montero de escoger a su entrevistado más querido y más odiado. El primero es Muhammad Yunus, el economista bangladesí ganador del Nobel de la Paz que inventó los microcréditos para los pobres: «Sentí que estaba en presencia de uno de esos seres humildes, brillantes y generosos que son capaces de mejorar el mundo». Y Yasir Arafat tiene el honor de ser su personaje más detestado, por el que dice que sintió «justo lo contrario, que estaba delante de uno de los grandes tiranos de la humanidad».
Yasir Arafat tiene el honor
de ser su entrevistado más detestado: «Sentí que estaba delante de uno de los
grandes tiranos de la humanidad»
El tipo de entrevista que más ha cultivado y que más gusta a sus lectores es la llamada de personalidad, que consiste en adivinar a la persona real detrás de la formalidad que supone para una figura pública conceder una entrevista a un periodista, que suele ser un perfecto desconocido. El truco del almendruco, afirma, es «tener auténtica curiosidad: no hagas nunca una pregunta cuya respuesta no te interese de verdad saber». Además, a ella le gusta mucho la gente, le gusta mucho escuchar.
En cuanto a los reportajes, escoge dos que recuerda con especial aprecio: la caída del Muro de Berlín y el viaje a Canadá para convivir con los inuit, los llamados esquimales, y escribir sobre su modo de vida. Aquel viaje al frío norte –hacía una media de -35ºC-fue «fascinante, porque me encantan los confines helados. Estuve casi un mes y fue una de las grades experiencias de mi vida».
La crónica como género predilecto
Pero el género periodístico preferido de Rosa Montero no es, como cabría esperar, el reportaje o la entrevista, sino la crónica. Le gusta por la descarga de adrenalina que supone y por el hecho de estar contada en primera persona y en primera línea del frente. Recuerda sobre todo las crónicas que escribió durante dos meses y medio en los años 80 sobre el Juicio del Nani, un delincuente de poca monta cuya muerte desescombró una tremenda trama policial. Aquello supuso para la reportera «un verdadero pelotazo de adrenalina… Me sentía borracha de la tensión».
Los otros géneros por los que es apreciada por multitud de lectores fieles son el artículo y la columna. Dice que «una columna se escribe antes que nada en la cabeza», y que tarda entre dos y diez horas en darle forma en palabras, aunque la suele retomar al día siguiente. A pesar de ser la opinión la pieza periodística que menos la apasiona, «porque es el género en el que aprendes menos», se considera una gran privilegiada por tener espacios permanentes en un diario nacional en los que expresar sus ideas.
Sus columnas están más ligadas a la actualidad, y en ellas a menudo da cauce a temas de contenido social, asuntos que necesitan una voz y a los que de otra forma posiblemente no se les prestaría la suficiente atención: «Intento estar atenta al susurro de esas personas y de esos grupos sociales a los que les es difícil alcanzar los medios de comunicación». Sus lectores son capaces de percibir esa sensibilidad a través del papel y entre las líneas, y es la razón por la que la respetamos.