No sabemos si la fauna piscícola del puerto de Boston disfrutó del té que le obsequiaron los colonos de Massachusetts, en un episodio trascendente previo a la independencia. Casi cincuenta toneladas de unas hojas muy apreciadas pasaron a formar parte del ecosistema portuario. Al día siguiente los actores del acontecimiento se dedicaron a golpear con remos las que flotaban, para enviarlas al fondo del mar y no pudieran ser rescatadas de la superficie. Me imagino que el mar no tuvo problema alguno para digerirlas, aunque seguramente los peces adquirieron un sabor característico sin que tengamos constancia gastronómica del hecho.
Como tantos otros episodios que jalonan la Historia, el suceso fue utilizado con versiones adecuadas a los fines a conseguir. Originalmente una defensa de un principio básico: Negar el poder del Parlamento inglés para poner impuestos en las colonias. Los angloamericanos conquistaron su libertad no sin antes vencer en una guerra fratricida contra el poder del imperio colonial.
Hace ya tiempo que los republicanos de los Estados Unidos reciben un apoyo importante de un grupo que, arrogándose los supuestos principios de los asaltantes de Boston, disfrazados de indios para evitar ser acusados de vulgar gamberrismo, representan un poder creciente. El votante se pregunta qué hacen con su dinero los políticos, en gran parte dominados por los grupos de presión.
A los europeos nos gusta creer que tenemos unos Estados del Bienestar mientras que en los EEUU la miseria reina entre la población. Nada más lejos de la realidad. No solamente tienen una población muy productiva sino que existe una «lucha libre», con tongo incluido, para intentar poner límites a la deuda. Por el contrario en Europa tenemos una clase política que nos recuerdan a los aristócratas que perdieron la cabeza durante la revolución francesa. Un grupo de irresponsables que han dejado a sus gobiernos, estatales, regionales y hasta locales, en manos de financieros parasitarios y codiciosos, productores de una deuda difícilmente pagable.
Y «después de nosotros, el diluvio».
Alfonso Posada es Licenciado en Filología y profesor de Bachillerato
Alfons.inn@gmail.com