Me pregunto si el primer usuario de esta frase, normalmente afirmación más o menos categórica, se dio cuenta de los usos variados y torticeros a los que sería sometida. Reconozco que el puro conformismo que expresa la frase me repugna en lo más íntimo y recuerda tiempos de escasez, dictadores, intolerancia y sumisión. Como todas las frases que en el mundo han sido y serán, su significado depende del contexto, pero hay un hilo común que nos conduce al mismo sitio: El ‘trágala’.
Lo que me ha llevado a escribir estas líneas ha sido la reaparición de esta frase en nuestro lenguaje cotidiano. Parece repetirse como lo haría una excesiva dosis de pimientos o las campanas que recuerdan, a pocos metros de mis ventanas, la inexorable huida del tiempo, las horas, las medias y los cuartos. Las presuntas rebeldías y luchas despiadadas presentes en los medios de comunicación de masas, liberados varios e inconformistas a sueldo, orquestan las protestas que sirven para relajar tensiones sociales y tienen una indudable utilidad para el poder establecido.
En los países menos democráticos la policía política organiza sus propios grupos ‘terroristas’ para poder eliminarlos a gusto y en su debido momento. Nada más fácil. El menosprecio hacia el pueblo por parte de los poderosos se manifiesta en éstas y otras formas de manipulación. La conclusión ante los abusos es clara y adquiere relevancia la famosa ‘ley del ajo y el agua’. El que llega a la puerta a las cuatro de la madrugada no es precisamente el lechero, las barbas permanecen remojadas constantemente y se dispara el consumo de vaselina…
Pero la democracia no es una vacuna contra los potentados. Los más débiles, convencidos por las religiones de que la gracia de Dios protege a los gobernantes, esperan la recompensa a su mansedumbre en un mundo sobrenatural, trascendente y eterno.
La respuesta inmediata debería ser la rebeldía ante el conformismo militante: ¿Qué es lo que no hay?
Vergüenza, sin duda.