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¿Hambres?

Tal vez supone una sorpresa ver esta palabra en plural, como si indicara la existencia de varios tipos de hambres diferentes y así es en este caso. No es fácil olvidarse de que cada ser vivo en el mundo tiene su hambre particular. Desde los medios nos piden dinero para remediar o al menos paliar este problema en África, obviando al vecino del tercero primera que lleva dos días sin probar bocado para perder peso. Antesala de la muerte por inanición, desconocida para algunos, pesadilla de muchos, maldición de otros, jinete del apocalipsis y plaga terrorífica de pueblos enteros. El «Hambre y sed de justicia» mueve ciudadanos perseguidos en todo el mundo. Las grandes hambrunas son memorables, como la de Irlanda en el siglo XIX, a causa de una enfermedad de las patatas (el tizón) o la de Ucrania en el siglo XX, otra enfermedad, mental, de los dirigentes responsables.

El hambre no es, en sentido estricto, tanto una sensación o un sentimiento ni tan siquiera una idea sino una percepción angustiosa de la proximidad de la muerte a la que lleva la carencia de alimentos. Knut Hamsun (Hambre) hizo un trabajo excelente en su descripción del hambriento que no la consigue e intenta paliar su hambre bebiendo agua, como Don Ramón del Valle-Inclán, uno de los muchos que pasaron hambre al intentar vivir de su literatura. Nuestro tierno Carpanta, un pobre que vivía debajo de un puente y que siempre se quedaba sin comer… O los millones de seres humanos que mueren de inanición cada año.

Pero el asunto es mucho más complejo. Las proteínas, tanto vegetales como animales, son más caras, por lo que los productos empleados en alimentación básica pueden carecer de ellas, tan necesarias para la construcción del cuerpo como el mantenimiento de su salud.

¿Hambre de proteínas? Nada más cierto. Sabemos de problemas muy variados y gordos que se derivan de una alimentación deficitaria en proteínas, pero desde que nuestros químicos alimentarios descubrieron que el Glutamato Monosódico imitaba muy bien el sabor «proteínico», según dicen en un plano cerebral (!), el caldo en cubitos sustituyó a los huesos que hervían dentro de los pucheros… El disfraz, en todo su esplendor. Sabe a proteína pero no contiene sino sal a la que añaden sabores varios y la mentira al poder.

Alfonso Posada
Prof. de bachillerato
Alfons.inn@gmail.com

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