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¿Ignorancia Inducida?

Tras una vida como profesional del mundo educativo, un privilegio que justifica sueldos escasos y condiciones manifiestamente mejorables, no puedo evitar establecer comparaciones entre aquellos tiempos y éstos. Los que fuimos fagocitados por la enseñanza nos esforzábamos en ser mejores, no siempre con éxito, que los educadores que habíamos padecido durante nuestras infancias y adolescencias, grupo heterogéneo donde los haya. «Hay que hacerle caso al maestro, aunque sea burro», se decía en un alarde de máximo respeto, no tanto a la persona como a la posición que ocupaba en el entramado social de la postguerra de Corea.

Apasionados de la docencia salpican los sistemas de todo el mundo, gente admirable, andariega, voluntariosa e ‘inasequible al desaliento’. Recuerdo con mucho cariño una frase afortunada: «Aquí lo que tenemos que hacer es desasnar», decía nuestro profesor, en una clara referencia a lo que supone la lucha contra la ignorancia. Recordamos a nuestros docentes más relevantes, los que nos ayudaron en nuestro aprendizaje y los que pusieron ‘palos en las ruedas’, al ritmo de la dejación más absoluta. Un ejemplo terrible, actual: «¡Si quieren aprender inglés que vayan a una academia!», nos decía la compañera Montserrat, funcionaria-profesora-estafadora convicta y confesa.

Aunque los máximos inductores de la ignorancia colectiva son, modernamente, los pedagogos, auténticos ‘aprendices de brujo’, dotados de una desvergüenza sin límites. Con tiempo y perspectiva veremos el destrozo causado, en gran parte, por estos parásitos, encastillados en sus especulaciones insensatas.

No están solos, por desgracia, en la inducción a la ignorancia. El propio sistema educativo parece adecuado para incubar corrientes ‘anti intelectuales’: «Cuando oigo hablar de inteligencia echo mano a la pistola/cartera». Estudios doctrinarios sobran por todas partes, evitando prestar atención a cosas más provechosas, según la disponibilidad del sistema. La desorientación profesional puede convertirse en un juego de ingeniería social con las vidas de los jovenzuelos, muy divertido para los chafarderos.

La inducción a la ignorancia lleva consigo un desprecio al conocimiento y supone un delito de ‘lesa sabiduría’.

Y la ignorancia ocupa lugar, mucho, demasiado.

Alfonso Posada
Prof. de bachillerato
Alfons.inn@gmail.com

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