He recorrido la oferta educativa dirigida a las diferentes edades, condiciones sociales, niveles, intereses; con financiación pública, privada…en busca de lecciones de humildad, virtud valiosa donde las haya y apreciada socialmente en el mundo. Entre cursos de todo tipo ni una sola de las organizaciones contactadas ofrecía estas enseñanzas…
«Eso es cosa de los curas», «En qué siglo vive Ud.»…
Pienso que algo tan valioso tendría que disponer de un organismo serio, severo e independiente, donde se impartieran, de forma sistemática, virtuosa y escolástica, con programa y todo.
Sabemos que en ausencia de dicha virtud se desarrolla el orgullo, como una carga pesada que arrastran los seres humanos, una fuente enorme de pecados cuando se hace con el mando y, salido de madre, sin control, degenera en soberbia. Esta ya tiene un peso enorme, muy difícil de llevar. Nos dicen que hemos de luchar contra ella si no queremos vernos dominados. Sin embargo, es una de las características personales que más han marcado a políticos, curas, militares, periodistas, economistas, filósofos y hasta científicos. ¿Cómo llegaron nuestros endiosados e iluminados líderes a la posesión de la verdad eterna y egolátrica? Su modelo es Lucifer, Luzbel para los amigos.
La doctrina lo tilda de ángel caído por haberse atrevido a enfrentarse con el capo, el poder establecido… ¡Qué falta de respeto! San Miguel estaba al tanto y…menos mal.
Para los soberbios émulos ‘luciferinos’, ávidos de la luz que ilumina la inteligencia humana, necesitados del conocimiento que les fue negado por el jefe máximo, su caído es una víctima en la larga lucha por el saber y la verdad. Piden el indulto o el tercer grado, según el día.
¿Dónde está la frontera entre el orgullo y la soberbia? ‘Por sus hechos los conoceréis’. Vemos a los soberbios haciendo de las suyas, convencidos de su propia superioridad, supuesta, como el valor del recluta.
Es frecuente recibir lecciones de soberbia con un perfecto disfraz de humildad.