No sabemos mucho de piratas y corsarios, aunque fueron muchos y muy variados en la historia de la navegación. La patente de corso expedida por las autoridades transformaba un pirata en un corsario y hasta en un ‘privado’ (privateer) como el muy conocido Sir Francis Drake. Una reproducción de su barco, el Golden Hinde, ilustra la ribera del Támesis. Nuestra generación creció leyendo a Salgari y los piratas de los mares asiáticos, Sandokan, Yañez, etc. Las películas ‘de piratas’, hechas en Hollywood, proponían a los españoles como ‘los malos’. Soluciones había. La película ‘Quemada’, con un ‘Marlon Brando’ de agente colonial, fue ‘Queimada’ en los cines españoles, y los malos pasaron a ser portugueses.
En el siglo XVIII un empresario vigués, Marcó del Pont, emigrante originario de Calella, corsario, desde la Ría de Vigo se dedicaba a la captura y saqueo de barcos bajo la protección que le otorgaba la corona española.
Los bien conocidos piratas berberiscos se hicieron los dueños del Mar Mediterráneo y suponían uno de los riesgos más importantes para la navegación. Indianos negreros, filibusteros, bucaneros, etc. ganaron mucho dinero y algunos fundaron patronatos en pueblos de la costa mediterránea.
Bonaparte fue corso y con certeza tuvo actitud de corsario cuando se puso él mismo la corona de emperador tras cogerla de las manos del papa.
¿Imaginó Espronceda que su ‘canción del pirata’ sería aprendida por millones de escolares años más tarde?
Por último, la lírica de un muy actual J. M. Pérez Parallé nos informa y alienta:
«Ya no quedan piratas, rebeliones, / ya todos somos bueyes, bueyes, bueyes, / para aguantar el yugo de las leyes / que en su provecho dan los piratones. /¡Que resuciten los piratas!»
Corsarios y piratas tienen algo en común: El botín.