Elizabeth Alexandra Mary, mejor conocida como Elizabeth II, celebrará este lunes su noventa cumpleaños (otra vez). Ya lo celebró el 21 de abril, la fecha de su nacimiento, pero según la costumbre implantada durante el reinado de Eduardo VII (1841-1910), los monarcas tienen dos cumpleaños: Uno el día que nacieron, y otro cuando mejora el clima -es decir, en junio, al iniciarse el verano-.
Aprovechando esta efeméride, implantada -simple y llanamente- porque el primer rey de la Casa de Windsor, nacido en noviembre, quería gozar en su día de buen tiempo, repasamos la vida de la última de las representantes de esta dinastía.
Casa de Windsor, alemanes reconvertidos a británicos
El origen de la dinastía se remonta al 10 de febrero de 1840, cuando la famosa reina Victoria contrajo nupcias con Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha. De este matrimonio nacería el mencionado más arriba Eduardo VII, con quien dio inicio, a la muerte de su madre, la Casa de Sajonia-Coburgo-Gotha. Durante su reinado el nombre de la casa permanecería intacto, pero en la Primera Guerra Mundial, ya con su hijo Jorge V como rey, se optó por cambiar el nombre a Windsor para marcar distancias con Alemania, por ese entonces enemigo en la contienda.
A Jorge V le seguiría en el trono Eduardo VIII, quien abdicaría en el mismo año de su coronación para casarse con la socialité estadounidense Wallis Simpson, pasando automáticamente la corona a Jorge VI, padre de Isabel y conocido popularmente por el retrato que de él hizo el oscarizado Colin Firth en la película El discurso del rey.
Isabel II, Su Alteza Real
Diagnosticándosele a Jorge VI un cáncer de pulmón, Isabel no tardaría en reemplazarlo en cada vez más actos. En una de las giras que ya emprendía con su marido el príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca (con el que se acababa de casar) fue informada de la muerte de su padre. Su coronación se celebraría en la Abadía de Westminster el 2 de junio de 1953. Un primer atisbo de la popularidad de la que gozaría la reina fue el número de telespectadores que siguieron la ceremonia, casi más de 20 millones.
Dio inicio entonces el reinado más extenso de todos cuantos han tenido lugar en los más de mil años de Monarquía británica, superando el pasado 9 de septiembre de 2015 el de su tatarabuela la reina Victoria (1837-1901).
God Save the Queen
Pese a su duración (63 años, y sumando), no ha sido ni mucho menos un reinado fácil, para empezar, porque cuando fue coronada, con apenas 25 años, estaba gobernando quizá la máxima figura política que ha tenido Reino Unido en su historia, Winston Churchill. Hubo de estar a la altura, además, con la devastadora situación que quedó en las Islas Británicas tras la Segunda Guerra Mundial.
En cualquier caso, Isabel II ha demostrado siempre saber adaptarse a las circunstancias. Muestra de ello es lo que era -y es hoy- la Corona británica. Tomado el cetro en un punto donde la institución ya daba muestras de desgaste y anquilosamiento, sin saber muy bien cómo, se ha ido adaptando ese carácter anacrónico de la realeza a los nuevos tiempos para acabar dando como resultado su particular versión actual: Un negocio. Independientemente de que es muy difícil para cualquier británico concebir su país como republicano (la reina y su familia forman parte de la cultura e idiosincrasia nacional; es imposible separar una cosa de la otra), la contribución que se realiza gracias a la familia real a las arcas del Estado es tal que han venido a convertirse con el tiempo en el principal atractivo turístico (dejando a un lado al Big Ben que, casualmente, tras el Jubileo de Diamante, pasó a llamarse Torre de Isabel). No hay un caso equiparable en lo que a monarquías u otras autoridades se refiere que atraiga tanto. Buckingham Palace, el cambio de guardia, protocolos, ceremonias…, todo despierta una fascinación en el público que incluso tiene su repercusión en prensa, siendo más que habituales en los rotativos la figura del sempiterno príncipe de Gales y su señora Camilla, la familia modelo representada por William y Kate, o las correrías festivas del príncipe Harry; situación esta llevada al paroxismo en los años noventa con Diana de Gales.
La Casa de Windsor ha sabido avanzar con el tiempo, y pese a hacer gala de anacronismos (tales como carruajes, palacios, y centenares de personas a su servicio), ha logrado que esto no sea visto de un modo perjudicial y desfasado, consiguiendo, con una campaña de marketing que ni el Vaticano con el Papa Francisco, no solo que toda una familia continúe gozando de las mismas exenciones y privilegios que lleva haciendo desde hace siglos, sino que, además, deje de ser -aparentemente- una entidad alejada e inalcanzable y, con su actual imagen pintoresca, casi teatral, pase a concebirse por la mayor parte de los británicos como algo propio, inherente a ellos, a la esencia del país.
Perfectas podrían aplicarse las palabras de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en su obra El Gatopardo a la reina Isabel de haberlas dicho cuando comenzó su reinado: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». O, en resumen, cambiémoslo todo para que no cambie nada.