Las peripecias de los habitantes de las islas británicas en búsqueda de vino comienzan en la costa francesa, continúan por la costa cantábrica y rodean la Península Ibérica hasta Cádiz, Jerez, atraídos por el aroma y elevado grado alcohólico propio de los vinos de esta zona. Tras una operación comercial frustrada, que obligó a la paralización de un cargamento de alcoholes, se descubrió la mejora en calidad con el envejecimiento en barril y así los whiskys isleños adquieren nuevos valores al ser envejecidos en roble americano, los mismos que sirven para transportar vinos en un maravilloso ejemplo de reciclaje. El intento de acercar el tipo de vino al gusto del consumidor final hace que aparezca envasado en botella con etiqueta, una referencia fundamental para el consumidor actual.
Sorprenden los apellidos ‘jerezanos’ en Inglaterra, los Williams and Humbert, Harveys, Byass, Osborne, Terry, Garvey, etc. muy británicos, muy posiblemente amantes del vino. Pedro Domecq (Peter Domecq) merece una especial mención como aristócrata huido de la revolución francesa. Creó en Londres una empresa con dos socios para exportar vinos a Inglaterra. En 1809, ‘Ruskin Telford & Domecq’, en medio de las guerras napoleónicas, comenzaron a vender sus productos, con etiqueta y garantía de calidad. Alegrar la vida de los británicos con sus caldos fue muy productivo para los jerezanos, no hay mas que ver sus palacios y relaciones. En una casa ‘Domecq’ de Jerez, una bonita cuna de madera, regalo de HRH Victoria, es testigo de una justa correspondencia.
La oferta y el consumo de vino en Inglaterra ha crecido mucho, en orígenes y calidades. Cabernets chilenos, albariños gallegos, chardonnais australianos…
Un recuerdo para nuestros vinateros británicos que, con respecto al Grial, se ocuparon de llenarlo antes de buscarlo.
Cheers!