En un Londres bien distinto al que estamos acostumbrados, dividido entre el West End y el East End, campaba a sus anchas a finales del siglo XIX un asesino en serie. Un personaje que traspasó las fronteras del homicida convencional para convertirse en un clásico de la literatura y un personaje digno de estudio.
Los quebraderos de cabeza que provocó a la Policía Metropolitana y a Scotland Yard son ya historia de Londres, objeto de visitas guiadas, libros y películas.
El Destripador cometía sus atrocidades en el sórdido vecindario de Whitechapel, una zona empobrecida donde la delincuencia, los mendigos, la prostitución y el alcohol confluían a todas horas. El lugar ideal para cometer asesinatos y pasar desapercibido a finales del siglo XIX. Debido, precisamente, a los numerosos crímenes que sucedían en ese área, algunos se muestran escépticos ante la culpabilidad del popular asesino.
A Jack se le atribuyen cinco homicidios canónicos. La mayoría de los expertos señalan los cortes en la garganta, la mutilación abdominal y genital, la extracción de órganos internos y las lesiones faciales progresivas como rasgos distintivos del modus operandi de El Destripador.
Los asesinatos se sucedieron progresivamente entre el 31 de agosto y el 30 de noviembre de 1888 (siempre en fin de semana) sin que la policía pudiera hacer nada por evitarlo. Buena parte de la negligencia policial vino provocada por las discrepancias entre la Policía Metropolitana y Scotland Yard. Esas dudas sobre quién debía llevar el caso incidió en que el homicida siguiera regodeándose por el barrio y generando el pánico entre los residentes sin que la máxima autoridad le siguiera los pasos. Para que la trama fuera aún más maquiavélica, tras degollar a la cuarta víctima, el espeluznante asesino dejó una nota en la pared acusando a los judíos. El jefe de policía, Sir Charles Warren, ordenó borrar la pintada para evitar una revuelta antisemita. No había suficientes pruebas incriminatorias.
La policía recibió supuestas cartas firmadas por el asesino, aunque ninguna fue verificada. Muchas eran obra de periodistas sensacionalistas que, en lugar de esclarecer el asunto, lo que pretendían era hacer un sainete del caso y vender más periódicos. De hecho, el sobrenombre de Jack El Destripador fue acuñado por un reportero en una de las misivas.
Objeto de películas y libros
Hasta Hollywood se hizo eco de este suceso que conmocionó al mundo y llevó a la gran pantalla From hell (Desde el infierno), protagonizada por Johnny Depp y Heather Graham, en 2001. La cinta expone una teoría un tanto inverosímil, pero que fue dada por buena por muchos investigadores durante gran parte del siglo XX. En esta se acusa al Dr. William Withey Gull, quien, a su vez, fue simplemente el peón de una conspiración monárquico-masónica. El galeno habría sido contactado por jerarcas del gobierno británico para silenciar a las prostitutas Polly Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y Mary Kelly, quienes fueron testigos presenciales del enlace matrimonial entre el príncipe Alberto Víctor y la plebeya y católica Annie Crook, amiga de las meretrices. La pareja, además, tuvo una hija legítima. Un hecho que podía cambiar la historia del país.
En la película, el médico va siempre acompañado de su cochero, John Charles Netley, quien le secundaba en sus tropelías. La táctica del doctor era persuadir a las mujeres con uvas (un bien preciado en la época victoriana para los estratos sociales más humildes). Habiéndose ganado su confianza, les proporcionaba algo de alcohol, mezclado con opio, para luego atacarlas y extirparles los órganos.
En todo caso, el mayor auxilio para que el ejecutor nunca fuera atrapado fue la propia monarquía, que encubría sus delitos. Contando con la connivencia de esta, Williams cumplió las directrices de la orden masónica a la cual pertenecía sin así levantar sospechas.
Esta tesis cojea por lo macabro de los asesinatos (la corona jamás hubiera pedido que desgarraran y despedazaran a esas pobres chicas), aunque algunos expertos en la materia explican las acciones de Williams desde la locura que padecía.
Cientos de teorías se han desarrollado a lo largo de estos 125 años. La última conjetura involucra a una mujer, según apunta el libro Jack El Destripador: La mano de una mujer (2012), donde el abogado John Morris le pone nombre y apellidos al misterioso criminal: Elizabeth Williams, esposa del médico John Williams (galeno personal de la reina Victoria y veterano sospechoso), quien, al parecer, tuvo un idilio con una de las víctimas, Mary Jean Kelly, y en cuyo escenario del crimen se encontraron pedazos de una capa, una falda y un sombrero de mujer que no pertenecían a la víctima.
En su libro expone una verdad plausible: el móvil de los crímenes no fue sexual, ya que no hay signos de agresión carnal en ninguna de las víctimas. De ahí que el autor piense en esta mujer, la cual, por otra parte, era estéril, alegando que lo que pretendía era vengarse de las prostitutas, a las cuales arrancaba el útero.
Otra obra que tuvo una gran repercusión fue Retrato de un asesino. Jack el Destripador: caso cerrado (2003), de la escritora Patricia Cornwell, quien sostiene que el pintor impresionista Walter Richard Sickert fue el homicida que atemorizó a las prostitutas. Sickert era un pintor con predilección por lo siniestro y sus contemporáneos afirmaron que se interesó mucho por los crímenes de Whitechapel. Su carácter de rasgos psicopáticos también ayudan a encuadrarlo como posible asesino.
Muchos interrogantes y pocas certezas hasta aquí, en una lista que abre el círculo de sospechosos casi cada año, con nuevos libros, con nuevas hipótesis que se aventuran como las definitorias, pero que no son más que episódicas.
Ninguna teoría se da por válida
Otra de las teorías que se baraja apunta a la nobleza, concretamente al príncipe Alberto Víctor, duque de Clarence, conocido como Eddy, hijo del rey Eduardo VII y nieto de la reina Victoria. Apasionado de la caza, además de un asiduo visitante de los prostíbulos, contrajo la sífilis y murió unos años después de que los atroces asesinatos tuvieran lugar. Para justificar su vinculación con el caso, los entendidos en la materia que le inculpan, alegaron que el joven aristócrata desarrolló una obsesión por la sangre durante sus cacerías en Escocia, y que allí adquirió los rudimentos clínicos que el Destripador demostró poseer a la hora de mutilar a sus víctimas.
Tras el bestial asesinato de Catherine Eddowes, la policía secreta lo detendría, poniéndolo bajo custodia. No obstante, el preso logró escapar a la vigilancia, y en la madrugada del nueve de noviembre de ese año cometería el más horripilante de sus crímenes contra Mary Jane Kelly, la víctima más joven, una apuesta y guapa irlandesa de apenas 25 años. Aunque esta es la versión oficial, ni siquiera este hecho está totalmente confirmado, ya que algunos testigos de la época aseguraban haber visto a Mary Jane marcharse con un hombre de la posada donde residía. El asesino, tal vez, se equivocó de víctima. Es solo una hipótesis más de este indescifrable caso.
Sin embargo, para Andy Hallet, guía de uno de los tours (London Walks) que hace el recorrido diariamente por las calles del East End, donde el hombre de la capa acechaba a sus víctimas, el culpable no es ninguno de los señalados hasta este punto. «Apostaría por George Chapman (Severin Antoniovich Klosowski), un barbero polaco, el único asesino conocido que vivía en esa época en la zona. Además, tenía antecedentes médicos y sabía cómo mutilar los cuerpos. Se fue a Estados Unidos y luego volvió y fue cuando ocurrieron los crímenes», declara. «Fue acusado oficialmente por Scotland Yard de ser el asesino».
Por último, el otro gran sospechoso es Montague Druitt, un médico de 41 años de edad y de familia acomodada que desapareció cuando se cometió el último asesinato y cuyo cuerpo fue encontrado flotando en el río Támesis unas semanas después de que terminaran los crímenes atribuidos a Jack El Destripador. El informe interno de la policía, que salió a la luz en la década posterior, le señalaba como uno de los principales sospechosos. Incluso su familia le consideraba culpable. Aunque poco valor tenía ya, una vez hallado muerto.
125 años después y El destripador sigue generando discordia. Su figura misteriosa dará que hablar a lo largo de las próximas generaciones. «Es, de lejos, el personaje londinense más popular y atractivo para los turistas», enfatiza Hallett.
Las especulaciones se sucederán pero nadie podrá afirmar con certeza quién hay detrás de ese seudónimo. Los sospechosos se perdieron en esa densa niebla victoriana.