Después de Quantum of Solace (2008), una de las más anodinas aventuras del agente 007, estaba claro que las cosas se iban a poner muy serias para el siguiente capítulo, que, además, funcionaría como homenaje/celebración de los 50 años del personaje creado por Ian Fleming. Si bien las dos películas hasta la fecha protagonizadas por Daniel Craig ya tenían mucha más carga de solemnidad y menos humor que las anteriores entregas de la serie, Skyfall alcanza toda la gravedad que uno podría imaginar (más o menos) para el personaje y nos obsequia con muertes inesperadas, una alucinante fotografía tenebrosa de Roger Deakens- que ya colaboró con Mendes en Revolutionary Road– y un terrorífico (repulsiva su cara cuando se quita la dentadura postiza) Javier Bardem, aunque con menos tiempo en pantalla del que uno quisiera.
La trama de Skyfall, con guiños constantes a la historia cinematográfica de James Bond y un leit motiv que se centra mayormente en el lema el-pasado-fue-mucho-mejor, va y viene entre la lucha interna del villano Silva (Bardem), el robo por parte de éste de un disco duro con información confidencial de todos los agentes secretos del M16 británico, la posible jubilación (forzada) de M (Judi Dench) y la afectada introspección de Bond. Todo más un ejercicio de nostalgia con McGuffin que un complot sólido de palpable interés para el espectador. Coctel de intenciones, abusivo en algunos momentos, que hace que el film de Mendes se vaya a unas largas dos horas y media. Dicho esto, y quitando varias escenas anti-climáticas, muchas de ellas relacionadas con la incursión del bonachón Kincade (Albert Finney), Skyfall guarda suficientes sorpresas como para satisfacer a los amantes de la buena acción…aunque no tanto a los fanáticos de pro del agente con licencia para matar, que podrían considerar «polémicas» algunas decisiones de los tres guionistas.
Hay que decir que, a pesar de la calidad en el diseño de producción, la iluminación o los fx, Skyfall, con sus 200 millones de dólares de presupuesto, no luce tanto en el apartado técnico como para justificar ante el público esa inflada suma, cantidad que probablemente se haya usado para la grandilocuente campaña de promoción. Otras cosas más espectaculares se han hecho, visualmente, con una tercera parte de ese dineral (y no quiero volver a mentar a Monsters, de Gareth Edwards…). Sí que han servido al menos para fichar a los excelentes Ralp Fiennes, Ben Whishaw y al más cotizado actor español. Todos cumplen sobradamente con sus papeles, empezando por los maestros de ceremonia Daniel Craig y Judi Dench, y tal vez sin contar con una bellísima pero forzada Bérénice Marlohe.
Es difícil saber qué responsabilidad ha tenido el director en el resultado visual final de una película con tanta acción y llena de efectos especiales, sobre todo si ese director es de encargo, como en este caso. Lo que sí queda claro es que mucho de lo que se recuerda a la hora de salir del cine tiene que ver con las escenas más tranquilas de Skyfall, y sospecho que Sam Mendes es el principal causante de darle brillo a la nueva película de 007. Apoteósica es, por ejemplo, la entrada en escena de Silva, en un plano fijo que aguanta mientras el malvado conspirador se va a acercando poco a poco a la cámara, o también la tensión sexual que hay entre Bond y Eve cuando esta última le afeita la barba.
Alexander Witt, realizador de Resident Evil: Apocalypse, se ocupa aquí de la segunda unidad componiendo unas vibrantes y estilizadas set pieces: la persecución inicial antes de los créditos con la sosa canción de Adele; la hermosa pelea en el rascacielos de Shanghai; o la huida de Silva por el metro de Londres que culmina, eso sí, en un accidente poco creíble de un tren que casualmente va vacío en plena hora punta…pero exigirle credibilidad a Bond en estas alturas es un poco improcedente; el problema es que si te tomas tan en serio el rostro de Dench y la sobriedad de no pocas ideas (el momento en el que Mallory (Fiennes) y M están viendo las imágenes de la BBC o la visita a Escocia de Bond y su jefa) algunas secuencias de acción resultan después chocantes, infantiles y exageradas: es cuestión de lógica interior, nada más.