Fotograma de la película ‘El séptimo sello’.En la lista de películas más difíciles a la hora de analizar, no hay duda que El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1957) ocupa uno de los primeros puestos. Fue esta onírica película no sólo con la que el director sueco consiguió abrirse del todo las puertas internacionalmente, sino que además con ella empezó su etapa de madurez creativa, a la que corresponde otros títulos significativos como El manantial de la doncella (1960), y en la que el surrealismo, al igual que su contemporáneo Luis Buñuel, es la base sobre la que se sustenta esta parte de su filmografía. De desarrollo complejo e inspirándose en El Quijote, de Miguel de Cervantes, Bergman nos traslada a la mitad del Siglo XIV, en plena Edad Media, para contarnos las andanzas del caballero Antonius Block (Max von Sydow) y su fiel escudero Jöns (Gunnar Björnstrand), que tras haber pasado diez años en las Cruzadas, se dirigen a su Suecia natal, ahora asolada por la peste negra. Abordando temas tan intemporales como la religión, el amor o la amistad -hecho por el que no pasa de moda-, la película constituye una gran metáfora acerca del sentido de la vida, siempre con la omnipresente muerte como implacable telón de fondo, incluso en las situaciones más joviales. Llega a tal punto este fúnebre protagonismo que Bergman incluso la materializa, en una de las más brillantes ideas del cine. Será, además, el punto de partida de la historia, cuando la propia Muerte (Bengt Ekerot), tras presentarse al caballero cruzado -«Soy la Muerte, llevo vario tiempo rondándote«- le reta a jugar una partida de ajedrez. «Si ganas me llevas contigo; si pierdo, me concedes la libertad», le propone Antonius, en la que es el inicio de un relato que no es más que un contundente ejercicio filosófico, repleto de imágenes lúgubres, estampas inolvidables y frases dignas de recordar («Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo, precisamente por su perfecta imperfección», es sólo una de ellas).
Aunque han pasado juntos más de una década combatiendo, lo cierto es que los dos protagonistas de la acción no pueden tener personalidades más distintas. Así, mientras Antonius se nos presenta como un hombre atormentado, plagado de dudas acerca de su existencia (el mítico momento de su confesión, si saber que está hablando con la propia Muerte, ya forma parte de los anales del cine) y afirmando frases tales como «deseo saber qué hay después de la vida» – lo que no hace atestiguar sus intentos por responder las preguntas que le acechan, además de revelarle los trucos con los que pretende vencer a su contrincante y mostrarse arrepentido por el tiempo que ha malgastado en la vida-, su fiel escudero permanece ajeno a cualquier tipo de creencia; es una persona machista, adúltera y blasfema que se limita a vivir la vida sin pensar en las consecuencias de sus actos. Entre el resto de personajes que enriquecen la películas -y en donde nada es gratuito, pues que todos cumplen una misión- destaca esa familia de juglares, que representan la felicidad, la esperanza, la alegría de vivir, y cuyos nombres son puro simbolismo religioso (María, José y el niño Miguel), emulando al célebre pesebre. Mítica es la escena en la que invitan a comer al Caballero en pleno monte -con la calavera de la muerte presente en una apacible situación- en la que María ofrece a Antonius leche y fresas (símbolo erótico y de la juventud). Será, precisamente tras esta vivificante reunión con esta dichosa familia, la que le otorgue al escudero la fuerza necesaria para dar «jaque al Rey» a la propia Muerte -demostrando que el carpe diem es uno de los pilares en los que se sustenta el film-, en uno de los fotogramas más antológicos de la historia del cine. Pocos cineastas han demostrado jamás un ejercicio tan sublime de profundidad de campo, de tanta riqueza metafórica.
Imagen de una escena de la película ‘El séptimo sello’.Película poderosa, de gran fuerza visual, El séptimo sello, además de destacar por su simbología (esa águila con la que se abre la película, esas cabras, gallinas…), aborda temas tan universales como la religión como algo a lo que la gente debe aferrarse para librarse del mal que acecha a la sociedad -en este caso, la peste-. En este sentido, hay quien ve en la película una feroz crítica al fanatismo religioso, al temor que en aquella época -sustentada en el principio de la razón, de lo demostrable, con una sociedad ajena a la fe de Dios- se tenía a la Iglesia. Así se explican fragmentos tan recordados como el de esa procesión, con unos feligreses protagonizando un duro espectáculo de sangre, látigos y espinas.
«Y cuando el cordero abrió el séptimo sello, en el cielo se hizo un silencio como de media hora…». Esta frase, extraída del Apocalipsis, es con la que se abre y cierra esta impactante película y de la cual toma el título; una cinta que influyó a uno de sus mayores fans, Woody Allen, que tomó elementos tan tenebrosos como la representación carnal de La Muerte en películas como Scoop (2006), aunque la cinta también sirvió para inspirar obras tan destacabas como Blade Runner (Ridley Scott, 1982). De todas formas, no es la única frase memorable de una película con un guión tan férreo y rico como extraordinariamente denso. Y es que, sinceramente, nada malo se puede decir de una de las joyas más absolutas e incontestables que ha dado el séptimo arte. Abrumadora.