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Jumilla, 600 años de Pasión Popular

En la Ciudad de Jumilla, ciudad situada al sureste de la península ibérica, cada año, al llegar la primavera se celebra con sentir popular y fervor religioso la Semana Santa Jumillana. Una Semana Santa con 600 años de historia, una Semana Santa con estilo propio.

En estos días santos, miles de cofrades y penitentes inundan sus calles, vestidos de nazarenos con sus típicos atuendos y túnicas de vivos colores, para lucir con orgullo su patrimonio popular en las múltiples procesiones, que tienen lugar día y noche durante la Semana Mayor.

Los entusiastas santamenteros, casi 5.000 agrupados en 20 cofradías y hermandades, procesionan en total 60 pasos, donde asientan en tronos -como si de reyes se tratará-, imágenes y conjuntos escultóricos representando las escenas, momentos y sentimientos de la Pasión y Resurreción de Cristo.  

Las calles se tornan museos, donde creyentes y no creyentes, disfrutan de la magnífica imaginería de incalculable valor histórico-artístico, de maestros imagineros desde el barroco hasta nuestros días; siempre engalanadas con vistosos arreglos florales, ricos bordados y orfebrería, que recorren la ciudad.

Todo un espectáculo para los sentidos

Vivir la Semana Santa Jumilla es un festival para los sentidos, pues en ella convergen las luces del cielo, los cirios y farolillos de los penitentes, el olor a incienso y velas, el colorido de las túnicas, flores, bordados, la majestuosidad y dramatismo de tallas y tronos, además del sonido de tambores y trompetas.

El arte, en cualquier forma o expresión, está presente en cada uno de los motivos y elementos exhibidos en los cortejos, incluso en detalles casi imperceptibles al ojo humano. Brinda un entorno incomparable, por su transcurrir entre los colores arenosos y el verde intenso del paisaje de vid y olivos de jumilla, similar al de Jerusalén. Y todo ello, enmarcado en un espacio arquitectónico, donde conviven algunos vestigios de culturas milenarias, como la romana y árabe, con estrechas calles medievales y edificaciones góticas; aportando mayor teatralidad.

También cuenta con sabor propio. Existe la gastronomía típica de Semana Santa, que si bien las viandas y dulces están elaborados bajo la influencia del precepto de abstinencia, estos pueden ser catalogados como manjar de dioses.

Traslado del Cristo de la Columna. / Fotografía de Plácido Guardiola.

Una Semana Santa con estilo propio

Una de las principales originalidades de la Semana Santa Jumillana es contar con marchamo propio, a raíz de la mimetización e influencia recibida de diferentes corrientes  –la andaluza, castellana y mediterránea-; dando lugar a una multiplicidad de singularidades que hacen impar.

Las procesiones de corte andaluz se caracterizan por ser ceremoniosas y de gran carga emocional. Ejemplo de estas son las procesiones nocturnas de miércoles, jueves y viernes, donde los rostros de las imágenes, muestran un elenco de sentimientos de dolor, sufrimiento, amargura, rebeldía, pasión, resignación, etc…

Respecto a los cortejos, estos son más ordenados y ceremoniosos, evidenciado en el modo de desfilar, y/o la forma marcar -o bailar, el paso.  Además, de exhibir una fuerte simbología pasional -dagas, corazones, lágrimas, espinas, cruces, presente y destacado en todo tipo de bordados y detalles.

Mención aparte merece, la Procesión Penitencial del Cristo de la Vida en la madrugada del Martes Santo -de influencia castellana-, por presentar un atractivo diferente al resto de procesiones, por procesionar en silencio y estar envuelta en un halo de espiritualidad y que así describe José Tevar: “Se abren las grandes puertas (de la Iglesia de Santiago), retumba con eco un tambor, se difunde en el ámbito una nube azul de incienso. Y la misteriosa y solemne procesión del Martes Santo, de madrugada, irá recorriendo callejas oscuras y retorcidas, empinados escalones, recodos, plazuelas iluminadas por chisporroteantes hogueras y cirios, con sonoras cadenas arrastradas por el pavimento, tambor hueco, polifonía de coral, martillo del cabo de andas…”.

Este modo de procesionar, más recio y sobrio propio del estilo castellano, contrasta con otras procesiones mucho más alegres de estilo mediterráneo, en los que predomina la abundancia ornamental y los motivos vegetales; con un desfilar menos disciplinado como son los traslados, similares a las romerías, y los cortejos diurnos, especialmente el Domingo de Ramos y de Resurrección. Tres estilos que conviven y mimetizan, fundiéndose en uno sólo, el cual da cabida a distintas maneras de entender y vivir el fervor religioso y espiritualidad de estas conmemoraciones.

Imagen talla del Arcángel. / Fotografía de Plácido Guardiola.

Singular: La danza de “el Caracol”

El Domingo de Resurrección, y como colofón a la Semana Santa, se realiza uno de los tipismos más genuinos de su tradición: La Danza del “El Caracol”. Una danza ritual, de carácter místico, ejecutada a ritmo y paso de tambor, protagonizada desde hace más de 168 años por el tercio de “los Armaos”, quienes ataviados con sus mantos, lanzas y rodelas siguen al macero, responsable de guiar al resto en su complicado recorrido laberíntico para no romper el camino, el ritmo, ni la plástica y estética de la danza. La espectacularidad y belleza de esta danza primitiva queda reflejada en la descripción de Manuel Gea Rovira en Hermandades Jumillanas en 1990:

…una serie de elucubraciones, donde se visualiza una pintoresca evolución, rizo ondulante, anillos que se cierran al compás del tambor y las estridencias trompetera, tejer y destejer, estandartes y picas que se arremolinan en torno a sus jefes, que permanecen inmóviles en un punto imaginario que la intuición del genial macero trazó previamente con vertiginoso ademán.

Poco se sabe respecto a los orígenes de este rito.  Investigaciones recientes señalan su origen celta, por la similitud con la Danza del Sol de estos pueblos; o incluso Prehistórico, pues al parecido con las danzas Paleolíticas se suma la presencia y simbología del caracol en sus actos funerarios; como apunta la Doctora Isabel Mira, experta en asuntos de Semana Santa, en sus estudios.

Respecto a Los Armaos, cofradía religiosa de corte militar, cuyo único fin es representar en la Pascua a las tropas del Imperio Romano custodios de Cristo durante la Pasión.  En el caso de los Armaos de Jumilla datan de 1848 y pertenecen a la Hermandad del Cristo Amarrado a la columna desde sus inicios.

Imagen de los Armaos de Jumilla. / Fotogafía Placido Guardiola.

Una Semana Santa con 600 años de historia 

Está documentada la llegada del Santo Dominico Vicente Ferrer en 1.411, entre los días 18 y 20 de abril, a la villa de Jumilla durante su periplo evangelizador por tierras castellanas.  A quien lo acompañaban, muchas personas devotas de diferente condición, humildes vestimentas, precedidas de un hombre que portaba un gran crucifijo de madera.

Desde entonces, se inicia la costumbre de procesionar en Jumilla como sabemos a través de legados y textos de diversas épocas donde nos consta la evolución y devenir de estas festividades – que han pasado por vicisitudes y etapas de menor esplendor desde el S.XVI hasta nuestros días.

Finalmente es en 1940, tras la contienda nacional y gracias al extraordinario esfuerzo por parte de Hermandades, ciudadanos y autoridades, que la Semana Santa vuelve a tomar impulso incluyendo nuevas tallas de escultores y recuperando costumbres de siglos anteriores, hasta conseguir las celebraciones que conocemos en la actualidad.

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