Un anciano acude al centro de salud situado en Haringey, Londres.María, madrileña de 26 años, relata su mala experiencia con un sistema sanitario inglés que le obligó a esperar varios días mientras padecía el dolor de una lesión en el pie
Por todos es sabido que Londres no es igual que Madrid, que Inglaterra no es como España. Pero a pesar de las diferencias, en teoría se comparten una serie de derechos y privilegios que van adheridos a los propios individuos, como el de derecho a baja por enfermedad o incapacidad, y el derecho a una asistencia sanitaria digna. Pero esto no es siempre así.
Cuando se llega a la ciudad, uno ocupa la mayoría del tiempo buscando piso y un nuevo trabajo, despreocupándose así del apartado sanitario. Esto sucede, en parte, porque uno nunca piensa nada más llegar que se va a poner enfermo y además se confía que en el caso de que ocurriera, el trato siempre será el mismo que en España. Error dar por hecho esta última afirmación.
Una de las principales diferencias entre ambos países es que, independientemente del trabajo que se realice, hay una serie de contratos en los cuales está estipulado el impago al individuo en caso de ausencia del trabajo, sin tener en cuenta la causa que sea. Pero en caso de enfermedad, o discapacidad, si dicha persona presenta una prescripción médica explicando lo ocurrido existe la posibilidad de que esto no ocurra. No obstante, para llegar a ello hay que atravesar una maraña de obstáculos que lo único que consiguen es que cuando por fin se tiene «el papel» el mal ya ha pasado.
Como ejemplo pondremos el caso de María, madrileña de 26 años, que como muchos otros está trabajando como dependienta. Hace dos semanas se cayó por las escaleras en el trabajo y se torció el tobillo. Como pudo, puesto que nadie de su trabajo la acompañó, llegó al centro de seguridad social de urgencia que tenía más cerca. Después de esperar tres horas fue despachada, en menos de dos minutos, por una encantadora doctora, la cual le prescribió de forma verbal (porque escrita no podía) un par de días de descanso, y le aconsejo de que, en el caso de que el dolor persistiera, se fuera al hospital. En ningún momento dicha doctora mencionó la visita al médico de cabecera.
Los dolores continuaron, sobre todo después de volverse a reincorporar a su trabajo, puesto que en éste le dijeron que no le iban a pagar los días no trabajados. María decidió ir al hospital, y después de la oportuna espera y las radiografías de turno, la doctora que le atendió le dijo que necesitaba más descanso. María le preguntó entonces si le podía facilitar un justificante médico para el trabajo, pero ella le dijo que en Inglaterra este tipo de cosas sólo las hace el GP (médico de cabecera).
Después de casi una semana desde lo ocurrido, María se personó en su centro de seguridad social con el fin de registrarse y realizar una visita de urgencia. Con muy buena educación le dijeron que era imposible ver al doctor si antes no se había visitado a la enfermera, como parte del proceso de registro, para lo que tenía que esperar una semana más. Para cuando obtuvo cita con la enfermera su pie ya estaba casi recuperado, así que la visita con el doctor no era ya tan importante; aún así, por precaución decidió seguir adelante, por lo que se tuvo que esperar cuatro días más para ver al médico especialista.
No solo cosa de españoles…
Aunque el consuelo de muchos, en teoría, es consuelo de tontos, en este caso hay que agarrarse a él, ya que la situación de los propios ingleses no difiere mucho de la nuestra.
Nydia tiene 30 años, y al igual que María, trabaja en una tienda. Hace un año, cargando unas cajas, se hizo daño en la espalda, y fue al médico. Este le prescribió sesiones de fisioterapia así como reposo. A día de hoy aún no le han llamado desde el centro sanitario. Wendy y Leoni, londinenses de 24 años, nos cuentan que si necesitas ver al médico de forma más o menos urgente hay que llamar a primera hora (8 de la mañana) para poder conseguir una cita al día siguiente, de otro modo debes de esperar dos días más desde tu petición.