Ilustración de Nicolás Maduro. Jorge Cabrerizo (Cabhur).Con 350.000 millones de dólares de PIB nominal, Venezuela está entre las 30 economías más ricas del mundo y es la quinta de América Latina, por detrás de México, Brasil, Colombia y Argentina.
La república exporta más de un 30% de su petróleo a los Estados Unidos y a China y, según su cantidad de producción per cápita, un venezolano dispone de unos 12.000 dólares al año de promedio. Sin embargo, los precios de esta economía de mercado no responden a los incrementos de su productividad en términos reales. El poder adquisitivo de los 30 millones de habitantes disminuye a una velocidad galopante siendo el valor del dinero cada vez menor y estando los bienes y servicios cada vez más caros. La realidad económica de Venezuela es innegable: el sector público ha sido incapaz de corregir los fallos del mercado.
La incontrolada inflación, que asciende a más del 50%, ha terminado por ahogar a los ahorradores y empresarios provocando una pérdida de la competitividad del país. O, dicho de otra manera, el gobierno venezolano no ha establecido los mecanismos necesarios para que las actuaciones de las familias y empresarios sean compatibles con el bienestar colectivo. Y, así, el individuo se ve abocado a enfrentarse a las necesidades que tiene con los recursos de los que dispone, en muchos casos, efectuando las elecciones menos adecuadas como es la delincuencia. El asesinato a tiros de Miss Venezuela 2004, Mónica Spear, y de su marido en presencia de la hija de ambos de cinco años de edad, en lo que pareció haber sido un intento de robo, reflejó recientemente un cruento escenario delictivo. El caso puso de relieve lo que ya se sabía de antemano dentro y fuera de las fronteras nacionales, que en Venezuela ocurren homicidios a diario y que, por eso, es de los países más peligrosos del mundo.
Es, sin duda, una dura realidad para la población venezolana que sufre la impotencia propia de cualquier persona que ame a su patria. A la situación económica y al clima de violencia que se respira en las calles, se suma una división social entre simpatizantes de Nicolás Maduro y opositores al límite. El chavismo ha impulsado controvertidas leyes durante los últimos años ante el rechazo de una buena parte de la sociedad venezolana pero también ante la ingenuidad del resto de la ciudadanía que permite que el populismo se perpetúe en el poder con pan para hoy y hambre para mañana. No obstante, y como en todas las naciones debilitadas por estar alimentadas de los parásitos que habitan en un sistema corrupto desde las entrañas, siempre existirá ese sector de la sociedad que lucha y resiste, aunque parte de él se encuentre en el exilio. Lo contrario sería haber permitido que una casta política les chupara hasta la última gota de sangre y, en esto, también somos débiles en Europa.
El camino hacia las próximas elecciones generales de Venezuela está repleto de bifurcaciones interesadas e irracionales. Éstas bien podrían llevar a enfrentamientos de la mano del radicalismo de líderes opositores resultando en un mayor número de muertes y heridos, o bien a la re-estabilización nacional con un gobierno chavista que perseveraría en la vida de los otros. En Venezuela, así como en cualquier otra nación debilitada, el futuro deberá pasar por la reconstrucción de un país unido que se haya traducido antes en un voto pacífico. No se trata de unas elecciones generales ni de dos, ojalá, sino de un proceso en el que participarán todas las generaciones y que permitirá la regeneración democrática a largo plazo ante la admiración de otros ciudadanos del mundo. Ya sabemos que hay venezolanos que creen en la continuidad del chavismo, pues prefieren las migajas a la incertidumbre del cambio, pero también sabemos los demás que la gloria se disfruta mucho más cuando se ha sufrido tanto para alcanzarla.