Existe la creencia popular de que el término “cesárea” se debe al emperador romano Julio César. Algo erróneo, ya que el estadista nació de parto natural y su madre, de nombre Aurelia, murió cuando este contaba con 45 años. Y si bien es cierto que este procedimiento se viene usando desde tiempos inmemoriales, también lo es que sólo se recurría al mismo cuando la encinta había fallecido y por ello no podía extraerse al bebé más que por ese método.
La mejora de las condiciones higiénicas y nuevas herramientas permitieron que a principios de la Edad contemporánea pudiera usarse éste para partos complicados y no solo cuando la madre había muerto, correspondiendo el honor de practicar una de las primeras cesáreas documentadas al cirujano James Barry, siendo el niño bautizado con su nombre como homenaje. Pero este es sólo un episodio más en la apasionante vida del galeno.
La carrera del médico irlandés que participó en la batalla de Waterloo
Nacido en 1795 en Irlanda del Norte, Barry mostró desde muy tierna edad su pasión por la medicina, ingresando en la Universidad de Edimburgo en 1809. Su madre y su tío, el noble David Steuart Erskine, tuvieron que intervenir en su favor en varias ocasiones, ya que el rostro aniñado e imberbe del estudiante hicieron pensar a los profesores del centro que era mucho más joven de lo que decía ser.
Tras obtener su licenciatura se alistó como asistente de hospital para el Ejército Británico, participando en la batalla de Waterloo y sirviendo en las colonias indias. Posteriormente se trasladó a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, donde además de hacer la mencionada cesárea participó en diversas obras que mejoraron el suministro de agua potable y con ello reducir el impacto de enfermedades como el cólera o la hepatitis.
Tras ello viajó a diversos países como Malta, Jamaica y Canadá, en lo que puede considerarse una brillante carrera que no obstante estuvo permanentemente salpicada de disputas y desencuentros con sus superiores. Sus enfrentamientos a las autoridades locales y militares eran una constante, y en particular resultaba especialmente llamativo el que ofrecía el mismo tratamiento a todos sus pacientes, fueran pobre o ricos, algo que sin duda era un desafío en la mentalidad tan clasista de la época.
Tras contraer la fiebre amarilla su salud comenzó a deteriorarse, motivo por el cual se trasladó de vuelta al Reino Unido, donde se retiró en 1864 falleciendo un año después en Londres.
La última voluntad de James Barry
Una de las condiciones que James Barry había puesto en su testamento era que su cuerpo no fuera preparado para el entierro, y que se procediera a sepultarlo con la misma ropa que llevase en el momento del deceso. Algo que no se cumplió, y que causó una gran sorpresa puesto que al examinar el cuerpo de James Barry se pudo ver que en realidad era… una mujer.
Su nombre real era Margaret Ann Bulkley, y por las estrías de su abdomen se intuye que en algún momento pudo estar embarazada. Al parecer y pese a las suspicacias que siempre levantó, logró mantener este engaño por décadas, siendo solo su madre, su tío y quizás el gobernador de la colonia de Ciudad del Cabo, Charles Somerset, con el que se cree que tuvo un romance, los que sabían de su verdadera condición.
El por qué decidió adoptar esta identidad es algo sujeto a la especulación. Pero la lógica nos lleva a pensar que tuvo que optar por ello puesto que con la mentalidad tan conservadora que había en esa época le hubiera sido imposible cumplir con su vocación de estudiar medicina y alistarse al Ejército. El rostro imberbe que tantos problemas le ocasionó en sus primeros años era, lógicamente, fruto de su condición de mujer, y lo más seguro es que ese carácter tan hosco que exhibía con casi todos sólo fuera una tapadera con la que compensar los ataques que recibía por su liviana masculinidad.
Las autoridades de la época decidieron no darle más transcendencia al asunto y archivar el caso. De hecho, fue enterrado y en su lápida no se hizo constar su nombre de nacimiento, sino el de James Barry bajo el que siempre se había identificado. Y parece que incluso el médico que le hizo la autopsia hizo un último guiño a su colega de profesión al incluir en la ficha de deceso, que “no es asunto mío si James Barry es un hombre o una mujer”.