En el trigésimo aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899 – Ginebra, 1986), la sociedad de la inmediatez amenaza su lectura.
Hace tres décadas que Borges falleció para hacerse inmortal en ese universo que otros llaman La Biblioteca. La relevancia de su obra, al igual que el universo, tiende a expandirse con el paso del tiempo. De hecho, ha sido el tiempo quien le ha entregado la categoría de «genio de la literatura».
[pullquote]La lectura fue el centro de gravedad de su vida. Lecturas motivadas por el agrado de buscar, no por el de encontrar[/pullquote]
Tan solo hizo Borges una cosa mejor que escribir: leer. “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”, dijo el poeta argentino. Borges reconoció que era incapaz de imaginar un mundo sin libros. La lectura fue el centro de gravedad de su vida. Lecturas motivadas por el agrado de buscar, no por el de encontrar.
De su forma de leer, surge su forma de escribir. La obra de Borges demanda silencio, recogimiento y concentración. Sus textos son laberintos que escupen a los lectores superficiales y atrapan a los lectores atentos, lectores de lectura profunda. La lectura profunda fue durante mucho tiempo un privilegio de unos pocos, con la llegada de la imprenta y el uso de las lenguas vernáculas en los libros este saber sagrado se democratizó. Durante mucho tiempo la lectura profunda ha sido fuente de autoconocimiento de muchos, con la llegada de los dispositivos móviles y el lenguaje binario vuelve a ser un privilegio de unos pocos.

En nuestros días, la tarea de la lectura profunda se diluye en la dictadura de la multitarea. El goteo de la lectura sosegada (que llenó la vasta memoria y la inagotable imaginación de Borges) ensordece ante la catarata de la lectura veloz que nos informa al instante y hace que olvidemos al minuto.
La especie de lectores profundos está en grave peligro de extinción ante la reducción progresiva del hábitat del silencio y la propagación del virus de lo inmediato. Virus que ataca a la atención, la concentración y la memoria; y provoca la enfermedad de la prisa.
Te felicito, David. escribes tan bien como nuestro admirado Borges. Estoy orgulloso de ti. Abrazos