Este relato ha sido concebido en el marco del Taller de Escritura Creativa en Español, una colaboración entre el centro cultural Battersea Spanish y El Ibérico Gratuito. El Taller de Escritura es un espacio de encuentro para todas aquellas personas apasionadas por la literatura y la escritura que quieren reunirse en Londres para crear en un ambiente estimulante y relajado. Los participantes experimentan con varios elementos de la escritura creativa y complementan esta labor con la lectura y análisis de obras de la literatura hispana y universal. Y ya que el taller busca promover el nuevo talento literario hispanohablante en Londres, los textos producidos, que se destacan por su originalidad, son elegidos para publicación en este medio.
La Otra, por Tania Mujica Romero
Estaba inquieta y turbada, con la ya conocida ansiedad que anticipaba su llegada. Percibía su olor, ese aroma sublime que la calentaba; casi podía saborearlo, sentirlo. La faena diaria aún no había comenzado, pero ella ya estaba lista, impecablemente limpia, esperando por él en el mismo lugar de cada mañana.
La Doña de la casa, una mujer robusta y trabajadora, ya se había levantado, madrugaba diariamente para empezar tempranito el cuidado de los suyos, sacar la harina, mezclar la masa, montar las arepas al budare y, por supuesto, poner el agua a hervir.
El sonido de la llama en la hornilla y el agua burbujeante despertaban en ella la excitación de la anticipación a la visita diurna de su amante. La sensación de ese líquido oscuro bordeándola lentamente, el contacto con su calor ardiente y su sabor recio, fuerte y dulce la hacían estremecer.
Pese a todo esto estaba decidida: o ella o yo. Era necesario terminar con esa situación que los atrapaba a ellos dos.
Él hervía de emoción mientras concentraba todas sus propiedades en brindarle algo excelente. Presentaría un sabor fuerte pero excelso, lo mejor de su filtro y de la manga; despediría un aroma exquisito, embriagante, imposible de resistir y así la llenaría con toda la fuerza de su calor y sabor.
Podía ya imaginarla en el borde de la ventana, excelsa y digna, esperándolo con vehemencia, como cada mañana. Podía sentir su cerámica blanca, sedosa y fría, casi indiferente, que sabría rendida ante él; debilitada cuando poco a poco la fuera llenando hasta complementarsen en uno solo.
La Doña cogió su taza favorita, desde el borde de la ventana donde la mantenía cada día, y sirvió el café.
– Te esperaba, dijo la taza algo nerviosa.
– Lamento el retraso, replicó el café.La taza se sentía frágil y doblegada mientras el humo de su fusión emanaba como su pasión por él. El café, por su parte, solo la disfrutaba. Su tersura, su suavidad; no quería hablar.
– ¿Qué has decidido?, preguntó ella sin ambages.
– Ya hemos hablado de esto y conoces mi posición, dijo él. No puedo.Aun y cuando él creía que eran el uno para el otro, sentía imposible ceder. La otra, como ella la llamaba, también lo necesitaba, no podía renunciar a ninguna.
– No puedo continuar así, es humillante. Cada mañana te sirves de mí, me usas y te vas con ella. Si esa es tu decisión, ya conoces la mía.
– Cuando te pones así no razonas, me marcho, dijo él hirviendo.La Doña, dispuesta a dar comienzo a su jornada, acercó la tacita mañanera a sus labios. Ya la boca se hacía agua gracias al fragante olor que emanaba del cafecito recién colado, su debilidad. Fue entonces cuando, taza en mano y ya muy cerca de los labios, de repente y sin razón, su hermosa tacita blanca de porcelana bruscamente se quebró.