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Las raíces del Brexit

Las raíces del Brexit
Las raíces del Brexit./ Autor: Daniel_diaz_bardillo. Fuente: https://pixabay.com/es/illustrations/brexit-puzzle-eu-europa-europe-2070857/

«Te llevaste la solución, y me quedé el interrogante»

«Fiesta Mayor”, Vetusta Morla

En un análisis retrospectivo, a la vista de la remontada final de los euroescépticos en la consulta que propició el Brexit, muchos pudieron pensar que el movimiento en contra de la Unión Europea fue puntualmente aprovechado por un sector específico de la población haciéndose valer del descontento general del ciudadano medio con la clase política y el establishment. Algo cuyo resultado fue palpable en el Reino Unido, pero que de algún modo también se visualizó en otros puntos de Europa a través del ascenso de partidos populistas a uno y otro lado del espectro político. Y si bien esto es cierto, habría que indicar que el Brexit no es más que el final a un proceso, dado que de forma más o menos visible el euroescepticismo ha estado latente en el país británico desde el mismo momento de la creación de la institución comunitaria.

La creación de la UE, allá por el año 1952, con ese primer proyecto de integración llamado CECA destinado al control en común del acero y el carbón por los países de Europa central produjo un suspiro de alivio para el Reino Unido. De este modo aumentaban los mecanismos de cooperación y se sentaban las bases para evitar, de nuevo, una guerra mundial en la que se tuviera que involucrar. Nadie en el país británico solicitó la inclusión del país en ese proyecto. Por entonces el Reino Unido era, aún en decadencia, un imperio que mantenía colonias distribuidas por todo el mundo, y para el cual las relaciones con la Commonwealth reportaban más beneficios de los que pudiera reportar con Europa.

Punto de inflexión por el Brexit

Pero en el curso de dos décadas, el mundo cambió. En un goteo incesante, el Reino Unido fue perdiendo sus dominios, y la situación interna resultaba descorazonadora, con un país controlado por unos sindicatos que imponían su voluntad y ordenaban huelgas un día sí y al otro también y una economía hundida que precisó de financiación del Fondo Monetario Internacional. La nostalgia del imperio perdido y de tiempos mejores contrastaba con lo que sucedía al otro lado del canal de la Mancha, donde algunos países llegaban a alcanzar cifras de crecimiento del PIB de dos dígitos y hacía de Europa occidental el motor industrial mundial. Así que Londres vio en Bruselas la oportunidad de establecer un matrimonio de conveniencia, una alianza económica de la que pudiera beneficiarse económicamente.

Paradójicamente, fueron los conservadores, de la mano de Edward Heath, los que lograron el ingreso en la UE en 1973. Y decimos paradójicamente porque esto se hizo superando la oposición de los laboristas, entre ellos el ex dirigente laborista Jeremy Corbyn, que en su día votó en contra del ingreso, y tras superar el veto de Francia que no quería la inclusión de su vecino en dicho club. Y sorprendentemente, la inclusión se hizo aceptando unas condiciones leoninas, dado que el Reino Unido cedió sus caladeros de pesca y pasó a subvencionar la agricultura y ganaderías europeas. Pero las ilusiones que los tories pudieran tener en ese proyecto no tardaron en quedar diluidas; el azar quiso que la entrada en la UE coincidiera con el estallido de la crisis del petróleo del 73, y cualquier ventaja derivada de dicha maniobra quedaba solapada por una inflación desbocada y un desempleo en aumento. El electorado británico reaccionó culpando a la UE de sus males, el apoyo a dicha institución cayó a mínimos y en las siguientes elecciones los ciudadanos no revalidaron a Heath, el primer ministro que les había incorporado al club comunitario.

El primer referéndum sobre la salida de la UE

David Cameron no fue el primer político en plantear una consulta sobre la permanencia del Reino Unido en Europa. Fue el laborista Harold Wilson, que, tirando de su carisma personal, logró que la gente optará por el “remain” aun estando a disgusto con lo que el proyecto suponía. En 1975 el Reino Unido optó por la permanencia, pero el partido laborista quedó seriamente dañado. Sufrió varias escisiones, y tuvo que ver cómo algunos representantes del núcleo duro de la formación abandonaban arguyendo que la inclusión en un «proyecto de élites» iba en contra de la filosofía del laborismo.

La transformación de éste se fue dando de forma progresiva en la década de los 80 y principios de los 90. Porque el euroescepticismo británico pasó de ser rojo y de izquierdas (y también nacionalista, dado que el SNP era abiertamente euroescéptico), protestando sobre el carácter mercantilista de la UE, a ser de color azul y de derechas, quejándose sobre el proyecto político y la excesiva burocracia de la misma. La cara más visible de ese cambio fue la misma Thatcher. La dama de hierro, que en sus orígenes había hecho campaña a favor de la inclusión y permanencia consideró que la UE había ido demasiado lejos, mostrándose a favor del todavía inexistente Brexit. Una vez el Reino Unido había visto como la creación de un mercado único propició el nacimiento de la City de Londres y el desarrollo de los servicios financieros se dio por satisfecha. Seguir hacia un proyecto de integración política no estaba en su agenda, pero siempre lo había estado para Robert Schuman, Gasperi, Jean Monnet y otros padres fundadores y creadores de la UE. Si dos décadas antes el debate sobre Europa supuso la implosión de los laboristas y su escisión, ahora la división se iba a dar entre los conservadores, de los cuales nació el UKIP como movimiento de protesta ante la UE.

En los siguientes años hubo movimientos a menor escala. Los laboristas de toda la vida continuaron viendo con recelo a dicho club, como siempre lo habían hecho, y la ausencia de Corbyn haciendo campaña en la consulta del referéndum constituye una buena prueba de ello. Los conservadores se mostraron claramente divididos, y aquellos que se atrevían a apoyar la institución lo hacían con la boca pequeña. Y el SNP protagonizó un giro de 180 grados en su postura, posiblemente más por oponerse a los vecinos del sur que por estar convencidos de la viabilidad del proyecto europeo.

Sin duda, en un futuro se harán análisis más exhaustivos del por qué el Reino Unido decidió votar OUT el 23 de junio de 2016 y de todos los problemas surgidos en las negociaciones posteriores al Brexit. Retrospectivamente, se podrá ver que fue una decisión tomada en un contexto en el cual el descrédito de la clase política estaba en máximos, y en los que la situación del Reino Unido a nivel económico contrastaba con el de una Europa incapaz de lidiar con eventos como la crisis de deuda griega o el desempleo en los países de Europa del sur. Será más fácil sacar conclusiones en frío en unos años, habiendo dejado reposar todo, y quizás algunos analistas dirán que no podíamos engañarnos más, y que la divergencia de posturas no era sólo política, sino también cultural, económica, jurídica e incluso social. Se dirá quizás que por entonces la UE no era vista por aquí nada más que como un recurso temporal. Una solución de parche, sí, pero cuyo abandono, tal y como nos ha mostrado la realidad, ha dejado multitud de interrogantes sobre el futuro que le espera al país británico tras el Brexit.

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